San Ambrosio, maestro de San Agustín, obispo de Milán y Doctor de la Iglesia, conmovido por lo que sobre la amistad recoge el Eclesiástico, nos invita a abrir el corazón al amigo para que sea fiel y nos comunique la alegría de la vida.
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Respétalo como a otro yo, afirma, nunca lo abandonemos en el complejo momento de la necesidad, nunca lo olvidemos ni le neguemos el afecto. Busquemos la manera de ayudarlo con nuestros consejos, con la firmeza de unir nuestros esfuerzos a su esfuerzo, participando de sus aflicciones.
Nos recuerda que poseer un hombre fiel, que se alegre con nuestra prosperidad, comparta nuestro dolor en la adversidad y nos brinde sostén en los momentos difíciles, alivia profundamente, ya que, quien encuentra un amigo, encuentra un tesoro, que nada vale tanto como un amigo fiel, pues se transforma en remedio saludable (Cfr. Eclo 6, 14-16). La amistad es una de las cristalizaciones de una transparente estética de la confianza fundamentada en la realidad más importante que se teje en el ámbito de la persona: el amor.
El más humano de los amores
C. S. Lewis, escritor que se hizo popular con la serie de novelas que conforman el ciclo de las Crónicas de Narnia, tiene un hermoso librito llamado Los Cuatro Amores, publicado en 1960, en el cual recoge que muy poca gente en la actualidad piensa en la amistad como un amor comparable al «eros» (enamoramiento) o, simplemente, que sea un amor. Mirando hacia el pasado, parece afirmar con nostalgia que para los antiguos, la amistad, les parecía el más feliz y más plenamente humano de todos los amores y que resultaba siendo la coronación de la vida en cuanto a que era una escuela de virtudes.
Para el escritor irlandés, el mundo moderno ignora y parece ridiculizar el amor de la amistad y que, aunque se tejen ciertas amistades, estas, a su juicio, están muy lejos de aproximarse a la “philia” señalada por Aristóteles como una virtud o a esa “amicitia” a la cual Cicerón le dedicara un libro encantador. La pureza del amor como puerta que conduce a la vida y que nos susurra al oído el ocaso de la existencia, del amor que nos impulsa constantemente a querer amando el bien del otro, ha quedado neutralizada, enfriada, congelada por el pragmatismo con el cual parecen tejerse ahora las relaciones humanas al punto que nos lleva a preguntarnos con dolor en los huesos si es posible en la actualidad el amor de amistad.
La revelación cristiana sobre la amistad
Llegamos ahora a la revelación cristiana sobre la amistad y las relaciones, que comienza con el misterio supremo de nuestra fe: la Santísima Trinidad. Tenemos la certeza de que Dios es Uno y Trino, y que las Tres Personas quedan definidas por sus relaciones entre sí. De forma semejante podríamos decir que allí, entre las Tres Divinas Personas, existe la más sublime, perfecta y eterna amistad, expresada eternamente y mediante la venida del Hijo de Dios, que nos es comunicada después en forma permanente por medio del Espíritu santificador: Amor dado, Amor recibido, Amor compartido y que termina por derramarse en la realidad concreta de que somos imagen y semejanza de ese Dios que es Uno y Trino. Ese mismo Dios que hecho Hombre como nosotros nos llamó amigos (Jn 15,15).
Donde hay amor, concluye San Pablo, no hay servidumbre. Donde hay amor hay apertura a una nueva realidad de la dimensión humana que nos muestra sin complejos que, como afirma San Agustín, amando al prójimo y cuidando de él, recorremos nuestro camino. Ayudando al que está a nuestro lado mientras caminamos en este mundo, y llegaremos a aquel con el que deseamos quedarnos para siempre, ya que la amistad que tiene su fuente en Dios no se extingue nunca, afirma santa Catalina de Siena.
Contra la instrumentalización de la amistad levanta su voz fuerte San Juan Pablo II para aleccionarnos diciendo que el amor nunca utiliza, el amor nos posibilita a ver al otro en toda su dimensión de persona y nos mantiene en sintonía con la realidad firme de que, precisamente por eso, ese otro no es algo, sino alguien en cuya relación dinámica va cobrando forma nuestra vocación de prójimo. Paz y Bien
Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor. Maracaibo – Venezuela