Se ha celebrado, organizado por la Conferencia Episcopal Española, el funeral por las víctimas del coronavirus. Algunas instituciones presentes en este acto, lo han comentado en redes sociales con profusión de imágenes. No voy a comentar ausencias, pero sí presencias porque considero que es importante que otras confesiones cristianas hayan aceptado la invitación y hayan compartido tiempo, espacio y, sobre todo, oración común por las víctimas de esta pandemia del coronavirus. Esto es ecumenismo de la vida. El que de verdad permitirá avanzar. Y, por supuesto, la presencia de otras religiones –musulmana y judía– también ayuda al diálogo interreligioso.
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Algún comentario en redes sociales ha llamado la atención porque desde Vicepresidencia del Gobierno de España, se comentaba, y cito textualmente: “La vicepresidenta 1ª @carmencalvo_ asiste, en representación del gobierno, a la misa funeral por las víctimas de la pandemia de Covid-19 que ha organizado la @Confepiscopal. Presidida por los Reyes, la ceremonia es oficiada en La Almudena por el Arzobispo de Madrid @cardenalosoro”.
Meter la pata
Meter la pata –coloquialmente hablando– forma parte de la condición humana y todo los hacemos más de alguna vez. No pasa nada por ello, se corrige el error y solucionado. Sin embargo, en determinadas instituciones, cuando los errores en una materia concreta son repetitivos, es señal inequívoca de algo pasa. Hay que suponer que, al frente del protocolo de eso que se ha dado en llamar “la Moncloa”, deben de estar personas expertas en la materia que, como es lógico, tienen que trabajar en estrecha relación con las personas del departamento de comunicación, para que no pase lo que figura en el tuit citado.
En “la Moncloa” deberían saber, y más si ese tuit se cuelga desde la cuenta de quien está al frente del departamento de relaciones con la Iglesia católica, que quien presidía el funeral no era el Rey de España, sino el cardenal arzobispo de Madrid, D. Carlos Osoro Sierra. Un rey, aunque ostente el título de católico y sea –por título histórico y, por tanto, bajo fórmula ‘non præjudicando’– Rey de Jerusalén, nunca puede presidir una eucaristía.
Errores de este tipo, que podrían achacarse a las prisas del momento, cuando suceden con frecuencia ponen sobre la mesa la poca importancia que se le da a la falta de cultura religiosa. Y hablo de cultura religiosa para que quede claro que no hablo de formación religiosa.
Detalles de este tipo son los que marcan la diferencia entre el simple trabajo y la excelencia en el mismo. Conozco a varios excelentes profesionales de protocolo y de relaciones institucionales que cuidan hasta el más mínimo detalle. Primero, porque miman su trabajo; segundo, porque son conscientes de la importancia que tiene una excelente ejecución de su cometido para la buena cara de la institución donde trabajan; y, tercero, porque su actividad es comunicación en gestos, en imágenes y en palabras.
La formación religiosa –y no me refiero a la católica exclusivamente–, como parte de la cultura general, tiene que ser tan necesaria como cualquier otra materia en ciertas profesiones. No todo consiste en llenar los espacios con palabras para decir algo. Más bien se trata de expresar con la palabra correcta, aquello que se quiere comunicar.
Son los detalles los que marcan la diferencia. Y se nota.