Tribuna

¿Por qué la Iglesia católica no es oficialmente miembro del Consejo Mundial de Iglesias?

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Fácil pregunta y más que difícil respuesta: las dadas hasta hoy no convencen. Pero el viaje del papa Francisco a Ginebra para unirse al Consejo Mundial de Iglesias (CMI) en su 70º aniversario avanzó claves seguras: el hombre es un ser en camino, y caminar es disciplina, esfuerzo y entrenamiento constante. Son de cuidar, por tanto, los compañeros de viaje, pues únicamente juntos se camina bien. Caminar, en definitiva, exige la conversión constante de uno mismo. Hacerlo según el Espíritu es rechazar la mundanidad, elegir la lógica del servicio y avanzar en el perdón. Es sumergirse en la historia con el paso de Dios, no con el rimbombante de la prevaricación; con la cadencia del “amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

Durante la historia, las divisiones entre cristianos se han producido a menudo porque, primero, se buscaban los propios intereses; después, los de Jesucristo. Y así es imposible ir a ninguna parte. Para avanzar en el camino ecuménico, debe uno elegir ser del Señor, antes que de derecha o de izquierda. El ecumenismo es “una gran empresa con pérdidas”: pérdida evangélica, se entiende.

El papa Francisco con diversos líderes religiosos en Ginebra

El papa Francisco con diversos líderes religiosos en Ginebra. Foto: WCC

La respuesta a nuestros pasos vacilantes siempre es la misma: purificar el corazón, elegir con insistencia la vía del Evangelio y rechazar los atajos del mundo. Las distancias no deben ser pretexto. Ahora mismo es posible caminar según el Espíritu: ¡rezar, evangelizar, servir juntos, esto agrada a Dios! La meta precisa es la unidad. La división origina guerras y destrucciones, además de dañar la más santa de las causas: la predicación del Evangelio a toda criatura. Caminar juntos no es entre cristianos estrategia para hacer valer más nuestro peso, sino “acto de obediencia al Señor y de amor hacia el mundo”.

Lo prohibía el Santo Oficio

Lo que motivó este viaje de Francisco prueba que, sin ser la Iglesia Católica Romana (ICR) miembro del CMI, trabaja junto a este organismo, no obstante, con sinceridad y buen ritmo, y desde el Vaticano II, intensamente. Lo ha dicho Francisco: “He deseado estar presente en las celebraciones de este aniversario del Consejo también para reafirmar el compromiso de la Iglesia católica en la causa ecuménica y para animar la cooperación con las Iglesias miembros y con los interlocutores ecuménicos”.

Cuando se fundó el CMI (23 de agosto de 1948), el Santo Oficio prohibió terminantemente a los católicos acudir siquiera a la sala de reuniones: entre los afectados por aquella prohibición, citaré dos nombres (hay más, claro): el joven sacerdote holandés y futuro cardenal Johannes Willebrands, y el pionero del ecumenismo y cardenal al fin de sus días, el dominico Yves Marie Congar. Setenta años permiten responder que, por más que la Iglesia católica todavía no sea miembro del CMI, colabora, sin embargo, en múltiples sectores, sabedora de que únicamente juntos se camina bien. Servir ecuménicamente, por eso, es posible y agrada a Dios.

Desde la asamblea de Nueva Delhi (1961) acuden a cada cita general del CMI observadores católicos. Desde 1968, el Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos (PCPUC), de la ICR, y Fe y Constitución (FC), del CMI, preparan juntos el Octavario. Y, desde 1999, las actividades del Grupo Mixto de Trabajo (GMT), formado por miembros de la ICR y del CMI, son incesantes, apasionantes y desbordantes en su finalidad consultiva. Los discursos del papa Francisco en Ginebra llevan el inconfundible estilo de este célebre GMT: más que membresía oficial, pues, colaboración real. Francisco ha sabido estar.

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