“No podemos aceptar un sistema de excluidos. Debemos bregar por una justicia ecológica, que se abraza con la justicia social”. La tierra no nos pertenece, nosotros le pertenecemos a ella. Somos tierra, no podemos vivir sin la tierra, aún cuando ella pueda continuar su trayectoria sin nosotros. No hemos tejido la red de la vida, solo somos una hebra de ella. Y si una hebra se corta, la humanidad pierde su punto de apoyo. Esta mutualidad Tierra-Humanidad, debe ser vivida como una inclusión consciente, para que nos movilice internamente a cuidarla y respetarla.
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Pensar a la tierra como madre, es una visión que hace que el territorio tome el valor de sagrado, de sostén del futuro y fundamento de origen, en el que está la esencia de la vida. Esto se ve ya reflejado en el numeral 146 de ‘Laudato si’’, cuando el papa Francisco nos invita a poner especial atención a las comunidades aborígenes con sus tradiciones culturales, quienes son los principales interlocutores, sobre todo a la hora de avanzar en grandes proyectos que afectan sus espacios. Para ellos, la tierra no es un bien económico, sino un don de Dios y de los antepasados que descansan en ella, un espacio sagrado con el cual necesitan interactuar para sostener su identidad y sus valores.
La apropiación de la tierra para prácticas extractivistas, que datan de la época colonial, lacran los poros de vida de nuestros suelos. Estas prácticas, encuentran palabras sinónimas que se enmarcan en un mismo cuadro: saqueo, despojo, robo de los recursos naturales para el beneficio de unos pocos, dividiendo la “tierra-don” en un espacio territorial para élites capitalistas, que dejan caer algunas migajas de sus mesas de señores. Este es el rostro de la tragedia, de la cual no podemos ser cómplices.
Si existen estas prácticas, existen víctimas de la violencia, intimidadas por actos de presión para que abandonen sus tierras a fin de dejarlas libres para el ejercicio del provecho propio de los que se creen dueños, se favorezca una destructiva del equilibrio ecológico y se actúe una presión violenta frente a quien se rebele y no forme parte de este modelo y escenario.
Integridad ecológica
Hoy, más que nunca estamos invitados a entramar colectivamente aportes que contribuyan a fortalecer el respeto y cuidado de la comunidad de vida, la integridad ecológica, la justicia social y económica, lejos de estos escenarios de “presión”.
La Vida Religiosa Latinoamericana, quiere abrazar una economía samaritana, lejos de alianzas que inviten a abrir la boca para recibir migajas amasadas con la harina de la corrupción y el agua de violación de los derechos humanos. Nuestras respuestas en el hoy, deben formar parte de una larga búsqueda de alternativas de vida fraguadas en el calor de las luchas (que ha dejado tanta sangre derramada) por defender, levantar la voz e insistir a tiempo y a destiempo.
La CLAR, junto a la RED IGLESIAS y MINERÍAS, invitamos al diálogo y reflexión, afín que nos animen a ser coherentes con la defensa de la vida y los derechos, y de la naturaleza misma. No podemos aceptar un sistema de excluidos. Debemos bregar por una justicia ecológica que se abraza con la justicia social. Una sin la otra no existe, como bien lo expresa el papa Francisco: “No podemos dejar de reconocer que un verdadero planteo ecológico se convierte siempre en un planteo social, que debe integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los empobrecidos”.
Y finalizo en clave de esperanza, junto al papa Francisco: “Sin embargo, no todo está perdido, porque los seres humanos, capaces de degradarnos hasta el extremo, también podemos sobreponernos, volver a optar por el bien y regenerarnos, más allá́ de todos los condicionamientos mentales y sociales que nos impongan”. (LS 205)
El cuidado de la Casa común no es ya una moda o una opción que puede o no hacerse. Es parte imprescindible de nuestra condición de creyentes.