Un acontecimiento como el que acabamos de vivir en el mes de octubre es susceptible de interpretaciones múltiples según los presupuestos, las expectativas y los temores del observador. Ello resulta inevitable en una iniciativa tan compleja y novedosa.
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Cuando se ha vivido desde dentro, por tanto desde una implicación directa, una valoración adecuada debe tener en cuenta una doble coordenada: a) no es más que un paso –aunque decisivo– en un proceso en marcha y aún abierto; es una primera fase que reclama un momento posterior, para que el estilo se haga vida y costumbre; b) el sujeto protagonista de esta Asamblea sinodal es una realidad compleja, una Iglesia realmente católica y mundial, poliédrica, que tiene que armonizar una sinfonía de voces y acentos múltiples.
La mesa redonda como símbolo
Por ello, al finalizar, considero una gracia –que debe ser acogida con actitud de agradecimiento– la ilusión de tantas personas que han conseguido abrir un diálogo cordial y sincero sobre las cuestiones que afectan a todos. La conversación en torno a una mesa redonda es un símbolo que se ha hecho realidad: mirándose a la cara, como experiencia de fraternidad, lejos de las distancias que tantas veces caracterizan las prácticas eclesiales. Es un estilo que debe reflejar un modo de ser Iglesia.
Esta actitud, como experiencia espiritual, ha hecho posible la convergencia en todo lo que es fundamental, también en los puntos que aún deben ser profundizados, y hasta en muchas propuestas de futuro. Tiene algo de milagro que la Asamblea se haya reconocido en la ‘Relación de Síntesis’, como fotografía fiel de lo que se había discernido, rezado y compartido. Constituye por eso un punto de transición que quedará grabado de modo irreversible en la autoconciencia eclesial y que paulatinamente irá configurándose como el rostro de una Iglesia que se siente familia y madre que acoge y que acompaña.
Tensiones e incertidumbres
En este caminar aletean, como no puede ser de otro modo, tensiones, incertidumbres y perplejidades que no pueden ser ocultadas. Me gustaría mencionar tres que considero nucleares.
En primer lugar, la relación entre amor y verdad: ¿cómo conjugar la misericordia y la acogida con la afirmación de lo que es convicción fundamental de la Iglesia, sobre todo en situaciones consideradas habitualmente como irregulares? La respuesta de Francisco a los ‘dubia’ de los cardenales señala una brújula que aún debe recorrer un largo camino.
En segundo lugar, la naturaleza e identidad del acontecimiento, pues hay obispos que no aciertan a captar el sentido de un Sínodo en el que participan miembros no obispos. La nota dada a conocer por el cardenal Grech trató de arrojar luz a las dudas de muchos. (…)