Estamos a pocas semanas de celebrar la Navidad. Nos hallamos en estado de espera., pues está por llegar, nuevamente aquel que viene en nombre del Señor y de cuyos labios escucharemos las bienaventuranzas que sobre cada uno de nosotros se han derramado desde el principio de los tiempos.
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En las bienaventuranzas, Cristo nos muestra que tenía ideas muy claras respecto sobre qué consistía la felicidad, y que estas ideas no coincidían –ni coinciden– con el modo de pensar dominante. Mediante ellas, Jesús define no sólo qué significa ser hombre sino también quién es Dios y cómo está en la historia.
Para el papa Francisco, las bienaventuranzas son el punto de referencia central para la vida de todo cristiano, llamado a hacer de él un concreto programa de vida. Por medio de ellas, Jesús refrescó su llamada a cada uno de nosotros, exhortándonos a ser discípulos misioneros, a que descubramos que Dios es el tesoro más preciado de nuestra vida y a compartir esta gran alegría con todos.
Nos propone meditar las bienaventuranzas, ya que son un camino para descubrir la auténtica felicidad. En el monte, lugar sagrado donde Dios se revela, Jesús predica como maestro divino y nos enseña el camino de la vida, el camino que Él mismo recorre y que es Él mismo.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia
En una de sus primeras audiencias, Juan Pablo II, afirma que debemos considerar la justicia desde la dimensión evangélica, pero al mismo sin restar importancia a su dimensión fundamental de la vida humana en la tierra: la vida del hombre, de la sociedad, de la humanidad.
“La justicia es principio fundamental de la existencia y coexistencia de los hombres, como asimismo de las comunidades humanas, de las sociedades y los pueblos. Además, la justicia es principio de la existencia de la Iglesia en cuanto Pueblo de Dios, y principio de coexistencia de la Iglesia y las varias estructuras sociales, en particular el Estado y también las Organizaciones Internacionales.
En este terreno extenso y diferenciado, el hombre y la humanidad buscan continuamente justicia; es éste un proceso perenne y una tarea de importancia suma”.
Comprende que la justicia tiene muchas implicaciones y muchas formas. Nos pide que nos detengamos en el hombre y en el mandamiento de amar al prójimo que Cristo nos ha propuesto. “En este mandamiento está comprendido todo cuanto se refiere a la justicia. No puede existir amor sin justicia.
El amor «rebasa» la justicia, pero al mismo tiempo encuentra su verificación en la justicia. Hasta el padre y la madre al amar a su hijo, deben ser justos con él. Si se tambalea la justicia, también el amor corre peligro”. Ser justo significa dar a cada uno cuanto le es debido. Esto se refiere a los bienes temporales de naturaleza material.
Estaban inquietos
Pensando en los tres magos que viajaron desde Oriente para adorar al Salvador, Benedicto XVI, afirma que el camino exterior de aquellos hombres terminó cuando hallaron al niño en el pesebre, pero en este punto comienza un nuevo camino para ellos, una peregrinación interior que cambia toda su vida, en vista de que, seguramente, se habían imaginado de modo diferente a este Rey recién nacido.
Se habían detenido en Jerusalén para obtener del rey local información sobre el Rey prometido que había nacido. “Sabían que el mundo estaba desordenado y por eso estaban inquietos.
Estaban convencidos de que Dios existía, y que era un Dios justo y bondadoso. Tal vez habían oído hablar también de las grandes profecías en las que los profetas de Israel habían anunciado un Rey que estaría en íntima armonía con Dios y que, en su nombre y de parte suya, restablecería el orden en el mundo.
Se habían puesto en camino para encontrar a este Rey; en lo más hondo de su ser buscaban el derecho, la justicia que debía venir de Dios, y querían servir a ese Rey, postrarse a sus pies, y así servir también ellos a la renovación del mundo. Eran de esas personas que tienen hambre y sed de justicia (Mt 5, 6). Así, “bienaventurados los que tienen hambre y sed justicia” equivale, para Benedicto XVI, a decir “bienaventurados los que tienen hambre y sed de que se cumpla en ellos la voluntad de Dios”. Paz y Bien, a mayor gloria de Dios.
Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor del Colegio Mater Salvatoris. Maracaibo – Venezuela