“La cuestión no es que no quiera casarme, es todo lo contrario; es que me gustaría casarme con todos. ¿Me pasa algo?” Alessandra sonríe, haciendo una mueca divertida, de falsa impertinente. Yo también sonrío, pero por otra razón. “Aquí está –me digo– sucedió de nuevo. ¡Ha cogido a otra!“.
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El sujeto de la frase es la segunda persona de la Trinidad, Jesús de Nazaret. Flannery O’ Connor, en su ‘Diario de oración’, escribió directamente “Querido Dios”, sin perífrasis; yo prefiero llamar a Jesús “el hijo del director”, me parece menos pretencioso, más informal.
“El hijo del director también la ha conquistado”, pienso ocultando una media sonrisa detrás de la taza de café. Se puede ver por los ojos brillantes que lo ha conseguido. Reconozco los síntomas porque yo también pasé por ahí. Y, de hecho, unos minutos después, Alessandra me pregunta cómo iniciar el noviciado en las Memores Domini.
Una vocación anfibia, vertiginosa en su extrañeza: totalmente en el mundo, totalmente fuera de las lógicas del mundo, basada en los tres consejos evangélicos pero sin el refugio de un hábito religioso. Totalmente laicos, pero también totalmente monjes, viviendo en casas normales, con facturas a pagar a fin de mes, como todos, pero con una habitación llamada “capítulo” y una campana que llama a la oración para la liturgia de las horas como en los monasterios.
La regla de la casa establece los salmos recitados en recto tono –para que las palabras puedan fusionarse en una sola línea de canto, incluso si son muchas–, misa diaria, una hora de silencio al día y una tarde de silencio por semana. Televisión prohibida y muchos espacios vacíos para dejarse llenar por una Presencia tan misteriosa como real, y escapar de ese “chicle para los ojos” que nos persigue incluso en casa, emergiendo fuera de las pantallas luminosas de nuestros teléfonos móviles.
Todos los días, un cuarto de hora de rodillas, para recordar que no nos “hacemos” por nosotros mismos, que todo lo que tenemos –cuerpo, tiempo, inteligencia, relaciones, amistades– lo tenemos como un regalo, o más bien, como préstamo, porque tarde o temprano tendrá que ser devuelto.
Alessandra me llamó con una excusa, pero la cita frente a un café, a media mañana, es por esta razón, para preguntarme esta cosa “del otro mundo” en este mundo, lejos de miradas indiscretas. Sé cómo funciona, Alessandra. Al principio, solo parece un pensamiento que puede pasar desapercibido entre miles, una idea loca que se puede archivar tranquilamente sin efecto colateral. Después comienza el seguimiento, un cortejo a veces discreto, a veces más explícito. Se llama “vocación”.
La llegada de la invitación
No es fácil resistir el asedio del Gran Seductor; el hijo del director tiene toda la realidad a disposición para llamarte. Es una invitación que te llega de mil maneras: en mi caso para el ataque final, después de años de distracciones, perplejidades, fugas más o menos conscientes, utilizó la voz de humo y miel de Norah Jones.
La canción de la rendición fue ‘Come away with me’ de Jesse Harris, hecha conmovedora y dulce por la voz de Norah; “My heart is drenched in wine, you’ll be on my mind, forever”. “Ok –me dije en una tarde como tantas otras hace 20 años–, ahora basta de huir”. Llegó el momento de ceder ante esta Gran Belleza que es aterradora por su enorme tamaño.
De ahora en adelante no faltarán las sorpresas, Alessandra. Como en la recitación de las horas, tu pequeño “sí” se convertirá inmediatamente en un “nosotros”. Y pronto te encontrarás en una familia extensa. Descubrirás que tienes una hermana gemela en Manaos, un hermano gemelo en Bolzano, una gemela tutsi (pero de baja estatura, que se llama Rose y es enfermera) y un gemelo que trabaja como anestesista en Minnesota.
Voto de inmensidad
Desde Ottawa hasta Novosibirsk, descubrirás “mellizos” que se conmueven con las mismas canciones que tú amas, que se han conmovido con las mismas palabras y tienen en el corazón el mismo deseo insaciable que nada logra colmar, la misma ansia de infinito. Durante toda la vida seguirás conociendo personas que son (inequívocamente) tu familia.
Alessandro Bergonzoni, escritor-autor-actor, con una de sus ingeniosas erratas, lo llama “voto de inmensidad”. No hay vuelta atrás, porque las cosas anteriores ya no son suficientes. “My heart is drenched in wine, you’ll be on my mind, forever”.