Este II Congreso Internacional de Hermandades y Piedad Popular de Sevilla se inscribe en la trayectoria de reflexión, encuentro y estudio que existe en torno a estas instituciones de la Iglesia. El primero, celebrado en 1999 con la iniciativa del cardenal Amigo, contribuyó a cambiar el modo de percibir la religiosidad popular dentro de la Iglesia. Durante mucho tiempo, ha abundado la falta de consideración eclesial hacia el gran papel que las cofradías y hermandades han representado a través de sus muchas facetas de actuación, tras siglos de existencia. El recién celebrado en torno a una “ciudad que se viste de Inmaculada” ha contado con el gran impulso del arzobispo de Sevilla, José Ángel Saiz Meneses.
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Algunos observadores de la realidad pastoral sevillana han afirmado que esta cita internacional y numerosa fue soñada por Saiz Meneses con una culminación en una procesión “magna”, donde se uniesen las principales devociones urbanas –auque siendo de Sevilla son internacionales– con algunas muy populares de su diócesis. La cita, tanto para el Congreso como para la procesión, era atractiva y aún más cuando los cofrades nos vemos privados del don de la bilocación y casi siempre elegimos permanecer en la celebración de la Semana Santa de nuestra propia realidad, que nos ata –¡y de qué manera!– desde lo espiritual y afectivo, desde lo celebrativo y procesional.
Entre las ponencias, destacó la predicación de una mujer en las naves catedralicias, sor María del Redentor de la Cruz, superiora de la casa de Roma, la primera vez que las Hermanas de la Cruz hablaban en público. Puedo decir que, además de quebrarse su voz cada vez que recordaba las palabras de su fundadora, lo hacía mi ánimo en el relato de las muchas descripciones de los rostros de la pobreza que realizó. Han sido las palabras más convincentes que he escuchado desde hace mucho tiempo. Y en esa atención a las pobrezas, las cofradías tienen mucho que ver desde su carisma fundacional.
Emoción indescriptible
Para mí, era muy importante –como cofrade y desde mi compromiso con la Semana Santa de Valladolid y con la castellana en general– experimentar mi contemplación ante las grandes devociones de Sevilla: las Esperanzas Macarena y de Triana, Jesús del Gran Poder o el Cristo de la Expiración o Cachorro. Resulta muy distinto visitarlos en sus sedes, donde siempre lo había hecho, que contemplarlos en la liturgia de la calle, la procesión para la cual fueron realizadas estas imágenes. La emoción del castellano ha sido indescriptible. No nos quedamos solo en lo afectivo y personal, sino en lo mucho compartido junto con personas que no conoces, con las que te sientes comunicado ante una imagen de Dios y de la Santísima Virgen, que permite rezar juntos desde lo íntimo y lo público a la vez, con la confluencia de una música que tiene letra aunque no siempre se escuche.
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