Tribuna

San Óscar Romero y Jorge Mario Bergoglio, hermanos en el conflicto

Compartir

Dentro de la Iglesia muchas veces vivimos con dramatismo algunos sucesos. Quisiéramos que el Espíritu Santo nos guiara de una manera lineal o en ascenso progresivo, a la vez quisiéramos un mundo sin complicaciones ni vericuetos. Nos duelen tantos acontecimientos y llegamos a cuestionar muchas tomas de decisiones de jerarcas, y algunos en el sinsabor llegan hasta la indignación. Pero, sin querer caer en espiritualismos, se nos olvida que el momento presente no es el último.



El Señor es el Dios de la historia. Nuestra realidad finita no alcanza a vislumbrar cómo Dios hará que prevalezca la verdad de los suyos. Muchos han padecido la difamación y en no pocos casos han muerto como indeseables. Sin embargo, el Señor mismo que desea dejar la historia ordenada con el tiempo hace que aparezca la verdad y podríamos cantar al unísono con el salmista: “Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares” (Salmo 125, 5). Esta es la experiencia de san Óscar Romero, y quiero ofrecer aquí algunos datos que a lo mejor no son conocidos.

En el siglo pasado, la década de los 80, fue un decenio de mucho sufrimiento eclesial. Los cambios del Concilio Vaticano II se concretizaban en nuestra América Latina, pero las confrontaciones, difamaciones, exilios, deportaciones y martirios se realizaron con frecuencia; las reformas conciliares fueron bañadas con sangre en muchos países.

Quarracino y la Iglesia salvadoreña

Monseñor Antonio Quarracino, obispo de Avellaneda (Argentina), sin pretenderlo tuvo que incursionar en la historia de la Iglesia salvadoreña y, más concretamente, en la vida del arzobispo Óscar Arnulfo Romero.

San Juan Pablo II fue constantemente mal informado de lo que sucedía en la Iglesia salvadoreña. Sopesando la información recibida, tomó la decisión de enviar como visitador pontificio a monseñor Quarracino. Su tarea será examinar la tarea pastoral del arzobispo Romero. Muchas acusaciones había contra el hoy profeta, mártir y santo, algunas habían llegado a las oficinas vaticanas por medio de autoridades gubernamentales y otras por hombres de Iglesia.

Apoyo a la casusa de monseñor Óscar Romero

Quarracino estuvo una semana en El Salvador, el país por entonces era un hervidero de movimientos sociales que propugnaban un cambio en el sistema injusto. La propaganda oficial denominaba a todos estos grupos como “comunistas”; sin embargo, había un amplio abanico de posturas: desde cristianos bien formados, a veces en Lovaina, que hacían vehementes llamados para un cambio en el sistema; y los había, claro está, grupos vinculados a movimientos insurreccionistas que promulgaban la lucha armada.

Visita apostólica

Quarracino, en mi humilde opinión, no logró comprender toda la problemática social del país; en su Argentina de nacimiento pasaban cosas similares, pero con raíces muy diversas. Su visita fue de lo más discreta, se entrevistó con algunos personajes relevantes de aquellos tiempos. Antes de que concluyera la tarea el visitador, san Óscar Romero manifiesta en su ‘Diario’ bastante optimismo sobre lo que podría ser el resultado de la visita. Cenando con unos amigos, en un ambiente muy íntimo, narra lo siguiente:

“Conversamos también en forma muy confidencial sobre la visita apostólica que durante esta semana se está realizando en nuestra Arquidiócesis. Ha venido monseñor Quarracino, de la Diócesis de Avellaneda de Argentina, trayendo la comisión de parte de la Santa Sede, de la Sagrada congregación para Obispos, de realizar una visita apostólica que dé razón de la pastoral de nuestra Arquidiócesis. Se pregunta de manera especial de las relaciones con el obispo auxiliar [se refiere a mons. Marco René Revelo, el cual se manifestaba adverso a las líneas pastorales de su obispo, pero a veces eran más bien ataques personales y no tanto cuestiones pastorales]. Sé que han llegado muchas personas a dar testimonio de la pastoral de nuestra arquidiócesis y que el resultado de la visita me parece, hasta ahora, muy positivo” (‘Diario’, 19 de diciembre de 1978).

Intervención de la Santa Sede

En su ‘Diario’, Romero trata escuetamente la secuencia de esta visita, hay alusiones, pero adolecemos de un juicio global por el ahora santo. Lo que sí es cierto es que, contemporáneamente a la visita de Quarracino, las oposiciones a Romero se caldeaban. Sus hermanos en el episcopado salvadoreño, salvo monseñor Rivera, estaban en completo desacuerdo con las iniciativas pastorales romerianas, incluso pretendían sacar del Seminario San José de la Montaña a los seminaristas de la arquidiócesis y quedarse solo las diócesis que pensaban de una forma similar. En aquella ocasión, el hoy convertido en el primer cardenal salvadoreño salvó la zancadilla lanzada en contra de Romero y sus seminaristas. El profeta y santo cuenta así el hecho:

“Por la tarde, durante la cena, interesante entrevista con el rector del Seminario, padre Gregorio Rosa, quien me informó de las actividades de los otros señores obispos acerca del Seminario, en el cual se quiere educar únicamente a los seminaristas de las diócesis sufragáneas, eliminando así al grupo de la arquidiócesis que, según los otros señores obispos, es el que causa problemas. Naturalmente, el equipo del Seminario reaccionó en forma muy eclesial diciendo que estaban al servicio de la Iglesia en la formación de los sacerdotes y que había una intervención de la Santa Sede que quería un Seminario interdiocesano. Me alegré de esta reacción eclesial del equipo, lo mismo que de los informes que se dieron al visitador apostólico que estuvo investigando la actuación del arzobispo y la pastoral de la arquidiócesis” (‘Diario’, 3 de enero de 1979).

La visita pontificia no fue nada favorable para Romero. En el obispo de Avellaneda prevaleció una imagen negativa sobre nuestro santo. A pesar de que muchos ofrecieron informes positivos sobre el arzobispo, la conclusión fue que Romero incitaba a la rebelión y que los sacerdotes más cercanos a él iban en la misma línea. El visitador sugirió que en El Salvador debía nombrarse un “administrador apostólico sede plena”. En otras palabras, el Vaticano debía intervenir directamente a la arquidiócesis y deponer al que estaba siendo investigado. Romero resume el informe en las siguientes líneas:

Quarracino, el cual reconoce una situación sumamente delicada y quien recomendó como solución a las deficiencias pastorales y a la falta de unidad entre los obispos, un administrador apostólico, sede plena” (‘Diario’, 7 de mayo de 1979).

Entrevista con Juan Pablo II

Para el mes de mayo del año siguiente, Romero peregrinará a Roma con ocasión de la beatificación del fundador de las Dominicas de la Anunciata, el P. Coll. Pero también pretende entrevistarse con Juan Pablo II para aclarar el cúmulo de acusaciones en su contra, llevando una abultada documentación. Después de unos intrincados trámites para adquirir la cita con el Papa, este le recibe el 7 de mayo [Para una visión global sobre este viaje y entrevista con el papa Juan Pablo II, recomiendo la lectura del ‘Diario’ de nuestro santo. Los días a considerar son del 28 de abril al 9 de mayo de 1979].

Sin embargo, este artículo no pretende ahondar ni en la visita de Quarracino a El Salvador ni tampoco en la visita de Romero a Roma. Lo que me interesa recalcar es la persona de Quarracino. La razón es la siguiente: Quarracino, siendo posteriormente arzobispo de Buenos Aires, conoció por circunstancias que la Providencia prepara a un ex provincial jesuita arrinconado en una residencia para ancianos y enfermos en Córdoba (Argentina). Su nombre era el P. Jorge Mario Bergoglio.

El servicio de la autoridad en muchas ocasiones es sumamente complejo. El P. Bergoglio, en su provincialato había tomado decisiones firmes, incluso hasta el cierre de alguna presencia. Todo ello ocasionó en algunos de sus hermanos una inconformidad hacia su persona. Córdoba fue una especie de exilio para el ex provincial jesuita, además de vivir una auténtica noche oscura ante sus hermanos, la vivía también en su propio interior.

Auxiliar de Buenos Aires

Quarracino quedó deslumbrado con la personalidad del P. Jorge Mario Bergoglio, y fácilmente pensó en él como un futuro obispo. En varias ocasiones le propuso ante sus colegas de la Conferencia Episcopal de Argentina como candidato al episcopado, pero su propuesta fue bloqueada por distintas circunstancias. El arzobispo bonaerense decidió ir personalmente donde Juan Pablo II para presentarle directamente su petición en favor de Bergoglio. El Papa accede y le hizo obispo auxiliar de Buenos Aires. Al renunciar Quarracino como arzobispo por límite de edad, nadie pensaba que le sucedería Bergoglio, pero contra todo pronóstico fue elegido como arzobispo de la capital argentina.

Para no cansar más al lector, voy afinando el punto al que quiero llegar: Quarracino valoró negativamente a Romero; sin embargo, fue quien promovió a Jorge Mario Bergoglio como obispo, el cual se convierte posteriormente en el papa Francisco. Y será un discípulo de Quarracino (Bergoglio) el que termina canonizando a Romero.

Verdades y mentiras

Este artículo quiere dejar constancia de cómo, en muchas ocasiones, nos encerramos en el momento crítico y no vemos horizonte alguno. Se nos olvida que el Espíritu de
Dios siempre nos lleva a la verdad completa. Sobre Romero se dijeron muchas difamaciones, el mismo papa Francisco dijo al episcopado centroamericano –reunido en Panamá con ocasión de la JMJ de 2019– que en muchos círculos eclesiales del pasado mencionar a Romero era “mala palabra”.

El Papa lo dijo con la sencillez y contundencia que le caracteriza. En mi opinión, el Espíritu viene a resucitar con el tiempo tanto las mentiras como las verdades. Las primeras, para ser reconocidas como tal junto a sus autores; y las segundas, para que iluminen honrosamente a quienes padecieron las difamaciones. Aquí en mi diócesis he oído varias veces un dicho que reza así: “La mentira tiene patas cortas y la verdad siempre la alcanza”. Hay en ello una gran sabiduría, que me hace recordar también una frase lapidaria de santa Teresa de Jesús: “La verdad padece, mas no perece” (Cta. 284, 26).