Tribuna

Santidad, yo rezo… usted vaya a Ginebra

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Hace noventa años, una intrépida mujer católica francesa recurrió al Papa Pío XI para abrir un nuevo camino para la paz mundial. Le escribió una carta, se comprometió a rezar y le dio algunas sugerencias concretas que tienen una fuerza visionaria sorprendente. Pidió al Santo Padre ir a la Sociedad de Naciones en Ginebra para exhortar a los pueblos del mundo a la fraternidad siguiendo el ejemplo de Cristo y para impulsar la fundación de los “Estados Unidos de Europa”. Con estas intenciones, comenzó un ciclo de oración “para que el Cielo les salve”.



Marie-Marthe es el nombre de la autora anónima de esta carta singular del 13 de enero de 1934 que refleja una fe vivida, honesta y profunda. Es una fe femenina que no se retira a la esfera privada. La carta, procedente del lugar de peregrinación borgoñón de Paray-le-Monial, centro de espiritualidad del Sagrado Corazón, se conserva en el Archivo Apostólico Vaticano.

Marie-Marthe, cristiana culta y sensible a los grandes problemas de la época, estaba preocupada por Europa y sabía que ese era el sentir de Pío XI. La crisis económica mundial estaba desgarrando el continente, la gente estaba desesperada, los gobiernos se estaban derrumbando, Adolf Hitler llevaba un año en el poder en Alemania y el bolchevismo seguía suponiendo una gran amenaza del Este. Marie-Marthe ofrecía al Papa dos herramientas en favor del futuro de los pueblos: el orden económico mundial y la paz, vinculada a la cuestión de Europa. Y le pedía que las utilizara saliendo para darlas a conocer.

“Creemos que sin la intervención de Su Santidad los conflictos no pueden resolverse”, escribió al pontífice. Un avión podría “llevarle rápidamente de Roma a Ginebra”. El “Jesús peregrino de la paz” había ido “a los lugares donde tenía que trabajar”. Papa Pío sepa “que puede recordar a los gobiernos de las naciones que Cristo es el Maestro capaz de reavivar en las almas y en las conciencias la rectitud, la honestidad, la justicia, el amor fraternal y el espíritu de paz que los pueblos exigen y quieren esperar”.

Pío XI

Se puede considerar improbable que la carta de esta católica anónima fuera presentada al Papa, también por sus ideas audaces. ¿Un Pontífice en un avión? Cinco años antes, Pío había resuelto “la cuestión romana” con Mussolini, poniendo así fin a 60 años de “cautiverio” de los Papas en el Vaticano. Es cierto que visitó la Santa Casa de la Virgen María en Loreto, pero ¿un Papa que vuela a la Ginebra calvinista e instruye a los estadistas reunidos sobre cuestiones de paz mundial? ¿Un Papa que practica la política de esta manera pública, promoviendo incluso una “Unión Europea”? Es difícil de imaginar en 1934.

Peregrinos de la paz

Los pontífices como “peregrinos de la paz”. Tres décadas después Pablo VI abrió este capítulo de la historia de la Iglesia con su visita a Tierra Santa. ¿Y adónde fue su segundo viaje? A las Naciones Unidas en Nueva York. No sería una hipótesis descabellada que tal vez fuera el joven sacerdote, empleado en la Secretaría de Estado, Giovanni Battista Montini, quien abriera en 1934 la carta de Paray-le-Monial, la leyera, la archivara y, 30 años y una guerra mundial después, siendo el Papa Pablo VI, retomara las visionarias sugerencias de Marie-Marthe volando a Nueva York y hablando en la ONU. Entretanto ya había nacido la “Unión de los Pueblos de Europa” que ella imaginaba y con el apoyo explícito del Papa Pío XII.

Hoy en día, los viajes y los discursos ante parlamentos y organizaciones multilaterales son actividades papales comunes y organizar la economía global en nombre de la justicia ha sido una preocupación de los pontífices antes de Francisco. Hace noventa años, una mujer católica francesa de provincias se atrevió a sugerir al jefe de la Iglesia mundial nuevas formas de actuar por la paz. No es que el mundo esté en paz hoy. Pero el valor que surge de la oración muestra el camino. Siempre.


*Artículo original publicado en el número de abril de 2024 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva

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