Hermanamiento y fraternidad son dos términos concretos en la historia de la tradición islámica: y se debe a Rabi’a, la mística más famosa, que vivió en el siglo VIII, tras la muerte del Profeta, llamada con el título de honor ‘ummul khayr’: madre de la bondad.
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Annemarie Schimmel, que ha dedicado más de 40 años al estudio de las lenguas y la cultura islámicas, en su libro ‘Mi alma es una mujer’. Lo femenino en el islam subraya: “En la prehistoria del sufismo la figura más importante es la de una mujer, Rabi’a al Adawiyya quien fue la primera en introducir en el sufismo rígidamente ascético del siglo VIII el elemento del amor divino absoluto, y el islam le asigna un lugar de honor en la historia del misticismo”.
La historia de Rabi’a enseña el camino de la libertad profunda. Una infancia huérfana, extranjera, esclava, luego liberada por su amo conmovido por su espiritualidad, vivió en Basora, donde adquirió una gran reputación de santidad. Predicaba, se retiró en el desierto a una ermita que se convirtió en un destino de peregrinación: incluso los grandes eruditos ‘ulama del islam iban a visitarla. Es considerada “madre del sufismo”: ha insistido en la igualdad de las mujeres con el hombre, porque en la vida espiritual no hay desigualdad entre los sexos.
Ibn Arabi, el maestro mayor, dijo a propósito de Rabi’a: “Fue la única que analizó y clasificó las categorías del amor hasta el punto de ser famosa intérprete del amor hacia Dios”. En 1100, al Ghazzali, el sumo teólogo, logró incluir la noción de mahabba (amor) en el islam “ortodoxo”. Rabi’a está enterrada en el Monte de los Olivos en Jerusalén.
*Artículo original publicado en el número de octubre de 2020 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva