JESÚS SÁNCHEZ ADALID | Sacerdote y escritor
“Santo Padre, cambiar el mundo supone liberar a las gentes de sus miedos, eliminar las injusticias, construir la paz…”.
Santo Padre:
Quisiera tener elocuencia suficiente para expresaros con humildad la gran esperanza que tenemos depositada en vuestra persona, quizás una postrera esperanza, aunque no la última, porque esta –bien lo sabemos– no debe perderse nunca…
Tendría tantas preguntas para haceros… Al mirar el mundo, tan inmenso, tan bello, obra maravillosa de Dios, no puede evitarse, no obstante, cierto estremecimiento, mezcla de temor y –por qué no decirlo– también de duda. Aun comprendiendo que Dios a veces otorga tareas enormes, arduas, disculpad que depositemos en vuestra persona esas humanas esperanzas, incluso a sabiendas de que aparentemente todo es muy complejo en vuestra misión y que no se os ahorrarán esfuerzos ni sufrimientos. Porque somos eso, humanos, y por tanto podemos sentir nuestro miedo y nuestra duda cuando todavía no vemos lo nuevo, aunque creamos en Dios, aunque confiemos en Él…
En estas horas delicadas, os rogaría que mirarais al mundo una vez más, como estoy seguro que habréis hecho tantas veces, para ver a todas esas gentes desasosegadas y perplejas, que viven como “ovejas sin pastor”; y os suplicaría que nuestra Iglesia hiciese un esfuerzo más para salvar ese foso, ese gran vacío que nos separa de ellas, cuando podríamos llevarles innumerables consuelos y tesoros celestiales.
Pues resulta muy triste ver a tantos jóvenes indiferentes, olvidados de Dios y sin apenas alegría de vivir… Son demasiados ya los que han llegado a la conclusión de que Dios no existe. Y seguimos deseando llevarles a Dios.
En vuestras primeras palabras, en lo que traslucía vuestro semblante, percibí ese mismo deseo, o al menos eso me pareció. Hablabais con entusiasmo de “caminar”, “construir” y “confesar”, y transmitíais la verdad alentadora de “que Dios ha creado todo por amor”. Nos enviabais a cuidar de los demás con ese amor, sin desfallecer y sin olvidar la ternura; a preservar el mundo, a hacerlo mejor…
Todo eso anima mucho. Pero, Santo Padre, humildemente, me atrevería a preguntaros si tenéis alguna respuesta a las preguntas que muchos nos estamos haciendo desde hace tiempo: ¿qué quiere Dios de nosotros? ¿Por qué no nos da mejores ideas o nos hace más fuertes en el amor? ¿Debemos confiar únicamente o hay que actuar de una vez?
Podemos decir que sí a Dios,
con el amor y con el bien.
Tal vez no podamos acabar con todo el mal,
pero nuestra libertad y nuestro amor
pueden cambiar el mundo.
En suma, ¿qué podemos hacer? Pues somos pocos, estamos cansados y la tarea parece inconmensurable. Además, sentimos como pecados no solamente los propios, sino todas las cargas e injusticias heredadas.
Ya sabemos, Santo Padre, que no hay persona humana capaz de dar respuesta a la pregunta sobre el mal. Pero creemos firmemente que Dios nos ha dado la libertad. Podemos decir que sí a Dios, con el amor y con el bien. Tal vez no podamos acabar con todo el mal, pero nuestra libertad y nuestro amor pueden cambiar el mundo. Según nos dejara escrito san Agustín: “In necesariis unitas, in dubiis libertas, in omnibus caritas” (“En lo esencial, unidad; en lo dudoso, libertad; en todo, caridad”).
Conservando esa sagrada unidad ordenada por Nuestro Señor, pero haciendo uso de la libertad y anteponiendo el amor sobre todo, renovemos esta fe, pidamos al Santo Espíritu Divino que haga nuevas las cosas; dejemos atrás lo añejo, lo caduco, lo que ya no es querido, ni se entiende, por ser rémora, tesoro roído, odre viejo y paño gastado… Y conservemos lo bello, lo que siempre será nuevo, lo que resplandece en la herencia recibida como don, por la sabiduría, la literatura, la música, las artes y la gran capacidad de celebrar bellamente la fe.
Santo Padre, cambiar el mundo supone liberar a las gentes de sus miedos, eliminar las injusticias, construir la paz; pero además, según la más hermosa tradición de la Iglesia, renovar, es decir, invocar y seguir al Único que puede hacer nuevas las cosas. Sin olvidar a los hermanos de otros credos, pues también sabemos que todas las religiones, todas las Iglesias sienten como propia la misión de hacer el bien en el mundo, hacer que sea más luminoso.
¡Adelante, Santo Padre! El amor da comienzo cuando hay acción en común. No olvidemos que “el Espíritu sopla cuando quiere y donde quiere”; dejémonos sorprender por Él. Jesús es quien mejor puede darnos ánimos y nos llama a sanar el orden divino dañado.
Santo Padre, contad con nuestras oraciones y nuestro sacrificio, como nosotros contamos con vuestra santidad. Que Dios os ayude a cumplir tan enorme cometido.
En el nº 2.843 de Vida NuevaESPECIAL: Papa Francisco