Cuando el caso Rupnik se hizo público a principios del mes de diciembre del año pasado, escuchamos declaraciones de algún alto representante de la Compañía de Jesús que se apresuraba a resaltar, y cito textualmente: “En primer lugar, no hay menores de por medio. En otras palabras, se trata de problemas entre adultos”. En definitiva, lo que viene siendo que aquí no ha pasado nada.
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Desde entonces, hemos asistido a hechos que han llevado a las víctimas a verse más y más abandonadas a su suerte, hasta que, a finales de septiembre pasado, asistimos a lo que creíamos imposible: el cardenal Angelo Donatis, vicario general de la diócesis de Roma, firmaba un documento que dejaba a Rupnik inmaculado y, por lo tanto, era impune.
Un nuevo proceso
Publiqué un artículo titulado Rupnik, el protegido, porque esa era la realidad. Ahora eso ha cambiado. Rupnik ya no es el protegido. Francisco ha levantado la prescripción para que se lleve a cabo un nuevo proceso.
Esperanza para las víctimas; esperanza para rehacer un sistema que muestra tener demasiados fallos; esperanza para una Iglesia que necesita ser reconocida por la misericordia y la compasión; esperanza en poder iniciar procesos de perdón y reconciliación.
Un lobo…
Esperanza en que todas las partes implicadas reflexionen porque, aunque los abusos se den entre adultos, no son un affair; esperanza en que se incremente la atención en los procesos de selección de candidatos y durante la formación porque, incluso a expertos en acompañamiento, se les puede colar un lobo; y, esperanza también en que Rupnik reciba la atención psiquiátrica y espiritual que necesita.
El caso Rupnik debería marcar también un nuevo tiempo en la atención a las víctimas y hacernos reflexionar sobre la necesidad de que no haya prescripción para ningún caso de abusos. Del tipo que sean.