En la próxima Asamblea General de la Conferencia Episcopal, los obispos elegirán al nuevo secretario general. El perfil tiene que responder básicamente a dos consideraciones: a las tareas permanentes del cargo, y a las demandas de las circunstancias de la Iglesia y del país. El puesto es importante. No tiene autoridad para decidir, pero sí la capacidad y la obligación de facilitar el ritmo y la oportunidad de las actuaciones de la Conferencia.
Por lo pronto, es el coordinador de todas las actividades del complejo mecanismo de la Conferencia. Ayuda al presidente en la preparación del orden del día para las reuniones del Ejecutivo, prepara las resoluciones de la Comisión Permanente y tiene a punto todos los informes y materiales que necesita la Asamblea para poder discutir los temas con conocimiento de causa y tomar a tiempo las decisiones oportunas para el bien de la Iglesia de España en su conjunto.
El secretario tiene que saber captar lo que de verdad interesa en cada momento, para lo que tiene que tener una buena información de lo que ocurre en la Iglesia y en el país, con la sensibilidad y el discernimiento necesario para sugerir lo que verdaderamente interesa que sea analizado o decidido. El secretario tiene que ser como el periscopio de los obispos. Esta tarea es fundamental. En cada reunión del Ejecutivo, los obispos tienen que encontrar en su carpeta buenas informaciones, dosieres, análisis, sugerencias concretas para garantizar la vitalidad y el dinamismo de la Conferencia.
La conciencia moral del país
Uno de los cometidos más importantes de la Conferencia es facilitar la elaboración de criterios comunes entre los obispos en las complicadas circunstancias de la vida nacional, clarificando las cuestiones morales que se pueden plantear en las sociedades modernas. Sin imponer, sin entrometerse en nada que no les corresponda, los obispos, actuando conjuntamente, tienen la misión de ser como la conciencia moral del país, guías honestos y advertidos de quienes les quieran escuchar. Pero esas intervenciones hay que prepararlas cuidadosamente. En su origen, y a veces en su primera formulación, discretamente, tiene que estar la sensibilidad y diligencia del secretario.
El despacho de Añastro tiene que ser un buen puesto de observación de la vida real. El secretario general necesita tener buenos contactos en los sectores más activos de la sociedad, medios de comunicación, universidades, vida económica, partidos políticos, asociaciones civiles y religiosas, movimientos, congresos, publicaciones, todo aquello que ayude a percibir el rumbo espiritual de la sociedad. Su principal trabajo ha de consistir en informar a los obispos de lo que necesitan saber para actuar conjuntamente como guías espirituales del país, con informes sobre los problemas y necesidades de la sociedad, de manera que puedan orientar la vida espiritual de la comunidad cristiana, fortalecer la mentalidad y la conciencia de los cristianos, y mantener un diálogo conjunto, iluminador y sanante, con la opinión pública.
Hay opiniones variadas acerca de si el secretario general debe ser un obispo, un sacerdote, o un laico, hombre o mujer. En teoría todas las posibilidades están abiertas. Mi opinión personal es que conviene que sea un obispo, para que tenga mayor facilidad en sus relaciones con miembros de la Conferencia. Sin insistir demasiado. También puede ser perfectamente un sacerdote. No veo tan claro que pueda ser un laico. No por cuestiones de dignidad o exclusivismo, sino por las inevitables diferencias de mentalidad, experiencia eclesial y humana que lleva consigo la diferente condición de vida.
Seguramente lo más importante no es su condición de obispo, sacerdote o laico, sino su visión personal de la vida y del pulso de la Iglesia en el conjunto de las diócesis, su capacidad organizativa y muy especialmente su apertura a las realidades sociales para descubrir los movimientos y tendencias de la sociedad, con sus repercusiones en la vida religiosa y moral de los españoles. Es muy conveniente que haya tenido previamente una amplia experiencia pastoral para moverse con facilidad en el interior de la vida eclesial. No es exagerado decir que este trabajo requiere dedicación completa, no se puede despachar en unas cuantas horas extraordinarias o en fines de semana.
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