En apenas unos días, nuestra vida ha cambiado completamente. La pregunta que muchas personas nos hacemos estos días, y que no sabemos responder, es: ¿pero qué está pasando?
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Estamos atónitos, sin dar crédito al dolor que estamos viviendo. Todo esto parecería imposible que fuera realidad. La expansión del COVID-19 por 187 países, las medidas que estamos teniendo que tomar a nivel mundial, el dolor que está generando… Todo es tan superlativo, tan increíble, tan inimaginable. El COVID-19 nos ha desbordado social y personalmente.
Es imposible escribir o hacer ninguna reflexión sobre todo esto sin empezar expresando una profunda empatía por todas las personas que están sufriendo directamente, o en sus círculos familiares cercanos, los efectos crueles de coronavirus. A todas ellas solo podemos expresarles unión y cercanía hondas.
Cinco intuiciones
Entreculturas somos una ONG de desarrollo con un foco muy fuerte en lo educativo y no podemos dejar de preguntarnos si hay algo que aprender de esta crisis; si este maldito COVID-19 tendrá algo de pedagógico. Ciertamente, no lo sé, pero, si algo es claro, es que esta crisis nos está ayudando a poner blanco sobre negro algunos de los dilemas que tenemos como sociedad y como personas. Y me gustaría destacar cinco de ellos:
- En nuestra ignorancia o ingenuidad, pensamos que nadie podría pararnos, que éramos dueños de nuestro presente y nuestro futuro. Hoy, que un tercio de la humanidad ya está confinada en sus casas, que tememos por la vida de los nuestros, que las escuelas de 138 países en el mundo están cerradas, lo que supone casi el 80% de la población estudiantil mundial o, lo que es lo mismo, que tres de cada cuatro niños y jóvenes y que alrededor de 60,2 millones de docentes en el mundo tampoco pueden trabajar en las aulas, ya sabemos con certeza que este pequeño virus nos ha parado; ¡ay si nos ha parado! Hemos caído en la cuenta de nuestra vulnerabilidad, de nuestra fragilidad infinita. Quizás, recuperar un talante sencillo y humilde es lo que nos posibilite afrontar el reto inmenso que nos plantea esta crisis; ya sabemos que, hoy más que nunca, nos necesitamos los unos a los otros. Con humildad, reconocemos que ahora todo lo que podemos hacer es, simplemente, quedarnos en casa.
- Creíamos que el COVID-19 era un tema que pertenecía a un país y, además, a un país lejano. Veíamos en el telediario cómo construían hospitales en solo dos semanas y jamás llegamos a pensar que esto tendría relación con nosotros. Pero muy pronto hemos aprendido que este problema es global, hemos ido viendo cómo la mancha del coronavirus se ha ido extendiendo de país en país y cómo se ha ido agrandando en cada uno de ellos. Estamos viendo el impacto tan devastador que está teniendo en países con estados fuertes y con sistemas de salud robustos. Las organizaciones que trabajamos en cooperación al desarrollo y que estamos en países con estados muy frágiles, donde los sistemas públicos de educación o salud son muy débiles, no podemos dejar de alarmarnos y de levantar la voz sobre lo brutal que será el zarpazo del COVID-19 cuando se extienda por los países más empobrecidos y a las poblaciones más vulnerables. ¿Qué pasará con las personas migrantes y refugiadas? En el mundo hay 763 millones de migrantes internos, 272 millones de migrantes internacionales y 71 millones de personas desplazadas forzosas. Nuestros equipos en terreno ya nos están reportando sobre la terrible frustración ante los primeros efectos y el duro impacto que está teniendo el coronavirus en estas poblaciones. Por ejemplo, Uganda ha anunciado medidas para suspender la recepción de nuevos refugiados y solicitantes de asilo durante los próximos 30 días. En estos contextos es también obligada nuestra respuesta, sería intolerable la inacción. Los problemas globales solo se pueden abordar con respuestas globales. No hay ningún otro camino sostenible en el futuro.
- Cuando vemos que nuestros hospitales se saturan, que el personal sanitario se desvive por cuidar a los nuestros, vemos con claridad que los bienes públicos (y me centro ahora solo en dos bienes capitales y básicos: salud y educación) deben estar garantizados. La mejor inversión que puede hacer una sociedad es invertir en salud y en educación, porque eso es invertir en vida, es invertir en futuro, es invertir en personas. Es nuestro mayor tesoro. Seguro que, cuando salgamos de esta crisis, lo habremos aprendido y no admitiremos recortes de ningún tipo, ni en salud ni en educación, ni aquí ni en los fondos de cooperación destinado a tantos países de África o América Latina.
- Esta crisis nos está haciendo sentir que nuestras familias no acaban en nuestros parientes. Nos enseña que nuestra familia son todas las personas que sufren esta crisis. Nos sentimos familia y orgullosos de todos los que están cuidando y trabajando para salir de esta. Estamos recuperando el sentido de familia universal, de fraternidad universal, de solidaridad global. Nadie puede quedar desatendido, nadie puede quedar atrás. No hay distinción de lugar, ni de nacimiento, ni de edad, ni de nada, como algunos partidos quieren hacernos creer. Estamos aprendiendo que todas las personas hemos de salir juntas. Este, quizás, sea el más importante de los aprendizajes que nos puede dejar esta crisis. Si somos capaces de ponerle carne y concreción a esta frase, habremos dado un salto de gigante como humanidad.
- Y, por último, recupero el lema de la Agenda 2030: ‘Nadie puede quedar atrás’. Esta crisis sanitaria sin precedentes se está cebando, de un modo cruel, con las personas más vulnerables, con nuestros mayores. La sociedad entera se está volcando en cuidarles y protegerles. El #YoMeQuedoEnCasa es el modo de decir a nuestro mayores: os queremos aquí, os queremos con nosotros. Este clamor de querer cuidar y proteger a los más vulnerables habla de la altura de nuestras sociedades.
Cuando arrancó la crisis, a mí, personalmente, me pilló con unos compañeros en viaje de trabajo en Guatemala. Estábamos reunidos todos los países miembros de la red Fe y Alegría (atendemos educativamente a más de un millón y medio de chicos y chicas de sectores muy vulnerables en 23 países de América Latina y África). Estábamos intentando visualizar cuáles serían las fronteras educativas a las que estamos llamados en los próximos años. El COVID-19, lógicamente, interrumpió de manera abrupta nuestra reflexión, pero creo que hoy el coronavirus nos ha dado algunas luces sobre dónde debemos poner nuestros esfuerzos como sociedad y como organización de desarrollo en los años venideros.
Tenemos que seguir trabajando para que nadie se quede atrás, tenemos que seguir poniendo nuestros esfuerzos en que los bienes públicos nunca se pongan en venta, que nunca puedan quedar poblaciones excluidas de ellos para convertirse en algo que se compre o se venda. Hemos aprendido que la opción por las personas más vulnerables es lo que mide la altura ética de las sociedades y hemos aprendido también que los grandes retos solo se pueden abordar uniendo las voluntades de todas las personas. Es fundamental la conciencia social. Ahora valoramos más que nunca lo que supone dar un abrazo, eso que no podemos hacer estos días. Pero lo que sí podemos hacer es permanecer unidos y cuidar a las personas más vulnerables.