‘Fratelli Tutti’ es la segunda encíclica escrita íntegramente por el papa Francisco, cuyo mensaje no solo viene a traer una propuesta ante la situación mundial que deja la pandemia, sino que se convierte en un pilar fundamental de su magisterio.
Una encíclica que estaba haciendo falta
Esta encíclica es la segunda pata del magisterio original de Francisco. Si no la tuviéramos, él podría ser recordado como un “Papa verde”, aunque Laudato si’ sea ante todo una encíclica social. Hay un detalle que no puede ignorarse: antes de Laudato si’ él no se había explayado mucho en cuestiones relacionadas con el cuidado del medio ambiente. En su época de arzobispo casi no encontramos intervenciones suyas sobre esos temas.
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En cambio, los temas que aborda en ‘Fratelli Tutti’ son cuestiones que le han preocupado toda la vida y hacen al pensamiento social que siempre lo ha caracterizado. Al mismo tiempo, aquí termina de acoger el espíritu de san Francisco de Asís, porque su anterior encíclica desarrollaba la comunión con todas las creaturas mientras ahora se detiene específicamente en la fraternidad humana. La figura del Buen Samaritano, capaz de superar una ancestral enemistad entre dos pueblos para auxiliar a un herido, se convierte en un ícono de la apertura universal del amor.
En esta testamento magisterial de Francisco él se muestra a sí mismo con toda su originalidad y su riqueza propia. En anteriores documentos su magisterio terminó algo encerrado en cuestiones eclesiásticas disputadas –sobre todo en Amoris laetitia y en Querida Amazonia– o en temas muy específicos de la espiritualidad cristiana –Gaudete et exsultate– o de la pastoral –Christus vivit–. Pero en esta encíclica, al igual que en Laudato si’, prefiere que la Iglesia salga de sus cuestiones internas, tome aire, y entre en diálogo con el mundo sobre los grandes temas de la vida en sociedad. Porque al fin de cuentas la Iglesia no está para sí misma y Francisco es un maestro en el diálogo con el mundo.
El gran tema de Fratelli tutti es el amor fraterno que se abre a un dinamismo universal hasta abrazar a todos, incorporando en esta dinámica el camino local de la “amistad social”. Pero eso no significa que esta encíclica no “haga lío”. Francisco ha querido ser fiel a grandes convicciones que, en una encíclica sobre la fraternidad en el mundo no podían estar ausentes, aunque molesten. Hasta se atreve a resistir los embates de quienes le reprochan que se meta en política y dedica todo un capítulo a proponer la mejor política. Allí tiene la valentía de entrar de lleno en el debate entre populistas y neoliberales.
Se entiende que Francisco no habla de una fraternidad entre los que la pasan bien, sino de aquella que es capaz de acoger, arropar y promover especialmente a los últimos. El amor fraterno también cuestiona el orden establecido y obliga a replantear muchas cosas. Y es probable que algunos temas provoquen resistencia en sectores ligados al tradicionalismo o al neoliberalismo. Esos temas más sensibles son sobre todo cuatro:
1. Una visión ampliada y aplicada sobre el destino común de los bienes
Retoma la doctrina católica sobre el destino común de los bienes, los límites del derecho de propiedad y su función social, pero la aplica de modo original en el contexto de la fraternidad universal. Afirma que “los límites y las fronteras de los Estados no pueden impedir que esto se cumpla. Así como es inaceptable […] que el lugar de nacimiento o de residencia ya de por sí determine menores posibilidades de vida digna y de desarrollo” (121). Porque “junto al derecho de propiedad privada, está el más importante y anterior principio de la subordinación de toda propiedad privada al destino universal de los bienes de la tierra y, por tanto, el derecho de todos a su uso” (123).
Aquí aparece un párrafo determinante para entender el alcance de esta convicción, y al proponerla así Francisco cierra una larga discusión sobre este tema. Afirma que a este principio del uso común de los bienes se someten “todos los demás derechos sobre los bienes necesarios para la realización integral de las personas, incluidos el de la propiedad privada y cualquier otro” (120).
Plantea así “reproponer” la cuestión de la función social de la propiedad, porque de hecho esa función no se está realizando en el orden actual del mundo, donde hay personas que no viven de acuerdo con su dignidad humana sólo porque les ha tocado nacer y crecer en un lugar que no se los permite. La realidad es que la propiedad privada se ha convertido en el justificativo de enormes privilegios para algunos a costa de la miseria de quienes no tienen las condiciones mínimas para vivir dignamente. Por eso Francisco retoma y desarrolla una afirmación contundente de san Juan Pablo II que impide considerar como absoluto el derecho a la propiedad privada: “Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno” (CA 31).
2. La “guerra justa”
En este tema se advierte un paso adelante en el creciente rechazo de la Iglesia a la guerra en las últimas décadas. Si bien san Juan Pablo II había sido muy firme en este rechazo, Francisco se atreve a cruzar una línea para decir que san Agustín “forjó una idea de la guerra justa que hoy ya no sostenemos” (nota 242).
Aun cuando en teoría no niega el principio general de la legítima defensa, en el punto 258 se detiene a proponer una reinterpretación en las actuales circunstancias mundiales. Sostiene con firmeza que “fácilmente se cae en una interpretación demasiado amplia de este posible derecho”. Rechaza la aplicación de este principio a las llamadas “acciones preventivas” y a otras acciones bélicas porque hay una condición necesaria que hoy no puede darse: “Ya no podemos pensar en la guerra como solución, debido a que los riesgos probablemente siempre serán superiores a la hipotética utilidad que se le atribuya”. Las armas nucleares, químicas y biológicas, y el poder de las nuevas tecnologías hacen que hoy una guerra fácilmente provoque efectos –a corto o a largo plazo– peores que el mal que se pretende erradicar. Por eso lamenta que, aun con excusas humanitarias, “en las últimas décadas todas las guerras han sido pretendidamente justificadas”.
3. La pena de muerte
Con respecto a esta cuestión Francisco ya había anticipado claramente su postura, pero ahora adquiere un mayor nivel magisterial por incorporarla en una encíclica. Afirma, sin dejar lugar a duda alguna, que es “inadmisible” y que “la Iglesia se compromete con determinación para proponer que sea abolida en todo el mundo” (263).
En el contexto de esta encíclica sobre la fraternidad, Francisco aporta un párrafo digno de su estilo que muestra que la postura sobre la pena de muerte no es una cuestión más, sino que permite mostrar la real universalidad del amor cristiano: “El firme rechazo de la pena de muerte muestra hasta qué punto es posible reconocer la inalienable dignidad de todo ser humano y aceptar que tenga un lugar en este universo. Ya que si no se lo niego al peor de los criminales, no se lo negaré a nadie, daré a todos la posibilidad de compartir conmigo este planeta a pesar de lo que pueda separarnos” (269).
4. Los migrantes
Es un tema inevitable en un documento que habla sobre la dimensión universal del amor. Francisco ya se refirió abundante y frecuentemente a esta cuestión y la encíclica recoge muchas intervenciones suyas, pero ahora adquieren nueva luz en el contexto de la dimensión universal del amor, donde se aplica a los migrantes el principio del destino común de los bienes y la dimensión social de la propiedad. Esto ha dado lugar a expresiones muy elocuentes como estas: “Cada país es asimismo del extranjero, en cuanto los bienes de un territorio no deben ser negados a una persona necesitada que provenga de otro lugar” (124). “Si en realidad el mundo es de todos, no importa si alguien ha nacido aquí o si vive fuera de los límites del propio país. También mi nación es corresponsable de su desarrollo” (125). Son expresiones que parecen obvias, pero que en la práctica cuesta mucho aplicar.
Como advierte Francisco, no es fácil asumirlo, porque en el fondo “se trata de otra lógica” (127). Es una lógica que de ningún modo rechaza el amor a lo local o la preocupación por la propia patria. Francisco ha querido explayarse en un llamado a una sana autoestima local (cf. 51-53, 143-145) pero haciendo ver que sólo se es plenamente local desde el trasfondo de la apertura del amor que no excluye a nadie. Además, se muestra comprensivo ante algunas reacciones: “Comprendo que ante las personas migrantes algunos tengan dudas y sientan temores” (41). Sin embargo, no renuncia a este llamado profético que nos sumerge en la lógica de la universalidad del amor.