Reflexiones desde la bioética ante la incertidumbre y el dolor social
Llegó sin anestesia ni aviso previo y está ahí, como un gol de chilena y media cancha por parte del Covid-19, adversario enfermizo y letal que pareciera nos quiere ganar. Como locales del equipo salud no le tenemos miedo, pero sí, respeto. El miedo paraliza; el respeto nos permite evaluar al contrario, entrenarnos, jugar bien y estar dispuestos a ganar por goleada el partido de la vida. El miedo puede resultar de politizar grietalmente el partido, mientras que el sentido común nos puede llevar a salir victoriosos en el partido. Así me siento ante cada nueva variante y las respuestas consecuentes que plantea el Covid-19.
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En este partido de la vida que ya lleva más de un año y en donde está en juego la salud personal y comunitaria, hemos encontrado de todo. Para algunos era un simple virus; para otros un anuncio del apocalipsis final. Mientras muchos abogaban por un confinamiento total, otros lo hacían por las libertades individuales y apertura de todo para hacer lo que cada uno quiera. ¿Lo que quiera? Por momentos siento que pareciera una lucha entre poderes de todo y cualquier tipo: políticos, sindicales, económicos, mediáticos, farmacéuticos, sindicalistas y hasta, por qué no, también religiosos… para definir, en el fondo, quien gana. ¿Y alguien gana así?
Conviviendo con la pandemia
“Y vos, ¿de qué lado estás?” Pareciera la pregunta implícita ante cada nueva situación, especialmente cuando entra la desesperación o, su contrario, el desentendimiento total. Y quien formule esta pregunta o intente dar una respuesta tácita tan sólo conseguirá continuar politizando grietalmente una cuestión que si hay algo que precisamente no necesita es justamente ser politizada. Por eso, hablo de “politización grietal”; no en cuanto proveniente de tal o cual partido político u organismo de gobierno o entidad social o religiosa, sino en cuanto sustentada por ideologías incapaces de dialogar entre sí, impidiendo llegar a un acuerdo común. Y así se corre el riesgo de que todos hablen de todo como si cada cual supiera de todo y, desde ahí, imponer la ley del gallinero donde la gallina que esté arriba pise a la de abajo para demostrar que tiene la razón.
Venimos conviviendo con una pandemia y de un 2020 marcado por una cuarentena fuertemente promocionada por unos y combatida por otros. Sentimientos de angustia, soledad y desasosiego surgen como consecuencia de un tiempo que nadie buscó, pero que generó multiplicidad de crisis. Como consecuencia, la enfermedad no es sólo biológica, sino también psicológica, social y espiritual. ¿Los ámbitos más afectados?: la salud, la educación, el trabajo, el esparcimiento sano, las expresiones espirituales y/o religiosas y los más pobres.
En pandemia, vivida en cuarentena, hemos aprendido tres cosas: interioridad, solidaridad y sobriedad. Hemos aprendido a asumir el desafío como posibilidad de regresar a los orígenes de los valores éticos esenciales, donde la empatía emerge como actitud fundamental. Desde allí nos hemos encontrado con numerosos ejemplos y testigos de vida, de jugarse literalmente por la vida en todos los ámbitos: profesionales de la salud, comedores y merenderos, docentes y educadores, personal de seguridad, servicios sociales, ayudas comunitarias, transportistas, personal de sepelios, ministros religiosos… y hasta mi vecin@ o tu vecin@.
Pero también la pandemia y la cuarentena nos enfrentó ante otras realidades dolorosas y muy crueles. Violencia intrafamiliar, desempleo, hambre, pérdida de vivienda, enfermedades psicosomáticas y psiquiátricas, falta de recursos sanitarios, incremento de alcohol, droga y delincuencia y, en no pocos adolescentes y jóvenes, el autorrepliegue en solitariedad.
Nuevas variantes, nuevas responsabilidades
Y hoy, a poco más de un año del arribo del Covid-19 a nuestra cancha, nos encontramos ante un nuevo desafío. Las variantes del Covid-19 del 2020 han dejado atrás los riesgos originales para incrementarlos aún más en forma desproporcionada. Luego de un tiempo lógico epidemiológico, a medida que el virus fue infectando las personas, ha ido evolucionando naturalmente obteniendo la oportunidad de continuar replicando su genoma y reproduciendo nuevas variantes por error o mutación. Así han llegado nuevas variantes del SARS-CoV-2 entre las que se destacan las provenientes de Reino Unido, Sudáfrica y Brasil, pareciendo ser más contagiosas y más letales que la original. Esto es lo que motiva mi diaria reflexión sobre cómo articular el sentido común con los derechos y obligaciones de cada ciudadano, de mí mismo como ciudadano, pues cada crisis merece un sano discernimiento para buscar la mejor manera de salir bien parado de ella y poder ganar.
Si reconocemos que el Covid está presente, también debemos reconocer que tenemos que hacerle frente y ganarle el partido. Para esto hay instituciones y normativas que nos ayudan y mucho; pero de nada servirían si sólo se viesen como imposiciones arbitrarias enemigas sociales, como tampoco sirven si quienes las emiten no parten del diálogo entre razón y sentido común ético y humanitario. Ante la emergencia mundial, la normativa epidemiológica internacional apunta específicamente a dos objetivos a corto y mediano plazo: disminuir los contagios y bajar la ocupación de camas en los nosocomios.
Pero para dar respuesta a tales objetivos es necesaria la comunión entre normativa y sentido común. La normativa corresponde a las autoridades tanto como al ciudadano común; a los primeros, promulgarlas en vistas al mejor bien posible de la comunidad; a los segundos, cumplirlas y ayudar a que se cumplan para beneficio de toda la comunidad. El sentido común corresponde a los legisladores, sabiendo que la ley se impone en el sentido ético de la palabra, pero valorando y haciendo valorar más el espíritu que la letra de la ley; corresponde también al ciudadano, sabiendo que no hace falta una normativa para poder saber qué está bien y qué está mal, cómo cuidarme y cómo cuidar. Es aquí donde los principios de libertad y autonomía entran en diálogo con los valores del bien social y comunitario.
Reflexión en la crisis
Si hablamos de bioética y bioderecho en el contexto que estamos viviendo, conviene tener en cuenta que el orden lógico de toda reflexión, especialmente ante cuestiones de crisis sanitaria, debería ser: 1) análisis del dato científico biomédico (una buena ética comienza por buenos datos), 2) la reflexión ética (filosófica y, por qué no, teológica), 3) la discusión jurídica, 4) la declaración de la normativa final.
Tratándose de una sociedad civil plural como la nuestra, las reflexiones del diálogo ético entre ciencias de la vida (especialmente las bio-médicas) y la jurisprudencia, deberían tener en cuenta una ética de mínimos que derive en deberes perfectos para el ciudadano común (aquello mínimo indispensable que todo ciudadano puede y debe vivir por sí mismo y por la salud y el equilibrio de su comunidad social). Recién sobre esa ética de mínimos, un ciudadano o ciudadana puede marcarse niveles de máximos que impliquen deberes imperfectos pero sin la pretensión de imponerlos a todos por igual.
Si este camino se recorre bien mediante el discernimiento ético buscando el mayor bien común y social en un tiempo de crisis sanitaria y, al mismo tiempo, se comunica no como decreto imperativo sino como concientización (que obviamente necesitará ser acompañada y continuamente evaluada), entonces así será más fácilmente asimilable por el común de la sociedad. Así, una sociedad bien concientizada, suponiendo que es responsable en la verdad, no necesitará la imposición de decretos pues caminará por sí sola en la valoración y el cuidado de la vida y permitirá ser acompañada en este camino.
Mi vida, tu vida
Por otra parte, creo que todos estaremos de acuerdo que la vida humana es un bien fundamental, aunque no absoluto. Así lo entienden las diversas culturas y las principales religiones a lo largo de la historia de la humanidad. Ese bien fundamental que es la vida, es un bien mío, pero no solamente mío; mi vida, tu vida, es un bien social, que me pertenece no sólo a mí, sino también a mi familia, a mis amigos, a mi comunidad social. Para los creyentes, cualquiera sea su credo o religión, la vida es además un regalo gratuito de Dios y el Dios en quien cree es el motor de su existencia. Si la vida humana es un bien fundamental, es necesario cuidarla: cuidar mi vida y mi salud; cuidar la vida del otro y su salud.
Y aquí entran en juego también las políticas sanitarias que se rijan por los tradicionales principios de autonomía, beneficencia y no maleficencia, y justicia, y, especialmente en América Latina, los principios de solidaridad y subsidariedad unidos al principio de proporcionalidad. Entre otras cosas, estos principios apuntan a cuidar y enseñar a cuidar la salud en forma integral, lo que implica la salud biológica, psicológica y espiritual.
En el sentido de salud integral, creo que tenemos una deuda en las implicancias de las normativas vigentes: el derecho a la asistencia religiosa. Las grandes convenciones internacionales de Bioética reconocen el derecho del paciente a la asistencia religiosa en los momentos más críticos de su vida y también poder brindar esa asistencia a su entorno afectivo. Considerando que el pueblo argentino es mayoritariamente creyente y atentos al derecho mencionado creo que se debería incluir entre los trabajadores esenciales (no-rentados) a los ministros religiosos de los cultos reconocidos por el Estado Argentino de manera que a ningún paciente se le niegue la posibilidad de la asistencia religiosa en los momentos más duros de su vida. Esto vale también para la asistencia post-mortem a los deudos del difunto.
Hora de aplicar el sentido común
En el fondo se trata de sentido común y despolitización grietal. Es cierto que el sentido común es el menos común de todos los sentidos, pero es hora de aplicarlo. Es decir, cabeza y corazón en nuestras manos compartiendo afectiva y efectivamente cabeza y corazón con el hermano o la hermana que tengo a mi lado; como me dijo una vez un amigo: piensas como yo, eres mi amigo; no piensas como yo, eres doblemente mi amigo porque juntos buscaremos el camino de la verdad. O como reza el Martín Fierro: “los hermanos sean unidos porque esa es la ley primera, tengan unión verdadera en cualquier tiempo que sea porque si entre ellos pelean los devoran los de ajuera”. Sólo es cuestión de acordar y respetar cosas mínimas: disciplina (distanciamiento, barbijo, higienización… lo que ya sabemos); vacunación urgente; cuidarme, cuidar y hacer cuidar; buen uso del tiempo libre…
Creo que hoy más que nunca, en tiempos de Covid-19, urge mantener vivo el concepto de relacionalidad y la idea de prójimo a partir del mandamiento del amor que nos conducen al axioma fundamental de comunitariedad ética. Llamados a vivir en un estado de comunitarismo ético enraizado en el amor, generando libertad, compromiso y responsabilidad desde una ética de la alteridad, donde la hospitalidad, la amistad y la comunidad sean manifiesto de vida.