¿Francisco es peronista, cristinista o amigo de Moyano? ¿Sabía de los abusos de tal o cual cardenal y los encubrió? ¿Defiende posturas económicas comunistas o es un promotor de la pobreza como falsa virtud? ¿Es antiabortista, antifeminista y está en contra de la educación sexual? ¿No viene al país porque no le gusta Macri, porque hay obispos vernáculos que no lo apoyan o porque prefiere manejar los hilos de la política argentina desde su cómodo sillón de Santa Marta? ¡Al final las reformas de la Iglesia no llegan y solo se ha dedicado a armar comisiones sin capacidad de resolución o, por el contrario, se salta las reglas y no respeta las ancestrales tradiciones eclesiales que hacían de la Cristiandad un ejemplo de moralidad y seriedad! Y podríamos seguir con esta retahíla de flashes seudoinformativos que ocupan primeras planas o bien pensados espacios en medio de otras noticias que embarran siempre la cancha eclesial. Lo dicho de Francisco, se extiende, ‘mutatis mutandi’, a cualquier acción de la Iglesia católica en nuestro país o cualquier zona vecina que aporte escándalo y menosprecio.
Cualquier persona medianamente formada sabe que ya no contamos con medios de comunicación e información propiamente dichos. Todos son conglomerados de bombardeo masivo de seudoinformaciones totalmente manipuladas por un lobby que responden a sus intereses o los de aquellos que lo sostienen económicamente. Casi nada es ya ingenuo, gratuito, veraz o ético. No hay más información periodística de lo que pasa, sino manipulación de medias verdades y muchas más mentiras o tergiversaciones que buscan generar convicciones en la población y estados de ánimo social indispensables para alcanzar, casi siempre, ocultos beneficios sectoriales. Se ha hablado de la posverdad, ese mecanismo por el cual se genera una realidad creída por buena parte de la población, prácticamente sin crítica y que puede tener poco o ningún asidero sobre lo que realmente está pasando. Los hechos ya no importan, sino solamente lo que pueda decirse e interpretarse sobre ellos. O más aún, directamente la fábrica de hechos que sostienen afirmaciones prefabricadas previamente con algún fin prediseñado.
La posverdad, como ha sido bien estudiada, juega sobre la ingenuidad de “la gente”, su comodidad, su búsqueda de seguridad y confort que no sean amenazados y, sobre todo, sobre una ignorancia generalizada gestada en una educación decadente, y muchas horas frente a cualquier medio transmisor que anestesie las conciencias. La política le agrega a ese juego, el trabajo con el “triperío” que genera esa posverdad. La gente ya no se mueve tanto por sentimientos, sino por broncas, pasiones desencajadas y tristezas depresivas que llevan a reacciones inhumanas. La misma justicia desde hace muchos años, sin argumentos y con una descarada falta de ecuanimidad, juega sus cartas más importantes llevando cámaras a cualquier lugar donde deba realizar un operativo, incluso aquellos que son totalmente disparatados con el uso de excavadoras, fotocopiadoras y escuchas ilegales, porque “ya lo vimos en la serie del chapo en Netflix”. Aquella famosa novela política de ficción distópica escrita por George Orwell, “1984”, ha demostrado quedarse corta en cuanto a lo que la población elige a cambio de una falsa seguridad y de un futuro lleno de aparatitos que nos quiten la responsabilidad de vivir la “temida libertad responsable”.
Los lectores pueden pensar que es una pintura demasiado negativa de la realidad y de los MCS. Alguno puede sugerir que adherimos excesivamente las teorías conspirativas para interpretar lo que está sucediendo. Que cada uno matice lo aquí expuesto hasta donde crea necesario y, sin embargo, sugiero no ser demasiado “flexible” pues estos poderes también juegan con esa sana capacidad que tenemos muchos de no extremar las cosas e intentar ponerlas en su justo punto. El problema es que actualmente la información, la desinformación, o la mala información son consideradas el primer poder mundial pues la población se mueve por lo que cree saber de la realidad, a la que se asoma por medio de una pantalla. Piensen los lectores cuántas personas conocen que creen que porque algo llegó por WhatsApp o salió en la televisión eso sucedió de verdad y, casi la mayoría de ellos, asumirán gustosos que pasó como se lo cuentan. Porque los que arman la red informativa, sea en las oficinas de un “diario serio” o en la sucia covacha de los generadores de ‘trolls’ del poder de turno, saben que allí tendrán sus mejores aliados que difundirán hasta el infinito eso que ellos han lanzado. Así funciona hoy el mundo.
Una vez alertados sobre el funcionamiento de los MCS, mi pregunta es sobre nosotros los cristianos que decimos tener una cosmovisión propia, aquella regalada por Jesús de Nazaret y que llamamos Reino de Dios. Se supone que, aunque somos ciudadanos de este mundo neoliberal hipercomunicado, siempre recurrimos para nuestra interpretación de la realidad a los ojos, la inteligencia y el corazón del Nazareno. En teoría somos mucho más difíciles de manipular pues hemos optado por leer el mundo “desde” la orilla de los más débiles, pobres y excluidos como nos lo enseñó nuestro único Maestro.
Esa mirada desde los últimos se complementa con la alegría del “evangelio” que siempre es “Buena Noticia”, aún en medio de las sombras del mal. No para negar su acción antihumana, sino para buscar la manera de contrarrestarla con bien, con vida y con amor. ¿Estamos leyendo bien la realidad o nos tienen atrapados con esa visión del mundo que sustenta el poder hegemónico y lo único que hace es aumentar el sufrimiento de la humanidad? ¿No estaremos siendo cómplices o funcionales a ese poder, incluso destruyendo, sin darnos cuenta, a nuestra Iglesia que, a pesar de todas sus heridas y pecados –qué duda cabe-, sigue promoviendo el evangelio del Reino en la mayoría de sus miembros y sus comunidades? ¿Qué abunda en nuestros corazones, nuestros labios y nuestros smartphones?
Francisco mismo nos dice sobre el tema: Para los cristianos, las lentes que nos permiten descifrar la realidad no pueden ser otras que las de la buena noticia, partiendo de la «Buena Nueva» por excelencia: el ‘Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios’ (Mc 1,1)… Esta buena noticia, que es Jesús mismo, no es buena porque esté exenta de sufrimiento, sino porque contempla el sufrimiento en una perspectiva más amplia, como parte integrante de su amor por el Padre y por la humanidad. En Cristo, Dios se ha hecho solidario con cualquier situación humana, revelándonos que no estamos solos, porque tenemos un Padre que nunca olvida a sus hijos… Bajo esta luz, cada nuevo drama que sucede en la historia del mundo se convierte también en el escenario para una posible buena noticia, desde el momento en que el amor logra encontrar siempre el camino de la proximidad y suscita corazones capaces de conmoverse, rostros capaces de no desmoronarse, manos listas para construir. Creo que es necesario romper el círculo vicioso de la angustia y frenar la espiral del miedo, fruto de esa costumbre de centrarse en las «malas noticias» (guerras, terrorismo, escándalos y cualquier tipo de frustración en el acontecer humano). Ciertamente, no se trata de favorecer una desinformación en la que se ignore el drama del sufrimiento, ni de caer en un optimismo ingenuo que no se deja afectar por el escándalo del mal. Quisiera, por el contrario, que todos tratemos de superar ese sentimiento de disgusto y de resignación que con frecuencia se apodera de nosotros, arrojándonos en la apatía, generando miedos o dándonos la impresión de que no se puede frenar el mal. Además, en un sistema comunicativo donde reina la lógica según la cual para que una noticia sea buena ha de causar un impacto, y donde fácilmente se hace espectáculo del drama del dolor y del misterio del mal, se puede caer en la tentación de adormecer la propia conciencia o de caer en la desesperación. (Mensaje del Santo Padre Francisco para las 51º Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, Enero 2017)