Con la invitación del papa Francisco a ser Peregrinos de Esperanza según el lema del Jubileo 2025, se vuelve a hablar de la Esperanza. Aquí cabe decir a un solo grito: ¡gracias a Dios!
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Muchas veces los cristianos hablamos de esperanza, pero no siempre sabemos transmitir lo que significa la palabra en toda su hondura. Las causas y razones pueden ser varias. Es parte del desconocimiento del que nadie debe avergonzarse. No hace falta creer que se sabe todo. Y, aún cuando sabemos algunas cosas, puede suceder que falte la capacidad para transmitirlas. No suele ser fácil sin una experiencia viva.
En la Bula de Convocación, Francisco nos recuerda: “Bajo el signo de la esperanza el apóstol Pablo infundía aliento a la comunidad cristiana de Roma”. Nos da una primera pista: es un signo. Y un signo es algo vivo, trascendente, pleno de sentido.
De significados y sentidos
La palabra esperanza está cargada de diversas connotaciones para el mundo. Son muchas las personas que la utilizan para hablar de sueños o ideales o proyectos a veces imposibles. Y hay quienes depositan el pensamiento mágico en esa manera de vivirla.
Tomado de la red: del griego (ἐλπίς; élpis) ˗«esperanza»˗ se puede relacionar con varias palabras en hebreo. La traducción judía antigua de la Biblia hebrea al griego, la Septuaginta (LXX), utiliza ἐλπίς para traducir (תִּקְוָה; tikvá, «esperando lo mejor») y (בָּטַח; bátaj, «confianza» o «dependencia»). Entonces se puede decir que Esperanza es “esperar lo mejor con confianza y dependencia de Dios”.
También sucede que no se llega a valorar y comprender el sentido que Dios puso en los dones teologales: Amor, Fe y Esperanza. Pablo les dice a los Corintios: “En una palabra, ahora existen tres cosas: la fe, la esperanza y el amor, pero la más grande de todas es el amor”. El único que “nunca pasará”, al decir del apóstol Pablo (1 Cor, 13). Esperanza que es Fe en el Amor de Dios que nunca pasará.
Para mirar y ver
Volviendo a la Bula, Francisco cita a San Agustín: «Nadie, en efecto, vive en cualquier género de vida sin estas tres disposiciones del alma: las de creer, esperar, amar».
Estos “conceptos” no son mentales, ni religiosos y eso nos impone la búsqueda del sentido interior y trascendente. Están en el Corazón de Dios, en el Amor de Jesucristo y en el aliento del Espíritu Santo.
Estas virtudes se alimentan entre sí en una rueda eterna de tiempos, en su “perijóresis”. A su vez, cada una contiene tres formas clave en sí mismas, en orden a la Trinidad.
Fe teologal, Fe carismática y Fe fruto. Esperanza teologal, Esperanza carismática, Esperanza fruto. Amor teologal, Amor carismático, Amor fruto.
Cada una de estas miradas espirituales se va encadenando con la otras entre sí, en evolución constante y progresan en un tiempo que sólo es de Dios, y crea nuestra dependencia con la Santísima Trinidad.
Teologal. Que viene directo de Dios Amor, Uno y Trino. Él infunde los dones de Amor, Fe y Esperanza en nuestro espíritu que –sin conciencia aún– se colma de su Amor que nos precede desde la eternidad. Dios nos “primerea” con los dones teologales.
Carismático. Lo que se mueve dentro con y por la gracia de Dios, para edificar la Iglesia, cultivar las obras de misericordia materiales y espirituales, liberar opresiones, atender necesidades y perfeccionarnos como cristianos. Oraba mi madre: “Como obreros cristianos nuestra obra sólo comienza donde la Gracia de Dios ha colocado su cimiento”.
Fruto. Aquello que resulta de la suma de los dones teologales y las virtudes carismáticas –alegría, enseñanza, hospedaje, piedad, consejo, escucha, creatividad, prédica y muchísimos más– que el Señor decide a quién regala, cuándo y para qué.
Y así, vienen los “resultados” que glorifican al Señor y dan nueva vida a toda la Creación, haciendo Reino, mostrando un algo del cielo en la tierra. El fruto, comprobado y confirmado, con testimonio vivo y fecundo, es lo que nos llena de Esperanza y nos permite dar Esperanza.
Viviendo el Reino
Nuestra Esperanza es siempre con mayúsculas porque Jesús es nuestra Esperanza. Es un camino forjado en y a la Espera de Dios. Crea Fe y da Amor, como el Amor, crea Esperanza y da Fe. Nuestra Esperanza es la suma del Amor de Dios con nuestra Fe puesta en las promesas de Jesús. Nuestra Esperanza es la Salvación que sólo Jesús puede dar. Es pasar por la cruz junto a Él y con Él, para y por el Reino que es justicia. Y en la certeza de que con Él resucitaremos día a día a esa Esperanza que no defrauda.
Reavivar la Esperanza –como dice el documento de José Antonio Pagola, “Conversión de la Iglesia a Jesús, el Cristo”– también es aceptar que se vienen nuevos tiempos para la Iglesia, que no sabemos qué tiene preparado Dios para nuestra Iglesia y que se nos está pidiendo que nos movilicemos, poco a poco, replanteándonos todo desde una fidelidad nueva a Jesús a través de la Palabra.
Dice Pagola: “no hay recetas concretas, pero hay caminos de búsqueda. Se necesitan testigos nuevos de Jesús, que inicien caminos nuevos en la historia del cristianismo…, que generen una nueva manera de percibir el evangelio, una conciencia más viva de ser seguidores de Jesús y una responsabilidad más conciente y práctica en el servicio del Reino de Dios”. Y agrega que “El cristianismo todavía no ha dado lo mejor”. Tenemos todo por delante, lo mejor aún no ha sucedido.
Como perla preciosa, la Esperanza se erige dentro nuestro por el Reino en esta tierra. Y para sembrar vida para la eternidad en Dios, extendiéndonos, ampliándonos, multiplicándonos día a día en el amor y en el dolor que provoca amar.
Reavivar la Esperanza es desnudarnos completamente, sacarnos todo ropaje antiguo y desgastado, situarnos bajo el agua del bautismo y lavarnos enteramente. Ya no podemos andar ciegos ante las realidades bien reales que nos circundan, sin poner proa a la Verdad, la Justicia y la Paz.