Tribuna

Sonidos de una prisión

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Anduve unos pasos y escuché a mi espalda un sonido estridente, hasta en cuatro ocasiones se repitió, era parecido al ruido que produce el mayo contra el yunque en la fragua; pero esta vez, el sonido que me estremecía era el cierre de las puertas tras mis pasos, al adentrarme en la prisión de Huesca.

Fue hace veinticinco años (1993) y era mi primera vez, y aunque iba acompañado por el Hno. Javier, por aquel entonces mi superior, tengo que confesaros que estaba bastante asustado. Y es que, como escucharía después, el valiente es aquel que aun teniendo miedo sigue haciendo lo que debe hacer, no es el que no tiene miedo, y, como se esperaba de mí, seguí adelante hasta llegar a una habitación en dónde nos esperaban un grupo de presos. Pensé: si es duro para mí, que sé que dentro de algo más de una hora salgo, cómo debe ser para ellos.



Nuestro cometido puede parecer complicado, apoyar procesos de desintoxicación, colaborar en tramitaciones, ser puente entre el preso y sus familias, buscar un lugar para poder salir en los permisos, asesorar… pero, al final, lo más importante es saber escuchar, que implica estar al lado del otro a la misma altura, mirar de frente y saber abrazar, todo ello sin juzgar y con honestidad en el vínculo. Es precisamente este vínculo el que es capaz de cambiarlo todo; por ello le llamamos al programa ‘Chárrame’.

Trabajar como sociedad

El sonido que producen esas puertas es parecido a la forma que entendemos, como sociedad, que debe ser forjado el cambio de aquellos que han delinquido o tan solo son presuntos. Es un golpe de fuerza entre el sistema contra el preso y viceversa. Son dos voluntades que en muchas ocasiones no se doblegan y producen un ruido insonoro que asusta en lo más adentro de uno.

La sensación que percibo es que no es tan útil para producir el cambio esperado, aunque socialmente puede tranquilizar el saber que hay espacios en los que, por un tiempo y solo por un tiempo, son apartados del resto de la sociedad, la realidad es que solo es un espejismo en muchos casos.

Nuestros centros penitenciarios están llenos de personas con problemas de salud mental o con adicciones, son personas sin recursos, con baja formación y vidas sumamente duras. Todo ello nos debería hacer pensar. Los famosos, los ricos… son la anécdota de las prisiones, nunca vienen a nuestro programa, no lo entendemos y solemos bromear con ello.

Durante estos años, son cientos de personas atendidas, o, mejor dicho, escuchadas, por los programas de los Hermanos Franciscanos de Cruz Blanca, concretamente en ‘Chárrame’, entre 2016 y 2017 atendimos a 139 en el Centro Penitenciario de Zuera, tal vez una gota, pero es una gota maravillosa.

Ya no puedo ir tan frecuentemente a la cárcel, pero cuando vienen a mi casa en el proceso de excarcelación, sigo, al acercarme, escuchando el ruido del primer día y me conmueve. Soy feliz intentando cambiar la realidad que no me gusta, y construyendo dignidad; tal vez sea esta la esencia de mi vocación. Sigo aprendiendo a escuchar más allá de las palabras.