Cuando a la Catedral aún le faltaba para estar llena, lo vimos entrar con su andador, con su vestimenta sencilla de fraile capuchino, sin ornamentos. Antes de sentarse, se dio vuelta, saludó levantando su mano derecha y regalando su amplia sonrisa. Los fieles que aún rezaban o estaban distraídos, escucharon un murmullo, se fueron poniendo de pie y estalló el aplauso.
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El nuevo cardenal Luis Dri, de óptimos 96 años, entraba en la historia y nosotros con él. Sin haber sido obispo, el papa Francisco lo hizo cardenal. Hace un tiempo había dicho que “el carrerismo eclesiástico es una lepra”. La única carrera de fray Luis Dri es haberse pasado cientos de horas en el confesionario, mostrando que la misericordia de Dios alcanza a todos.
Mientras iba transcurriendo la celebración, por más de una vez sentí que Dios me había regalado estar ahí, en esa misa, en este momento tan justo y necesario como histórico para nuestra Iglesia toda. Esos gestos de Francisco que hablan de lo nuevo.
Las emociones se fueron sucediendo lenta y pausadamente. Como si todos los presentes nos hubiéramos puestos de acuerdo en dejarnos llevar por una calma amorosa, sin apuros. Cada instante era único y acontecía más allá del rito.
Un hombre de Jesús
Estábamos invitados a un verdadero banquete, sostenido magistralmente por el coro que proyectó sus impecables voces, para elevarnos a la mesa del cielo, sin dejar de ser conscientes de que estábamos ante un hombre que puso el cielo en la tierra. Un hombre bien humilde y bien sencillo, un hombre de Jesús, al que le volvió a prometer su seguimiento y su fidelidad sin límites ante este pueblo de Dios que pudo emocionarse sin contener sus lágrimas y su alegría.
En la homilía, con las palabras del banquete del profeta Isaías, el arzobispo Jorge García Cuerva puso un acento especial sobre “aquella mesa pequeña llena de estampitas y rosarios del Santuario de Pompeya, una mesa que el cardenal Luis Dri prepara cada día en el confesionario, donde anuncia la misericordia de Dios a todos los que llegan y donde reciben el abrazo y la ternura de Dios”.
Quizá cada uno de nosotros podamos dar cuenta de que, en medio de tristezas y cansancios, de los dolores de nuestro pueblo argentino, donde tantos hermanos y hermanas padecen hambre, nuestra iglesia se hace espacio para todos.
Que el cardenal Dri con su ejemplo –maestro de misericordia a la manera de Jesús– nos ayude a reflexionar sobre las nuevas maneras de encarar la historia presente, con las manos y el corazón abiertos de par en par, como hombres y mujeres que apostamos a la construcción del Reino hoy.