Tribuna

Religiosidad popular

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Maria_ValgomaMARÍA DE LA VÁLGOMA | Profesora de Derecho Civil. Universidad Complutense de Madrid

Una vez más pasé la Semana Santa oyendo hablar por doquier de religiosidad popular. Sé que no me debería meter en estas cosas y, si lo hago, no es únicamente por mi vieja afición a entrar en jardines con difícil salida, sino principalmente por un deseo de entender lo que muchos llaman “la profunda religiosidad de nuestro pueblo”, que –según una opinión generalizada– se manifiesta prioritariamente en sus procesiones.

España, que nunca ha sido aconfesional, aunque así lo proclame su Constitución, se volvió a llenar de procesiones, saetas, pasos, cofrades, hermandades, costaleros, cristos, vírgenes, santos…, una religiosidad que a mí no me llega, que casi podría decir que me produce rechazo. Siento la misma ajeneidad a toda esa parafernalia que si fuera una ciudadana sueca, o finlandesa. Marciana, incluso.

La-ultima-Tomas-de-Zarate-VN2939Y no deja de admirarme el fenómeno de que haya gente que se dice atea o agnóstica, y se vista el hábito de cofrade de la hermandad de la Esperanza de Triana, o el de la Macarena, o el de Jesús del Gran Poder o cualquier otro, coronándose con un capirote que le oculta el rostro y que para mí tiene reminiscencias del temible y terrible Ku Klux Klan americano (ya sé, ya sé, que sería al revés, que los “nuestros” –¿?– son más antiguos). Bastaba encender la televisión durante esos días, aunque fuera para escuchar las noticias, y lo que podía verse era, por ejemplo, a los legionarios en Málaga, cantando “Soy el novio de la muerteee…”, mientras con mucha devoción “procesionan” al Cristo de Mena… ¿No es eso un contrasentido?

Como soy laica, o lega, es decir, ignorante en estas lides, acudo al Diccionario, para lograr saber lo que se entiende por religiosidad: 1. Cualidad de religioso. 2. Práctica y esmero en cumplir las obligaciones religiosas. 3. Puntualidad, exactitud en hacer, observar o cumplir algo. Descubro así que mi religiosidad se remite y se limita a la tercera acepción, porque soy puntual y me gusta hacer las cosas bien…, lo que nada tiene que ver con el fenómeno religioso.

¿Es este tipo de religiosidad popular realmente un fenómeno religioso? ¿Es, realmente, fe? ¿O es tradición, práctica piadosa, rito, folclore, superstición? ¿O es la expresión del alma de un pueblo? ¿La madrugá, el salto a la verja en el Rocío, con esa extraña carrerita incluida y tantas otras tradiciones de las que ignoro todo, ¿son realmente manifestaciones de fe? Querría pensar que sí, que por más que yo no lo sienta, habrá –hay– otras muchas personas que lo viven con fervor, con una intensa emoción, con esa palabra que –como digo– no sé muy bien en qué consiste, con religiosidad.

Recuerdo, sí, que en mi infancia, con 7 u 8 años, sentí esa emoción que tantas personas sienten ahora. Era en Aranjuez, muy cerca de Madrid, y la procesión se celebraba en la oscuridad de la noche, mínimamente iluminada por algunas velas, creo recordar que era en silencio (quizá se llamaba la procesión del silencio) y había un momento álgido que era el que yo esperaba: el momento en que un Cristo yacente, con la corona de espinas taladrando su cabeza, y al cual se veía muerto en una enorme caja de cristal, coincidía –y ahí se detenía la procesión– con su madre, la Virgen de las Angustias, que tenía su corazón traspasado con unas espadas doradas. Yo podía sentir, sí, y me identificaba con ella, el dolor infinito de esa madre, que se encontraba con el hijo recién crucificado, que veía esas espinas clavándose en la carne tan querida…

¿Era la magia de la noche, la representación casi teatral, el silencio, lo que podía incidir en el corazón impresionable de una niña? ¿Era eso religiosidad? Confieso que no lo sé, y estaría tentada a decir que no. Pero el hecho de que a mí no me gusten esas manifestaciones, el hecho de mi distanciamiento, no me lleva a no respetar lo que otros muchos sienten, su experiencia única e intransferible. Porque quizás, aunque yo no lo sepa, eso sea la religiosidad. Si ustedes lo saben, me gustaría que me lo dijeran.

En el nº 2.939 de Vida Nueva.