En el que ha sido su discurso eclesiológico más importante, Francisco sostiene que “el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio. Lo que el Señor nos pide, en cierto sentido, ya está todo contenido en la palabra ‘Sínodo’. Caminar juntos –laicos, pastores, Obispo de Roma–”.
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Tal proposición va más allá de la reflexión que puede hacer la Iglesia sobre un tema en particular. Se trata de una revisión de su propia esencia que supone repensar la identidad, la configuración y la misión de la Iglesia, y no solo alguno de sus elementos operativos. Así lo explicó Francisco en un discurso a la Diócesis de Roma:
“El tema de la sinodalidad no es el capítulo de un tratado de eclesiología, y menos aún una moda, no es un eslogan o un nuevo término a usar e instrumentalizar en nuestros encuentros. No. La sinodalidad expresa la naturaleza de la Iglesia, su forma, su estilo y su misión. Por tanto, hablamos de una Iglesia sinodal, evitando, así, que consideremos que sea un título entre otros o un modo de pensarla previendo alternativas”.
Este llamado a que la Iglesia se piense a sí misma es lo que motiva la convocatoria de este Sínodo. Su realización no puede ser leída fuera de la coyuntura y del contexto de quiebre del actual modelo teológico-cultural que define a la institución eclesial. Dicho modelo, caracterizado por un clericalismo estructural, necesita ser superado de modo radical, pues pone al descubierto una insuficiente recepción de la teología bautismal y conduce al fortalecimiento de relaciones asimétricas en el ejercicio del poder y en todo el quehacer de la vida eclesial.
Los signos de la actual época eclesial parecieran apuntar hacia “un punto de quiebre o de inflexión” del sistema o, como algunos estudios han mostrado, un “posible fracaso institucional”. Por ello, no basta solo con revisar y renovar lo que hay. Debemos dejar que el Espíritu hable a la Iglesia hoy y discernir qué estructuras eclesiales han caducado y ya no pueden seguir, y cuáles hemos de crear nuevas para responder a la época actual. Cabe recordar aquí las sabias palabras de Congar:
“Habremos de preguntarnos si será suficiente un aggiornamento o si no será necesaria alguna otra cosa. La pregunta se impone en la medida en que las instituciones de la Iglesia arrancan de un mundo cultural que ya no podría tener cabida en el nuevo mundo cultural. Nuestra época exige una revisión de las formas ‘tradicionales’ que va más allá de los planes de adaptación o de aggiornamento, y que supone más bien una nueva creación. No es suficiente mantener lo que ha habido hasta ahora, adaptándolo; es preciso construir de nuevo”.
Una renovación eclesial en clave sinodal supondrá un nuevo modo de proceder que se inspire en tomar consejos y construir consensos al estilo del viejo principio de la canonística medieval, que reza: “Lo que afecta a todos debe ser tratado y aprobado por todos”. Esta práctica no es nueva en la Iglesia y no debe producir temores. Cabe recordar la regla de oro del obispo san Cipriano, que puede ser vista como la forma sinodal del primer milenio y ofrece el marco interpretativo más adecuado para pensar los retos eclesiales actuales.
Para este obispo de Cartago, tomar consejo del presbiterio y construir consenso con el pueblo fueron experiencias fundamentales a lo largo de su ejercicio episcopal para mantener la comunión en la Iglesia. Con tal propósito, pudo idear métodos basados en el diálogo y el discernimiento en común, que posibilitaron la participación de todos, y no solo de los presbíteros, en la deliberación y toma de decisiones.
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