Tribuna

Raíz, raíces, tronco y ramas

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RAÍZ

La raíz, yo, y nosotros

Tertuliano, dijo: “Dios Padre es una raíz profunda; el Hijo es el brote que irrumpe en el mundo; el Espíritu difunde la belleza y la fragancia”. Me gusta esta frase.

Nosotros tendemos más a ver como raíz a Cristo. No pasa nada porque teniendo como aliada a la Trinidad podemos situar a una u otra persona de la misma en lugares diferentes y seguirá siendo el mismo Dios.



En la narración del mito de Sísifo, se cuenta que fue condenado por los dioses a no ser feliz hasta que fijase una gran piedra en lo alto de un monte. La piedra era perfectamente redonda y la cumbre fina como la punta de una aguja. Con gran esfuerzo, Sísifo empujó la piedra hasta arriba, la colocó en la cima y … cuando soltó las manos, la piedra rodó pendiente abajo. Hoy lo sigue intentando con el mismo resultado. Sísifo no es capaz de desistir por sí mismo, ni admite el más mínimo consejo en ese sentido. Él pobre no puede dejar de querer ser feliz.

Sísifo somos también cualquiera de nosotros. Hasta ahora no hemos conseguido ser plenamente felices. Sin embargo, nosotros no nos enfrentamos a la condena de unos dioses mezquinos, nosotros queremos ser felices, pero, andamos preguntándonos, ¿existe la felicidad? ¿La vida que llevo es la que tengo que vivir sin posibilidad de cambio como Sísifo?

Para disfrutar de todo lo que ese Dios raíz nos puede dar, hay que tener clara la determinación de ser felices, porque, si no somos felices, nada haremos, ya que Dios es Felicidad. Sí, sin duda. Dios es la Felicidad. Y nuestro Dios nos atrae hacia Él y, así, aprendemos que esa Felicidad se escribe con mayúscula con la “f” de fe. Y, así, también aprendamos a decir: “Creo que la Felicidad existe”.

La raíz está, normalmente, escondida en la tierra aunque no siempre (raíces aéreas). En latín, humus significa suelo. Teniendo en cuenta la raíz, en este caso de la palabra, humildad, sería pisar la tierra, vivir en la realidad, reconocer lo que somos, con quién somos, y para quién.

Raíces

Captar el amor que Dios nos tiene es lo que nos convierte en hombres nuevos. Nuestro comportamiento se funda en la fe y no al revés. Que Dios sea raíz no significa que nosotros tengamos que ser sencillamente “ojeadores” de lo que surge a partir de esa raíz; al contrario, es necesario que nos “enredemos” en los hilillos de esa raíz para cambiar nuestra propia raíz, para que cambien nuestras hojas y frutos a partir de ese encuentro íntimo y personal.

Hay que volver a la raíz siendo lo que somos aunque lleve su tiempo y el proceso no sea sereno, ni agradable, y requiera podas en nuestra vida, porque, como dice el Libro de Job (14,7-9): “Hay esperanza para un árbol cuando es cortado, que volverá a retoñar, y sus rebrotes no faltarán. Aunque envejezcan sus raíces en la tierra, y muera su tronco en el polvo, al olor del agua lo reverdecerá y como una planta retoñará”.

Se trata de ser capaces de injertarnos para captar el amor que Dios nos tiene y que es lo que nos convierte en hombres nuevos con raíces nuevas. Nuestro comportamiento se funda en la fe y no al revés. Algunas veces parece que vivimos nuestra vocación como una simple rutina sin apenas raíz personal. Si cogemos una piedra del río y conseguimos partirla, a pesar de estar a remojo, está seca por dentro porque el agua resbala por su superficie. La superficialidad que respiramos muchas veces tiene los mismos efectos en las personas. Lo esencial nos resbala. León Felipe dice que “tenemos el peligro de que las cosas importantes se nos hagan como callos en el alma”. Un callo en realidad son células muertas.

Y decía Atahualpa Yucampi hace muchos años: “Tengo un amor tan amor que es la raíz de mi fuerza, que adquiere todas las formas teniendo una sola esencia”.

“Hablar de amistad con quien sabemos nos ama”, decía santa Teresa

Germinar desde la raíz es desarrollar las cualidades y las ansias que Dios nos ha puesto dentro. Es andar el camino hacia la inmanencia, la Felicidad, la plenitud, y la transcendencia dentro de la vocación a la que fuimos llamados en el bautismo y dentro de la vocación personal con la que también vivimos esa vocación inicial. Porque una vez que descubrimos que también nosotros somos raíz, podemos expandirnos como hacen las raíces normalmente, para vivir la vocación más ampliamente.

Todos estamos llamados a crecer y dar fruto, que es manifestar la vida que está en la raíz. Si esa vida está bien vivida a todos los niveles, sale al exterior, se muestra. Las ramas que están, dentro de la estructura de la planta, lejos de la raíz, muestran esa vida y sin esa raíz no serían nada. Y crecer y dar fruto es producto de un trabajo, sí, pero sobre todo es fruto de una relación estrecha, íntima, esa que nos permite enredarnos con los pelillos de la raíz y que normalmente conocemos como oración. Hablar de amistad porque… en Juan 15, 9-17, Jesús dice cantidad de cosas importantes: que todo lo que os he dicho es para que estéis alegres, que os queráis, que sois mis amigos, que vuestro fruto durará… Personalmente, lo que más me choca es eso de “sois mis amigos”.

En otras religiones las relaciones entre los dioses y los humanos se describen con palabras como siervos, esclavos, instrumentos, sometidos… pero no recuerdo haber leído en ningún texto sagrado de otras religiones que esos dioses llamen amigo a un ser humano. La verdad es que este aspecto tampoco se resalta mucho entre los cristianos. “A vosotros os llamo amigos” no es una expresión que utilicemos mucho.

Somos libertad

Dios no se porta como amo ni como propietario. Dice que no somos siervos ni instrumentos suyos: somos hijos, somos amigos. Somos libertad. Lo que Dios desea del hombre es que le entregue su persona y que en esa relación alcance la felicidad plena. Al padre del hijo pródigo lo que más le interesa es la vida y la Felicidad de los suyos, sí, de los dos hermanos.

Dios es inexplicable. Nunca lo podremos describir del todo con nuestras palabras ni con nuestras fórmulas teológicas. Él es siempre más de lo que decimos. Totalmente distinto, misterioso y cercano a la vez. Nuestro hablar lo empequeñece, pero no tenemos otra forma de referirnos a Él. ¿Por qué ahora no llegamos a despertar si quiera curiosidad sobre Dios?

La raíz de una planta se abona con determinados productos para que, por ejemplo, las flores puedan tener un color más marcado u otro, pero sigue siendo la misma raíz y la misma planta y las mismas flores, ¿qué aprendemos de esto?

Aprendemos a perder el miedo a hablar de otra manera y a adaptarnos sin cambiar la esencia, como decía Yucampi.

Los valores sociales están cambiando y, con ellos, también la sensibilidad religiosa cambia. Por ejemplo, ahora que se valora más la autonomía personal, y los paternalismos y la obediencia en sentido tradicional no están muy bien vistos, la palabra “amigo” puede ser para algunos mucho más significativa que “padre” para escuchar hablar de Dios.

En las promesas del Bautismo hay una que alude directamente a este quedarnos en los métodos, las instituciones y las fórmulas en lugar de preguntarnos qué haría Jesús en ese caso concreto. Pues hoy, sin duda alguna, adaptaría el lenguaje además de otros reajustes.

Cada uno en la vocación que vive y desarrolla su compromiso bautismal, vosotros como religiosos, yo como laica, tenemos que evolucionar en la lógica de la evolución de la creación del Génesis para mostrar y demostrar que también evolucionamos en humanidad. Incluso, por supuesto, en nuestras comunidades y congregaciones.

Dice el evangelista Juan (10, 27-30) que Jesús nos “conoce”; es decir, que nos quiere. Ya se sabe que, tratándose de personas, solo conoce quien ama. Solo se ve con el corazón; lo esencial es invisible a los ojos, dirá el Principito. Por cierto, vosotros ¿os sentís queridos por Dios? Todo lo que es positivo para nosotros es sacramento de Él, nos lo recuerda y nos lo da a conocer un poco: padre, madre, amigo/a, compañero, música, descanso, alimento…

Buscamos en Spotify cómo Dios canta con las voces de Simon & Garfunkel que, aunque para los jóvenes de hoy sean ya un poco abueletes, siguen teniendo canciones fabulosas y son ya clásicos: “Cuando estés abrumado y te sientas insignificante, cuando haya lágrimas en tus ojos, yo las secaré todas; estoy a tu lado. Cuando las circunstancias sean adversas y no encuentres amigos, como un puente sobre aguas turbulentas yo me desplegaré. Cuando te sientas deprimido y extraño, cuando te encuentres perdido, cuando la noche caiga sin piedad yo te consolaré, yo estaré a tu lado. Cuando llegue la oscuridad y te envuelvan las penas…  Si necesitas un amigo, yo navego tras de ti”.

No basta con ser “los más modernos de los antiguos” cuando se trata de allanar el camino para preparar la tierra para que la raíz agarre bien. Recordemos que estamos jugando con la tierra que puede conducir a otros al descubrimiento de Dios-raíz.

Nuestra vida debe desarrollarse manifestando nuestra vocación desde la raíz, sin embargo, muchas veces, no es nuestra falta de testimonio lo que más aleja a muchos de la experiencia de la Felicidad, sino esa imagen de institución rara, envejecida e inadaptada al mundo de hoy que siguen siendo algunas congregaciones, donde parece que la raíz es más el fundador/fundadora que Dios. ¿Es esa la voluntad de Dios?

Jesús fue un fenomenal comunicador. Pablo, por ejemplo, un eficiente organizador: Nosotros les rezamos, pero no los imitamos.

¿Cómo explicar, entonces, qué, quién, y cómo es la Raíz?

RAÍCES

De lo que rebosa el corazón habla la boca

Nuestra vida religiosa es cuestión de pasión y enamoramiento mantenidos y renovados, dinámicos,  según las etapas vitales, o no se sostiene.  Y como se nos recuerda en prov. 4, 34,  “debemos cuidar por sobre todas las cosas el corazón, porque de él brota el manantial de la vida”.  Decimos mucho y hemos insistido en ello en los momentos de la pandemia: “Cuídate para poder cuidar”.

Cuidar mi vocación significa cuidar mi persona, mis afectos, no podemos vivir sin dar y recibir amor conscientes de nuestra opción, toda elección supone renuncia pero optamos por la vida y el amor, y, sin embargo, a veces vivimos con cargas pesadas y nuestra comunicación no trasparenta que hemos encontrado el tesoro que centra nuestra vida.

Es también cuidar nuestras relaciones, nuestro descanso, tener espacios para disfrutar, gratuitos, sin tener que dar cuenta, no somos funcionarias pero a veces lo parecemos… apostar por la vida en sus diversas manifestaciones. Nos ayuda preguntarnos: ¿cómo está mi corazón,  fresco o mustio?,  ¿qué agua necesita?, ¿dónde voy a beber el agua revitalizadora, esa que calma la sed?

Cuando tengo que acompañar a tantas personas, equipos, obras apostólicas… ¿quién me acompaña?, ¿cuáles son las ayudas que necesito y que busco porque en solitario no puedo? Estoy segura de que se dejan ayudar, es solamente refrescar, ya que hablamos de agua, reafirmar y renovar nuestra manera de vivir.

Porque el mundo es complejo, la misión es intensa, debemos cuidar nuestra persona para poder cuidar mejor lo que se nos ha encomendado…

Raíces en invierno, gestando la primavera

Interioridad, familiaridad conmigo, con el Señor, saber conocerme, re-conocerme, mundo emocional, y la formación permanente que va a dar a luz la primavera,  proyectando futuro.

Si no asumimos el invierno no tenemos primavera

Si no nos dejamos acompañar no podemos acompañar.

Peligro y tentación de decir a los demás lo que tienen que hacer pero yo no lo hago.  Creer que el tiempo de gestación es imprescindible para engendrar una nueva criatura. Y abrazar el invierno:

Que supone la sequedad, el despojo, la poda, mantenidos en la esperanza de una nueva vida, fecunda no por el número, sino por la coherencia de nuestra vida, no importa cuántos somos sino cómo estamos.

Nos ayudará preguntarnos si ese invierno está envuelto en la nostalgia de otros tiempos que ya no van a volver o por el contrario somos creativos para un presente y un futuro distintos.

Contemplar la naturaleza en sus ciclos de vida también puede ayudarnos; ahora vivimos la explosión de la primavera, pero recordamos los paisajes secos y pelados, es así el ciclo vital.

Y en cada estación del año podemos recordar las palabra de Isaías: “Algo nuevo está brotando, ¿no lo notáis?”. ¿Cuáles son esos brotes incipientes? ¿Tenemos ojos del corazón para descubrirlos?

Primavera

Significa que ha pasado el invierno, que es un tiempo de fecundidad de nuestra persona, no de nuestro rol, cultivar mi persona que tiene que dar  vida, mi persona es más que el rol.

Cuando dejo mi rol, ¿dónde está mi persona? El servicio de gobierno acontece en un momento de la vida, pero después pasa ¿y cómo vivo yo sin dicho servicio? ¿cómo queda mi corazón? No dejar de atender mi persona que permanece más allá de los servicios concretos de cada momento.

Y cuando lo hago crezco en libertad, dejo espacio para quien me sucede, me voy totalmente, no me voy, pero sigo… Cuando estamos que la entrega que sea total, pero cuando lo dejamos también. Mi persona va a seguir dando en otros ámbitos con mi experiencia adquirida, puedo ayudar a quien me sigue. Pasamos por la vida cambiando lugares, servicios, pero lo importante es que permanezcamos enamorados,  seducidos por esa palabra vital: yo te he llamado por tu nombre,  eres precioso a mis ojos,  no temas…

Parábola del sembrador

En entornos eclesiales o  en la Vida Religiosa  se nos mezcla el trigo y la cizaña, pero también se mezcla con otro cereal que no sea cizaña, mezcla de semillas, diversas, y crecen juntos.

Nos encontrarnos entornos de la diversidad de pensamiento, de modos de ser,  otras semillas,  y no es cizaña  que viene por el aire,  no se siembra,  nos llega, hay trigos y cereales positivos, diversidad de panes… márgenes,  fronteras. Periferias de la sinodalidad.

Aquí también necesitamos un fino discernimiento para distinguir qué cereal es el bueno,  cuál es la cizaña que debemos separar y cuáles son otros cereales nuevos o desconocidos que pueden servirnos, está todo mezclado y por eso necesitamos una agudeza de ojos y oídos para no tirar todo.

Necesitamos con urgencia ojo, oído y corazón de personas que disciernen para separar lo que está mezclado, pero también saber asumir esas mezclas plurales que a veces nos asustan, que llaman a nuestra puerta y no sabemos cómo responder.

Necesitamos oír y ver en profundidad, traspasar las apariencias y acoger otros cereales que no sean precisamente trigo y trigo limpio… porque ahí también hay mensaje. Y hoy hay muchos canales por donde llegan  las novedades y pueden aturdirnos, pero también nos ayudan a mirar con calma, sin precipitación.

TRONCOS Y RAMAS

El trono y el fundador/a

Tenemos la raíz enterrada y viva. Ahora nos fijamos en el tronco y en las ramas, que sin esa raíz no serían nada.

Leía hace unos días un artículo de Jesús Montiel –autor que os recomiendo cuando busquéis algo para interiorizar– y terminaba diciendo: “Quizá sea este el desafío de un tiempo tan extrovertido como el nuestro: trabajar la interioridad de manera que sean cuales sean las circunstancias, haya un bosque dentro de nosotros”. Y pensé en los fundadores y fundadoras que tuvieron de verdad un bosque dentro de ellos.

No me gusta decir que hay personas adelantadas a su tiempo, sino que hay personas atentas a su tiempo. Los fundadores y fundadoras fueron personas atentas a su tiempo que no solo vieron ciertas necesidades, sino que escucharon la música con la que el Espíritu acompañaba esa forma de mirar a la realidad; es decir, fue un trabajo conjunto del Espíritu que ponía la sintonía y de esos hombres y mujeres que miraban escuchando la música de fondo.

Solo desde un trabajo de equipo se pueden abordar determinadas cuestiones. Y ahora el trabajo en equipo continúa porque hay que seguir escuchando la sintonía del Espíritu y, entre todos, ir buscando nuevos planteamientos.

Tronco Ábol2

Los fundadores y fundadoras han pasado, lo mismo que han pasado muchos miembros de vuestras congregaciones; sin embargo, los carismas permanecen. La pregunta es ¿permanecen los carismas inamovibles? ¿Deben permanecer inamovibles? Lo rígido, lo inamovible no crece, acaba por anquilosarse y convertirse, por seguir con el símil de los árboles, en un “okupa” en el tronco; es decir, muchos árboles son el hábitat existencial de plantas que les chupan literalmente la sabia y los utilizan causándoles muchas veces la misma muerte.

Un carisma no puede convertirse en el “okupa” de una congregación. Al contrario, es necesario conocerlo bien, vivirlo a fondo y, así, de esa manera, ir actualizándolo de manera general y, de forma particular, en cada lugar donde estemos presentes como congregación, porque muchas veces se nos olvida que formamos parte de una civilización cristiana, manifestada en culturas muy diferentes. Y los carismas que nacieron en lugares geográficos y culturales concretos, fueron llevados a otros lugares con culturas diferentes. Y ahora reconocemos que todo necesita un reajuste.

Generalmente, y es algo que nunca habrá que olvidar, los carismas fueron suscitados por el Espíritu para paliar necesidades que muchas personas tenían y que nadie trataba de evitar. Normalmente, eso suponía trabajar con los más pobres.

Ahora hablamos con otro lenguaje que requiere tanta audacia como tuvieron nuestros fundadores/as. El carisma hay que vivirlo en los márgenes, en las periferias, y hasta en la frontera. Para ello, hay que recuperar lo que decía Yucampi, hace muchos años: “Tengo un amor tan amor que es la raíz de mi fuerza, que adquiere todas las formas teniendo una sola esencia”. Hay que mantenerse fieles a la esencia actualizándolo constantemente porque nuestro mundo, la vida, van a velocidad de vértigo.

Y hay que tener en cuenta que vivimos en un mundo inconsistente, o como decía Bauman, líquido. Eso significa que la creatividad va a tener que ser constante que nada se puede dar por definitivo.

Esto no significa cambiar por cambiar, significa, más bien, evolucionar, adaptar el carisma a la realidad. ¿Y son realidades diferentes los márgenes, las periferias y las fronteras? Sí, sin duda alguna.

  • Los márgenes: en ellos viven quienes nosotros mismos hemos colocado ahí: pobres en general, migrantes, jóvenes, necesitados de cualquier recurso, mujeres…
  • Las periferias: ahí están quienes, no andando lejos de nuestro entorno, pasean dando vueltas con cierta y sana curiosidad sin ver algo lo suficientemente atractivo como para acercarse y menos para comprometerse. Para entender esta actitud basta con leer a Simone Weil.
  • La frontera: aquí están quienes conscientemente se mantienen a mucha distancia por mil motivos diferentes, algunos con prejuicios, otros con miedos, muchos con desconocimiento o mala información, pero, sobre todo, con muchísimo dolor. ¿Hemos creado nosotros mismos dos orillas irreconciliables?

No resulta muy complicado identificar a quienes viven en cada uno de esos tres puntos de forma existencial o de forma presencial. En estos casos la esencia del carisma tiene que mantenerse clara, pero son tres entornos donde la adaptación debe ser extrema. Las formas de aproximación también deberán ser diferentes, los modos de hablar, el lenguaje, los gestos…

Vamos tan deprisa que, aunque lo intentemos, no podemos adelantarnos a nuestro tiempo. En eso tenemos que aprender del ejemplo de los fundadores/as que supieron ver a través de sus ojos la realidad y escuchar a través de los oídos de su corazón la sintonía que soplaba el Espíritu. Un Espíritu que es incontrolable y al que le gusta trabajar en equipo. No se trata de repetir la historia, sino de aprender a reinterpretar los elementos que todavía hoy son válidos.

Algunas veces nos agobia, a todos, la falta de vocaciones. Normalmente escucho que hay que orar para que haya vocaciones en la Iglesia. Y siempre se puntualiza, en la vida religiosa y sacerdotal. ¿Y en las otras formas de vida no se necesitan vocaciones? Sin embargo, no oigo nunca una invitación para orar y descubrir qué nos quiere decir el Espíritu con la falta de vocaciones. Es como si estuviéramos convencidos de que lo esencial es empezar a construir la casa por el tejado y los cimientos no contasen para nada…

árbol

¿No estará el Espíritu empeñado en que descubramos otras formas de sumar miembros al trabajo en equipo? ¿Son las asociaciones de laicos en las diferentes congregaciones la única forma? ¿Podríamos abrirnos a otras formas de colaboración? ¿Cuáles?

Porque tal vez, repito, tal vez, esa labor conjunta que todavía tenemos que descubrir supondría no andar cerrando casas (al menos tantas) y posibilitando tenerlas abiertas de otra manera que puede sorprender al principio, pero que, a la larga, puede ser hasta un modelo de funcionamiento en la misma Iglesia.

El tronco-carisma y los fundadores/as van unidos y nadie va a tratar de separarlos; al contrario, lo único que hay que ir viendo es cómo evitar que el propio carisma, al intentar vivirlo de forma inamovible, no se convierta en el elemento que sentencie la vida de la propia congregación.

Las Ramas

Se han extendido y ahora hay repliegue y la propia vida ha sido podada para que el árbol crezca.

Éramos muchas provincias, teníamos varias provincias y, ahora, nos replegamos. Pero seguimos con mentalidad particular,  yo con lo mío y no me encuentro con los demás. Hacemos nuestra pastoral vocacional cada congregación…

¿Y la intercongregacionalidad? Seguro que se están dando pasos que desconozco,  si es así,  muy bien,  pero ¿por qué no nos lo planteamos? ¿Para cuándo dejamos la intercongregacionalidad como ocasión?

Tenemos los colegios próximos y nos quitamos los alumnos unos a otros,  ¿no nos podemos sumar? ¿hay tantas diferencias entre nosotras? Ya sé que todo es muy complejo y no fácil, pero es desafiante. ¿Nos apasiona o no? Creo que se impone un cambio de mentalidad para salir de la propia visión y ampliar los horizontes,  seguro que si nos juntamos para ello se nos abren posibilidades que desconocemos. Y para esta apertura también necesitamos dejarnos conducir por el espíritu.

Congregaciones que suman: el reto de un carisma

El carisma no es propiedad privada de cada congregación, es para la Iglesia y el mundo. El carisma nos proyecta a la misión que, en clave del sínodo actual, va unida a la comunión y a la participación.

Es responsabilidad de todos y todas que sea dinámico, que no se quede anclado en el tiempo y es necesario también distinguir que es lo esencial del carisma y que no es tal. A veces hemos unido muchas cosas que son normas,  tradiciones y nos cargamos de pesos que no nos dejan libres para la misión, porque llamamos carisma a lo que no lo es o nos fijamos en aspectos periféricos y dejamos de lado los esenciales.

Nos importa mucho mantener la comunión en la raíz para admitir como regalo la diversidad, no ramas desgajadas, sino bien enraizadas, con buena savia y nutrientes para no temer el pluralismo que nos envuelve en el mundo. Lo esencial es poco pero muy consistente y el árbol tiene ramas,  flores, hojas, frutos de gran colorido y sabor…

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