“Que sea lo que Dios quiera”. Es lo primero que se le escapa a un obispo cuando ‘Vida Nueva’ le pregunta por aquel que está llamado a suceder al cardenal arzobispo de Barcelona, Juan José Omella, como presidente de la Conferencia Episcopal. No es una expresión que se deja caer sin más. Llega cargada de preocupación por la nave que ha de pilotar quien tome los mandos, tanto de puertas para dentro de la Iglesia, como en su relación con la clase política y la opinión pública.
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Y Roma. Porque no son pocos los asuntos pendientes con el Vaticano. No solo por la urgente y pautada reforma de los seminarios, sino, en general, por el aterrizaje del pontificado de Francisco, con la sinodalidad en primer plano, pero con otras tantas reformas que parecen acumularse, como la aplicación de la pastoral familiar de ‘Amoris laetitia’, la conversión a la ecología integral que plantea Laudato si’… Y Fiducia supplicans, que ha permitido desenmascarar y descubrir las cartas de unos y otros.
Cuando el pasado verano Francisco nombró a José Cobo arzobispo de Madrid, le creó cardenal y, poco después, le incorporó al Dicasterio para los Obispos y al Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, la ecuación se daba por despejada. Cobo estaba marcado como el hombre del Papa en España de presente y futuro, y el relevo natural de Omella en la calle Añastro. Pero no. Desde el minuto cero, el purpurado madrileño se apeó de cualquier quiniela. Se descartó tanto ante sus hermanos obispos como ante quienes intentaban jalearle. Sin palmas ni borriquita, eso sí. A unos y otros ha explicado, de forma reiterada, que primero tiene que llevar a cabo una puesta a punto en la capital y responder a las encomiendas vaticanas, que no son menores. Añadir la batuta de la Ejecutiva, la Permanente y la Plenaria ahora no tendría sentido.
Con su recado lanzado a los cuatro vientos, tocaba buscar alternativa. Un nombre ya pululaba cuando nadie imaginaba la irrupción de Cobo en la primera línea de fuego mitral. El arzobispo de Valladolid, Luis Argüello. Entre sus méritos, se encuentra su desempeño como secretario general del Episcopado, donde pudo desplegar su dotes para que el engranaje de la calle Añastro funcionara con mayor transversalidad. A la par, en sus intervenciones a puerta cerrada y ante los medios, mostró su bagaje intelectual, su capacidad analítica de la realidad y sus dones para desenvolverse en territorios hostiles. Como aval, presenta, además, ‘El Dios fiel mantiene su alianza’, manual de orientaciones pastorales de firma colegial, pero con sello propio, que sigue presentando por todo el país.
Rozando el límite de edad
A eso se une que pastorea con docilidad la diócesis castellana, por lo que no le resultaría complejo asumir la presidencia de la Conferencia Episcopal, como ya lo hiciera su predecesor, Ricardo Blázquez. Lo cierto es que Argüello accede por los pelos a ser elegible, ya que una de las últimas reformas promovidas por Francisco determina que solo podrán ser candidatos los pastores que no cumplan 75 años durante el cuatrienio de su posible mandato. El arzobispo de Valladolid cumple 71 años el 10 de mayo, lo que significa que no rebasa la fecha límite por dos meses.
“Doy por hecho que va a ser él. Es un candidato óptimo y natural; sin embargo, su discurso en los últimos meses se ha endurecido tanto en nuestras reuniones a puerta cerrada como en diferentes intervenciones públicas”, dice un elector que hasta hace unos días parecía decidido a confiar en Argüello, pero ahora se lo está repensando. “No me ha gustado que haya un grupo que le haya creado una candidatura. No lo digo por él, sino por quienes alientan el voto desde hace días como si esto fuera una lucha de poder político, algo que el Papa precisamente denosta”, apunta. “Están utilizando a Argüello como un dardo contra Cobo y una bofetada contra Francisco, como ocurrió con la elección del presidente de los obispos de Estados Unidos. Están buscando cómo polarizarnos a todos”, apostilla otro prelado.
De hecho, este mismo parecer lo comparten otros dos obispos, que dicen sentirse “contrariados”, cuando “no molestos”, por la campaña eclesial con tintes electoralistas y flecos mediáticos, que han buscado “ensalzar a Argüello a costa de humillar a Cobo”. “Así no se juega”, dice uno de estos dos prelados visiblemente enfadado. “Es normal que siempre se barajen nombres para la presidencia, y que trasciendan a los medios, y que los periodistas hagáis quinielas como hacemos nosotros, pero ir en contra de un hermano obispo en un periódico de esa manera para intentar dirigir nuestro voto a un único candidato, disfrazándolo de voto útil, no es de recibo”, aprecia el otro votante.
Sin imposiciones
¿Será que los periodistas están creando una imagen distorsionada de un grupo cohesionado donde simplemente hay diversidad de sensibilidades? “No, lo que ves es lo que hay, y está claro que hay eméritos más activos que nunca, que siguen tejiendo sus estrategias a corto, medio y largo plazo”, lamenta apesadumbrado un obispo que ha vivido en primera persona cómo se ha presionado en los últimos meses al cardenal Omella en la Ejecutiva y en la Permanente.
Lo cierto es que los obispos españoles conforman un colectivo al que no le gustan las imposiciones. O lo que es lo mismo, ‘que nadie me diga a quién tengo que votar’. Máxime cuando, en un tiempo no tan lejano, tal y como ya desveló en su momento esta revista, se repartían sobres a los deudores de algunas mitras para indicarles a quién votar, lo mismo para la presidencia que para estar al frente de una comisión episcopal. Ahora las directrices resultan más sencillas de dar por WhatsApp.
A esto se suma el que los obispos, en su dinámica electoral, suelen dejarse llevar por la inercia. Esto es, el candidato que barre de forma significativa en la primera votación de sondeo de la que nace la terna de futuribles presidentes, es el que se lleva el gato al agua en la siguiente ronda. La máxima es no alargar procesos, no dar la sensación de una confrontación enconada y pasar cuanto antes el trance electoral. “Si uno quiere y se deja, no vamos a batallar más”, sería el resumen de la práctica episcopal explicada por un pastor que acumula unas cuantas plenarias.
Esto es lo que podría suceder a priori la semana que viene con la candidatura de Argüello. No tanto por el arzobispo de Valladolid, como por quien lleva meses programando su ascenso en Añastro y por la ausencia de una alternativa sólida. De esta manera, el lunes 4 de marzo se llegaría con un listado armado de una minoría lo suficientemente significativa a su favor como para arrastrar a una mayoría silenciosa que no ha movido ficha hasta ahora –o sí, pero sin neones– y no sabría por quién decantarse como alternativa.
Otros nombres
Sin Cobo en la saca, durante estos últimos meses son muchos los nombres que han surgido en los diferentes mentideros. Desde el arzobispo de Sevilla, José Ángel Saiz Meneses, al arzobispo de Santiago de Compostela, Francisco Prieto, pasando por el arzobispo de Burgos, Mario Iceta; el obispo de Getafe, Ginés García Beltrán, o el obispo de Bilbao, Joseba Segura.
Con el cardenal arzobispo de Madrid autoexiliado de cualquier terna, sin embargo, él sí podría ser considerado un gran elector. Y Cobo se pronunció. Horas antes del cierre de esta edición, el purpurado se ponía frente a los micrófonos de Radio Nacional de España. Se trataba de una entrevista centrada en el trabajo de Repara, el proyecto antiabusos de Madrid. Pero se coló la pregunta del presidenciable. Una vez más, el cardenal se orilló. Pero dio varias pistas en antena: alguien con experiencia en la Conferencia Episcopal, que aglutine, que dialogue con unos y con otros, de consenso y joven.
Pistas diplomáticas sin dar DNI alguno, pero que podría corresponderse con el perfil del arzobispo de Granada, José María Gil Tamayo. En su haber cuenta su etapa como secretario general del Episcopado, que dispone de un equipo de trabajo consolidado en su destino andaluz que está reconduciendo desde un vacío económico, que sabe moverse con soltura en los espacios políticos y que tiene entrada fácil en Roma, donde dejó huella por su entrega en el cónclave que eligió a Francisco, con un aprecio mutuo. Una terna abierta. Dos arzobispos y secretarios generales. Otros tantos nombres en la órbita. Y la incógnita abierta de quién será el presidente.