En estos últimos tiempos, cuando ya la respiración se hacía difícil, en la diócesis se nos ha pedido por varios conductos nuestra opinión respecto a la ubicación del seminario en la facultad de Salamanca y la posible inserción en el teologado de Ávila, en el que habitan casi una veintena de seminaristas de siete diócesis, castellanas, incluida Plasencia.
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La reflexión es ardua y difícil, así lo expresa nuestro arzobispo en una carta dirigida al Clero y la diócesis en general esta semana. Lo ha pensado mucho, lo ha consultado… y al final lo ha decidido. La cuestión vital es si sólo se trata de una decisión del lugar en el que van a estar o hay algo más profundo de fondo que deberíamos sopesar en la Iglesia.
Poco a poco se van agrupando, en este caso en dicho teologado abulense, imagino que por conveniencia de las distintas diócesis que se han ido sumando. Pero se trata de una cuestión de “residuos” o de “resto”. Vamos sumando pequeñas porciones como el náufrago se agarra a la tabla que puede, cada uno a la suya o a la del vecino más cercano en lugar o ideología, o de verdad estamos respondiendo a una situación que reclama un pensamiento teológico ministerial y eclesial en este momento de la historia al que debemos responder vitalmente.
Verdadero pastoreo
En qué medida no sólo estamos recogiendo trozos sino pensando en la elaboración de un pan, aunque sea la última harina que nos queda en la orza y el poco aceite con que podemos ungirla. Sería un momento especial para reflexionar y aceptar las interpelaciones que este momento vital y eclesial, en la cultura en que habitamos, se nos hacen desde la profundidad del evangelio y el seguimiento de Jesús. Hace muy pocos días que el Papa volvía a subrayar la importancia de lo que es el verdadero pastoreo, aludiendo a quien quiera ser intelectual que no use este camino del ministerio.
Hoy hacen falta pastores en medio del pueblo, con fuerte experiencia evangélica, que sepan estar acompañando y viviendo compasivamente en la realidad. Esta dimensión que se pide para el sacerdote en realidad es un estilo que necesita la Iglesia en todos sus niveles y estructuras, por eso pretender mantener pequeños residuos con la mirada en el pasado y en lo anterior como visión única y segura, está perdido. Sabemos que hoy en esta vivencia de lo minoritario –aunque seamos mayoría minoritaria- estamos llamados a comunidades cristianas responsables y sinodales.
La sinodalidad no es una moda
Por eso, no se trata sólo de que estén más en un edificio. Muchos seminarios han soñado que se iban a recuperar con los mismos modos de siempre, Incluso dejando entrever que las cosas no estaban funcionando porque no lo hacíamos bien, que Dios seguía llamando, pero nosotros no estábamos siendo buenos cauces de esa llamada y que la crisis era de respuesta. Para solventarlo se intentaban cambiar los cuadros formativos de los seminarios en personas y modos, hasta se usan como referencias, seminarios que tienen más aspirantes y se dice que la medida que han usado es la de la tradición, frente a la nueva eclesiología derivada del Concilio. La sinodalidad no es una moda es una urgencia pastoral de primer orden para estos nuevos tiempos.
No se acepta, a menudo, que estamos en otro momento, en otra cultura y que hemos de volver a la mirada de un ministerio que hunda sus raíces en las claves evangélicas más profundas. Una conversión que no parte de que estamos equivocados sino de que estamos buscando nuevas respuestas para los signos nuevos de los tiempos y que eso hemos de hacerlo con la creatividad y el riesgo. Cierto que no hemos de perder lo más auténtico que se da entre nosotros, pero igual de verdadero es que tenemos que abrirnos a un nuevo modo de formación, a un nuevo sentido ministerial y pastoral y a una formación integral que atendiendo a esta situación también dé una formación teológica con capacidad creativa de criterios y entrega para apostar por lo nuevo en la singularidad de lo minoritario y auténtico.
Actitud de acogida
Ni que decir tiene que hay que felicitar a este teologado abulense, a su obispo natural de Extremadura, por su actitud de acogida ante los seminaristas de otras diócesis (el de Badajoz lo hizo en mis tiempos, qué curioso). Y que la facultad de Teología de Salamanca se verá enriquecida con más alumnos y prestará un servicio. Pero considero que esta situación es algo que supera lo personal y lo particular de un obispo y de una diócesis, me pregunto dónde está la reflexión de nuestros obispos en torno a esta cuestión y con qué criterios se están resolviendo las situaciones diocesanas.
Ya sabemos que hay normativa universal que ilumina estas decisiones, pero siendo problemas comunes no estaría de mal que la reflexión fuera más sinodal entre los obispos, para que no se creen guetos de náufragos. No estaría mal tampoco una buena reflexión sobre esta facultad de teología que es de la Conferencia Episcopal y está al servicio de esta Iglesia en España para ver cómo responder a este momento y a estas situaciones eclesiales, para una formación teológica y pastoral acorde con lo que necesitamos hoy. Sé que es un atrevimiento por mi parte, son cosas que superan mi capacidad y estoy de acuerdo con la decisión tomada, pero me da que el momento está exigiendo planteamientos y retos que no se abordan convenientemente y me da pena que lo que debería convertirse en un verdadero “resto”, siga siendo pobre “residuo”. Irnos a otro lugar puede ayudar a superar algunos problemas de nuestro seminario actual en Badajoz, pero no la problemática de fondo. De todos modos, Dios sacará algo bueno, de nuestras mediocridades, como siempre hace y yo sé por las mías propias.