¿Habitante de una burbuja? ¿Cómo alguien, a estas alturas de 2020, se permitiría hablar de esta forma? ¿Quién es ese bicho raro que así se podría expresar? El que así podría hablar es uno de los contados misioneros españoles presentes en ese vasto continente de Oceanía formado por un montón de islas diseminadas por el Pacífico. Mi misión es la evangelización por medio de la educación, especialmente con los niños y jóvenes.
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Llegué a estas islas hace 43 años, cuando era un joven religioso y he ejercido mi labor misionera en las islas de Nueva Caledonia, Ouvea (Islas Lealtad), Efate (Vanuatu) y, desde hace 18 años, en la misión católica de Lowanatom situada en la isla de Tanna (Vanuatu). Tengo el privilegio de vivir en uno de los trece países del mundo que no han sido afectados hasta ahora por la pandemia del Covid-19. Once de estos trece países pertenecen al continente de Oceanía: Islas Cook, Kiribati, Federación de Estados de Micronesia, Islas Marshal, Nauru, Palau, Samoa, Islas Salomón, Tonga, Tuvalu y Vanuatu, el archipiélago donde ejerzo mi misión.
Casi siempre olvidados
Sin embargo, no podemos decir que no nos hayamos visto afectados por esta situación. Gracias a los medios de comunicación hemos vivido con angustia y seguimos aún estando afectados por todo lo que nuestros hermanos y hermanas del mundo han sufrido y siguen sufriendo. Por mi parte, he seguido muy de cerca la situación de mi familia personal y de mi familia religiosa, tanto en España como en el resto del mundo y de tantas personas que han vivido y siguen viviendo este drama.
¿Somos unos privilegiados? ¡Indudablemente! Pero quizá nuestra condición de pequeños países, casi siempre olvidados, en los “confines del mundo”, al menos desde el punto de vista occidental, nos ha mantenido al margen de esta situación. Lo que se considera normalmente une desventaja ha supuesto para nosotros un aliciente.
Como religioso misionero, un poco a caballo entre el Occidente, del que procedo por mis orígenes, y las islas de Vanuatu, mi país de adopción, he estado ayudando a mis alumnos y a la población local a tomar conciencia de la importancia de mantener una buena higiene, de intentar protegerse personalmente para poder proteger a los demás. La experiencia de mis hermanos y hermanas de España y de Europa me ha ayudado a poner en marcha todo un programa de prevención. Ha sido y sigue siendo una gran experiencia de solidaridad.
Ni un solo día desde que empezó la crisis, allá por el mes de febrero, hemos dejado de rezar por todos nuestros hermanos y hermanas del mundo enfermos, confinados, fallecidos en circunstancias duras y difíciles. Igualmente le pedimos al Señor con insistencia que continúe a inspirar a los dirigentes de nuestro país para que puedan seguir tomando las medidas oportunas que nos protejan de la pandemia.
La vida religiosa apostólica, y en concreto nosotros, los hermanos, que ejercemos nuestro apostolado de evangelización por medio de la educación de los jóvenes, en momentos como estos tenemos que estar muy cercanos de las personas con las que vivimos compartiendo con ellas sus dolores y esperanzas, sus angustias y alegrías ayudándolas a salir de sí mismas para estar abiertas a todos los hombres y mujeres del mundo, especialmente a los que sufren y pasan por necesidades y urgencias. Nuestra misión es mantener vivo el mensaje evangélico de la fraternidad universal. Ser “hermano” no es un título, es una misión que llevamos inscrita en la vocación a la que Dios nos ha llamado.