FRANCISCO VÁZQUEZ Y VÁZQUEZ | Embajador de España
No es preciso gozar de dotes proféticas para aventurar que en el futuro inmediato se ciernen tiempos difíciles en España para el ejercicio del derecho a la libertad religiosa, sobre todo en el terreno de la educación.
Resulta sorprendente la arbitraria vara de medir con la que se justifican y disculpan todos los excesos que contra la fe católica se cometen, se toleran o se instigan prácticamente a diario desde las instituciones públicas y desde cada vez más medios de comunicación.
Bajo el eufemismo de que no existía ánimo de ofender, se permiten todo tipo de parodias, burlas y difamaciones contra los símbolos y los principios doctrinales de la religión católica, mancillando incluso los lugares de culto o la iconografía religiosa. Se aplica con el mismo celo el escarnio contra lo religioso como la celeridad en la denuncia y condena de cualquier atisbo de discrepancia pública con las imperantes doctrinas de género o de diversidad sexual, llegándose incluso a acusar a la Iglesia católica de fomentar el odio, por sencillamente defender los valores tradicionales de la familia cristiana.
Todo es tan evidente, que pocas explicaciones se precisan para argumentar la creciente hostilidad de los unos y el acomplejado silencio de los otros en relación al hecho religioso en nuestra sociedad y la manifiesta intención de reducir al ámbito de lo privado la expresión y el ejercicio de la fe, cuando no incluso el prohibirla o erradicarla de sus escenarios propios y tradicionales.
Los nuevos inquisidores ganan la batalla conceptual: nadie reivindica la vigente aconfesionalidad del Estado, tan solo se habla de la necesidad de lograr la laicidad de las instituciones, como expresión de una sociedad más libre; la presunta existencia de privilegios fiscales y económicos a favor de la Iglesia es ya, desgraciadamente, verdad asentada en amplios sectores de la opinión pública; el aborto se ha convertido en un derecho, usurpando precisamente el de la vida, que es la génesis de todo el cuerpo jurídico. Y así podíamos seguir hasta el infinito.
Nada es accidental. Se provoca, como por ejemplo, con la blasfema representación de los carnavales canarios. Se alborota exigiendo la supresión de la Santa Misa de la programación televisiva. Se especula denunciando la existencia del cuerpo de castrenses en las fuerzas armadas.
Se genera así el conflicto, nacido de la lógica respuesta y correspondiente rechazo a esas actitudes y demandas, generando el debate respecto a la religión y al papel de la Iglesia.
Lograda la polémica, el siguiente paso será el denunciar el pacto de Estado en materia educativa debido a la asignatura de la Religión y a la existencia de la enseñanza concertada. Nuevamente, la Iglesia católica es la gran enemiga, el obstáculo para la modernidad y, así, un larguísimo y conocido etcétera. Todo ello para lograr tres objetivos que hasta los ciegos pueden ver:
- La denuncia y abolición de los vigentes Acuerdos con la Santa Sede.
- La promulgación de una nueva ley de libertad religiosa.
- Si ello fuera posible, de realizarse una hipotética reforma de la Constitución, introducir el principio de laicidad y suprimir cualquier referencia a la Iglesia.
La fase de calentamiento ya se ha hecho. El primer asalto será la educación, y quien no quiera verlo así, permanezca en el limbo de los ingenuos.
Prometo no seguir siendo reiterativo y escribirles del sexo de los ángeles (aunque lo escrito va a misa, y recuérdenlo).
Publicado en el número 3.030 de Vida Nueva. Ver sumario