Los grupos de trabajo de la Semana Social organizada por la Conferencia Episcopal Española estuvieron trabajando el pasado fin de semana en Valladolid poniendo en común el trabajo previamente realizado a nivel diocesano.
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‘El diálogo, camino para la Iglesia’ ha sido el lema de las jornadas y muchos han sido los temas tratados, pero detrás ha estado, sobre todo, la preocupación específica por la polarización como fenómeno social y político en nuestra sociedad. El asunto no puede estar, lamentablemente, más de actualidad. La preocupación recorre la sociedad en general y nuestras instituciones democráticas en particular.
¿Pueden las instituciones democráticas sobrevivir a niveles de polarización extrema? ¿Está la democracia en peligro? ¿Es posible hablar de diálogo democrático en un mundo en el que la búsqueda de cierta verdad compartida parece ya no tener cabida? ¿Se puede hablar de verdadera democracia intoxicados de desinformación y mentiras? ¿Está poniendo la tecnología en riesgo la convivencia democrática misma? Las aplicaciones tecnológicas de comunicación actual privilegian un modo de comunicación impulsivo, emocional, inmediato y no reflexivo en el que lo importante no es el contenido en sí sino la interacción misma. La herramienta premia altos niveles de interacción frente al rigor o verdad de la misma. El dato, la contrastación o la adecuación a la realidad han dejado paso a los ‘likes’ y la viralidad. La cantidad es la medida de la nueva post-verdad. No parece extraño en un mundo en el que lo cuantificable ha ido colonizando cada aspecto de la vida humana. Ahora lo verdadero depende de cuántas personas lo hayan visto, compartido y difundido. El contenido mismo no tiene relevancia alguna. Es un mundo nuevo. La pregunta es si en ese mundo la democracia y la convivencia pueden sobrevivir.
Las denominadas redes sociales están cambiando los modos de relación, acceso a la información y percepción social de lo verdadero. Y parece que, de momento, el mensaje identitario, la mentira, la polarización y el odio generan más interacción que el encuentro, el amor o el diálogo. Es el algoritmo de la violencia y no nos hemos dado cuenta. La herramienta está destruyendo nuestras propias posibilidades de convivencialidad.
Unas jornadas que se aventuran con el reto del diálogo y crean un proceso de palabra compartida y encuentro presencial en un mundo que se polariza a golpe de ‘click’ y movimiento de dedo sobre una pantalla, ya de por sí merecen una alabanza.
La polarización no es un fenómeno que esté ahí fuera, como si fuera un otro al que enfrentarse sino que precisamente su dificultad radica en que ya está dentro de todos y cada uno de nosotros, de la sociedad en su conjunto, de sus organizaciones e instituciones pero también de las relaciones más próximas y cotidianas. La polarización se ha colado en la intimidad de nuestros hogares y familias y lo ha hecho a través de la pantalla de nuestros propios móviles. Nosotros hemos abierto las puertas de un infierno que ahora alimentamos. Sin embargo, el mundo de las pantallas no es otro mundo. La vida ‘online’ y ‘offline’ son una única vida y la polarización se instala fuera de la virtualidad convirtiéndose en enfrentamiento y violencia en nuestras familias, en nuestros lugares de trabajo, en nuestros colegios, en nuestros pueblos, barrios y parroquias. Hemos abierto unas puertas que ahora no se cierran. Y la Iglesia, hija de su propio tiempo, es sujeto, unas veces activo y otras pasivo, de esa misma polarización compartida de la que todos somos partícipes de un modo u otro. Si no hacemos nada, podemos imaginar claramente el futuro.
Instituto Católico por la Noviolencia
Por eso, la pregunta realmente importante es la de si existen herramientas para poder revertir dicho proceso de polarización más allá de la buena voluntad y las buenas palabras, si queremos implementarlas y si la Iglesia sinodal puede ser precisamente una escuela de diálogo y para el diálogo frente a la polarización. Y es aquí precisamente donde parece clave hablar de noviolencia y de sus herramientas prácticas y estratégicas pero también de los testimonios de vida de quienes en diferentes partes del mundo utilizan precisamente estas herramientas de la noviolencia para proteger la democracia o enfrentarse a regímenes autoritarios con éxito. El recientemente inaugurado Instituto Católico por la Noviolencia el pasado 29 de septiembre en Roma y bendecido por el papa Francisco puede ser un referente para conocer dichas experiencias y aprender de ellas. Hardy Merryman, miembro del Consejo Asesor del Instituto, habló precisamente de ello en uno de los seminarios organizados por el Instituto en octubre haciendo hincapié en el papel de la propia Iglesia católica como agente fundamental por la democracia. Necesitamos dar testimonio de una Iglesia que apoya, acompaña o incluso lidera esa defensa de la democracia. Una Iglesia que traslada ese conocimiento, que crea espacios y tiempos de diálogo y encuentro entre diferentes, que alienta y acompaña a los movimientos populares democráticos, caminando y aprendiendo juntos desde la noviolencia del Evangelio, transformando vidas y relaciones hacia una convivencia en la diferencia. Una Iglesia que llama la atención sobre las prácticas no democráticas, los discursos excluyentes o de odio, la vulneración de derechos humanos y “pone el cuerpo” frente a ello. Una Iglesia así es fundamental para un mundo y una sociedad en paz.
El catedrático de Filosofía Moral de la Universidad de Perugia, Massimo Borghesi, en la inauguración de la Semana Social en Valladolid, señalaba que “la misión del cristianismo es llevar el amor de Dios a todos y oponerse con fuerza a la destrucción de la humanidad” y llamaba la atención sobre la “desmovilización del catolicismo social”. La conexión entre la polarización como realidad de estos tiempos y la noviolencia como profecía social para hacer frente al fenómeno a través precisamente de herramientas noviolentas de movilización del catolicismo social parece clave.
Jesús Avezuela, presidente de las Semanas Sociales, planteó que este foro de reflexión busca respuestas a los “sentimientos de desencanto o desconfianza social hacia lo político o incluso institucional como lamentablemente estamos viendo estos días y, en general, todos los días”. La noviolencia sugiere metodologías, estrategias, herramientas y entrenamientos para la defensa de las instituciones democráticas frente a ese desencanto y desconfianza convertidos en polarización que puede poner en riesgo la convivencia democrática misma. ‘Amad a vuestros enemigos’ es el mensaje de amor encarnado de Jesús: la noviolencia en acción del Evangelio. Encarnar ese amor hoy es profundamente radical y teología de la esperanza misma.