Hay dos aspectos fundamentales relacionados con el próximo Sínodo de obispos dedicado a los jóvenes y al discernimiento que parecen omitirse en muchos análisis locales, tal vez debido a una simplificación excesiva del tema. En primer lugar, el hecho de que se trata de un sínodo de la Iglesia católica, presente en los cinco continentes, y no de una asamblea limitada solo a Italia o a Europa y países de la antigua cristiandad.
Esto significa que no podemos descuidar el hecho de que las Iglesias en las que la presencia juvenil es más pobre son las de tradición más antigua y que las Iglesias más jóvenes –por época de fundación–, son también aquellas donde los jóvenes son más numerosos, en línea con la edad media de la sociedad circundante.
Esto implica, entre otras cosas, que la transmisión de la sabiduría vinculada a la ancianidad tiene lugar con mayor dificultad si no promovemos intercambios y contactos entre Iglesias de países y regiones no homogéneos: por un lado, tendremos Iglesias expertas que hablan a ancianos y luchan por encontrar lenguajes para las nuevas generaciones y, por otro lado, Iglesias con raíces todavía frágiles que carecen de referencias e interlocutores que han atesorado siglos de confrontación con sociedades cada vez menos “cristianas”.
El segundo dato es que “objeto” — y, hasta cierto punto, compatible con la naturaleza misma de un Sínodo de obispos, “sujeto” — de las reflexiones son los jóvenes y los jóvenes presentes o ausentes en nuestras comunidades eclesiales. Con demasiada frecuencia damos por hecho esta “inclusión”, pero aquellos que tienen un mínimo de experiencia directa en el mundo juvenil son perfectamente conscientes de lo que registran regularmente las encuestas sociológicas más serias: hay diferencias significativas en el comportamiento y el lenguaje relacionado también con el género.
La Iglesia de hoy
Teniendo estas dos observaciones preliminares como un trasfondo crítico y enfocando la reflexión en el mundo italiano y europeo que frecuento más, se debe enfatizar que en las últimas décadas ha habido una atención a la llamada pastoral juvenil nunca tan marcada en la historia; pero desafortunadamente este esfuerzo no ha sido suficiente, en parte también porque continuamos pensando en una relación externa entre la Iglesia por un lado y los jóvenes por el otro.
No es suficiente con escuchar a los jóvenes ni encerrarlos en estereotipos que los convierten en “el futuro de la Iglesia” o “los centinelas del futuro”; en cambio, debemos considerarlos y sentirlos no como una categoría teológica o una entidad externa a la que la Iglesia se dirige, sino como un componente de la Iglesia de hoy, actores y protagonistas ya en la actualidad; necesitamos pensar en ellos como el “nosotros” de la Iglesia.
“Ser protagonistas”
El documento preparatorio del sínodo llama a los y las jóvenes a “ser protagonistas” (III, 1) y “capaces de crear nuevas oportunidades” (I, 3), indicando así a toda la Iglesia caminos de evangelización y estilos de vida nueva. Solo una escucha mutua, una confrontación, un diálogo entre todos los miembros del pueblo de Dios de cualquier edad y de ambos sexos puede desencadenar un proceso de “inclusión” de las nuevas generaciones en la Iglesia.
Este es el desafío del próximo sínodo. Y la voluntad del Papa Francisco de que le precedan encuentros en los que los jóvenes puedan tomar la palabra y sentirse parte de la “conversión” requerida a toda la Iglesia, ha establecido las condiciones favorables para pasar de una pastoral “para jóvenes” a una pastoral “con los jóvenes”.
Se trata, por usar una frase querida por el papa Francisco, de “iniciar procesos”, no de hacer conquistas, ni de “hacer volver” a los jóvenes a la Iglesia, ni de medir el éxito en el número de respuestas obtenidas. Es necesaria “una Iglesia en salida”, capaz de unirse con los jóvenes que ya la frecuentan para ir donde están sus coetáneos, donde viven, sufren y esperan.
Es necesario llegar a ellos de una manera no generalizada y masificada, sino con actitudes y palabras capaces de respetar y volver a despertar la especificidad de cada uno: los jóvenes están sedientos de encuentros personales, diálogos cara a cara, especialmente en nuestro contexto social dominado por lo virtual, y piden silenciosamente, sin lograr expresarse por completo, ser “reconocidos” a todos y cada uno en su propio camino de búsqueda de sentido y plenitud de vida.
“Con” los jóvenes
Esto significa para los adultos cambiar la mirada hacia los jóvenes, aceptar cuestionar sus adquisiciones, no ser siempre capaces de entenderlos y, sin embargo, renovar siempre su confianza en ellos, mirando a los jóvenes como “historias muy personales” y respaldando su ardua búsqueda de una buena vida.
En esta forma de pastoral “con” los jóvenes, además de la cultura del encuentro, también debe surgir el de la gratuidad. Si “la Iglesia no crece por proselitismo sino por atracción” (‘Evangelii gaudium’ 14), toda actitud de evangelización debe vivirse bajo el signo de la gratuidad, sin la angustia de los resultados en el número de jóvenes implicados, las vocaciones suscitadas o los servicios prestados.
El encuentro que se debe favorecer es ese humanismo en el que es gratuitamente posible entrar en relación con Jesús a través de la fe y el testimonio del evangelizador. Por tanto, no el encuentro con una doctrina, y mucho menos con una gran idea o con una moral, sino con una realidad viviente que intriga, sea portador de significado y una promesa de vida plena. La gratuidad es uno de los valores más sentidos y vividos por los jóvenes: el encuentro gratuito y la disponibilidad de caminar juntos siguen siendo urgencias absolutas en un nuevo paradigma de evangelización en la sociedad actual.
Conocer a Jesús
Mi experiencia de escucha, encuentro y camino con tantos jóvenes –muy diferentes en cultura y actitudes hacia la interioridad, la espiritualidad, la religión y la Iglesia– me convence cada vez más de que cuando llegan a conocer la vida de Jesús permanecen fascinados y tocados.
La vida de Jesús como una buena vida, en la que él “hizo el bien”, es decir, eligió el amor, la cercanía, la relación nunca excluyente, el cuidado de los demás y sobre todo de los necesitados, no es solo una vida ejemplar sino capaz de fascinar y revelar la posibilidad de una “bondad” que se quiere inspiradora para la propia vida. Pero también hay una atracción por la vida hermosa vivida por Jesús: su nunca estar aislado, su vida en una comunidad, en una red de afectos, su vivir la amistad, su relación con la naturaleza permanecen muy elocuentes.
Finalmente, hay un gran interés en su vida beata, no en el sentido de una vida sin fatiga, crisis y contradicciones, sino beata porque Jesús tenía una razón por la cual valía la pena gastar la vida y dar su vida hasta la muerte: esta es su alegría, su bienaventuranza.
Los jóvenes no son insensibles, refractarios a los grandes interrogantes de la existencia, sino que desean ser ayudados en este camino por adultos confiables que saben cómo acompañarlos sin pretensiones y sin acaparar los caminos que tienden hacia la plenitud de la vida y el amor.