Me preguntan en Vida Nueva qué puede aportar hoy la Iglesia en España ante la actual coyuntura política. Creo que lo primero que tenemos que aportar los cristianos en estos momentos es un mensaje de serenidad y de calma. Ganadores y perdedores, necesitamos tiempo para comprender y valorar lo que está ocurriendo en España. Las euforias no son buenas. Y las irritaciones tampoco.
Por lo demás, ahora, como siempre, la Iglesia tiene que ofrecer a los españoles, sin distinción de grupos ni tendencias, el mensaje de Jesús. El mejor servicio que podemos hacer a nuestra sociedad es ayudarle a que reconozca en Jesucristo el modelo definitivo de la mejor humanidad. De la fe en Jesús nacen criterios y valores que dignifican la vida y favorecen sólidamente la convivencia y el progreso. Y esto lo tenemos que hacer con sencillez y cercanía, sin privilegios, viviéndolo primero nosotros con plena autenticidad.
La Iglesia no interviene directamente en la vida política, no somos una institución de orden político, no entramos en la contienda política, ni tenemos aspiraciones de orden político. Nuestra tarea consiste en mantener viva la presencia de Jesucristo en la vida de la sociedad. Y nuestro objetivo es la conversión de las personas al reconocimiento de Dios y de su enviado Jesucristo. Estamos convencidos de que de esta forma contribuimos decisivamente al bien de todos.
Izquierda y derechas: aprender a convivir
En relación con la vida social y política, la mejor aportación que puede hacer la Iglesia está en la formación de las conciencias y en la promoción de ciudadanos honestos, generosos, diligentes, preocupados por el bien de los demás. De la comunión con Jesucristo surgen personas renovadas que luego actúan con actitudes limpias y generosas en todos los entresijos de la sociedad, en la vida familiar, en la formación y educación de los jóvenes, en la vida laboral y económica, en las mismas actividades políticas. La vida en libertad requiere una gran labor de educación moral, ese es el terreno donde la Iglesia y los cristianos tenemos que estar presentes más activamente.
Más en concreto, pienso que los católicos españoles tenemos que seguir empeñados en favorecer el acercamiento y la mutua aceptación de los diferentes grupos y las diversas tendencias. Nuestra vida política se ha vuelto demasiado agresiva y hasta destructiva. Izquierdas y derechas, conservadores y progresistas tienen que aprender a convivir con honestidad y respeto, sin engaños, sin descalificaciones, con una clara conciencia de solidaridad e interdependencia, buscando entre todo lo que sea mejor para el bienestar de todos, sin partidismos ni exclusiones. En estos meses pasados hemos visto demasiada agresividad y demasiadas actuaciones partidistas. Necesitamos un gran movimiento de responsabilidad colectiva, una voluntad generalizada y apremiante de colaboración efectiva.
La conciencia de unidad, la voluntad de colaboración, el interés por el bien del conjunto de la sociedad, son asignaturas todavía pendientes entre nosotros. No es una cuestión de leyes, sino de educación y de mentalidad. La Iglesia puede hacer mucho, y debe intentar hacerlo, en este campo de la formación y de la educación para la convivencia en libertad, sobre la base de la verdad y de la generosidad. En la vida civil nadie se preocupa de clarificar y fortalecer la conciencia moral de los ciudadanos. Esa tiene que ser nuestra principal aportación al bien común, desde la fe en Jesucristo, desde el respeto a la soberanía de Dios, o por lo menos, desde el respeto sincero al ser y al valor de todo ser humano.
No lo tenemos fácil: desconfían de la Iglesia
La comunidad cristiana tiene que influir en la vida política, principalmente, mediante la formación de la conciencia moral de los ciudadanos, promoviendo por todos los medios posibles y legítimos la defensa y la protección de la vida humana en todas sus circunstancias y en toda su amplitud. Dentro de la legitimidad democrática tenemos un campo muy amplio de actuación, en la defensa de la vida de los no nacidos, de los enfermos y de los ancianos; en la defensa de la libertad religiosa y de la libertad en la educación de los hijos; en la promoción de la justicia social; en la protección de la familia y en el apoyo al pleno reconocimiento y respeto de la dignidad de la mujer, etc.
No lo tenemos fácil, porque gran parte de la sociedad vive hoy de espaldas a nosotros. No tienen confianza en nosotros. Pero tenemos que ser capaces de recuperar la autoridad moral que necesitamos para poder acercarnos a todos e invitarles amigablemente a buscar en Jesucristo las mejores actitudes de humanidad, convivencia y solidaridad. Las parroquias, los colegios y las asociaciones cristianas tienen que ser lugares de encuentro, de acogimiento y convivencia, donde se encuentren los españoles de toda clase y condición, y donde aprendan a convivir con respeto y estima, por encima de todas las diferencias sociales y políticas.
En resumidas cuentas, nuestro lugar es un lugar discreto, de misión y de servicio. Sin pretensiones políticas de ninguna clase. Dejemos a los ciudadanos que discutan y arreglen los problemas de la convivencia de la mejor manera posible. Nosotros seamos de verdad los discípulos de Jesús, vivamos sobriamente mano a mano con nuestros conciudadanos, sin distancias ni privilegios, ofreciéndoles amigablemente el mensaje de Jesús, sin prepotencias ni condenaciones, como el mejor camino de acercamiento, solidaridad, generosidad y progreso, en paz y libertad.
Mansedumbre y firmeza
La Iglesia y los católicos aceptamos lealmente a los que han sido investidos de autoridad de manera legal y legítima. Siempre ha sido así. Pero a la vez defenderemos firmemente nuestra libertad y la libertad de todos. Con mansedumbre y firmeza. Somos discípulos de aquel Jesús, manso de corazón, que dio testimonio de la verdad ante Pilatos hasta la muerte. No tengamos miedo. No nos impacientemos. Aguantemos lo que haya que aguantar. Tenemos un camino largo, pero sabemos que llegaremos a un final glorioso. El Señor camina con nosotros. Y nosotros queremos que todos caminemos con él.
Y como somos conscientes de que todos los bienes nos vienen de Dios, tenemos que orar constantemente por el bien de nuestra patria: Señor, Dios nuestro, danos tu Espíritu de amor y de concordia, sana nuestros corazones, ayúdanos a promover la verdadera justicia, que es siempre fuente de convivencia y de paz.