Tribuna

Teología de la Cruz o la banalidad del bien

Compartir

En 1963, Hannah Arendt, recoge en forma de libro su experiencia durante el juicio llevado a Adolf Eichmann, teniente coronel de las Waffen SS nazis, y responsable directo de la llamada ‘Endlösung der Judenfrage’ o Solución Final al Problema Judío. El libro se llama ‘Eichmann en Jerusalén’: Un estudio sobre la banalidad del mal, en el cual desarrolla, como su título lo indica, la banalidad del mal como categoría política que caracterizó el comportamiento de los nazis en los campos de exterminio por el cual, una vez culminada la guerra, fueron acusados y sentenciados a muerte por crímenes contra la humanidad.



Arendt sostenía que muchos hombres y mujeres funcionan dentro de las reglas de un sistema al cual pertenecen sin pensar ni meditar sobre sus actos. Totalmente despreocupados por las consecuencias de sus acciones, responden sólo al cumplimiento de órdenes. La tortura, la ejecución de seres humanos, el cumplimiento de leyes contrarias a los derechos humanos, el reducir hasta la mínima expresión la dignidad humana, acompañar medidas inhumanas, no son considerados a partir de sus efectos o de su resultado final, con tal de que las órdenes para cumplirlas provengan de categorías superiores como, por ejemplo, líder, patria o revolución.

Tribuna_teologia_Valmore

Teología de la Cruz

Ese juicio no sólo desnudó la banalidad del mal, sino que permitió que se conocieran pequeños gestos de luz, pequeños gestos de humanidad que fueron impulsados también por una espontaneidad que sólo puede explicarse al amparo de una teología de la Cruz. Cuando hablo sobre una teología de la Cruz lo hago haciendo un guiño a San Pablo quien, en su primera carta a los corintios, afirma que la palabra de la Cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, es decir, a nosotros, es poder de Dios.

Cuando hablo de la teología de la Cruz estoy recordando a Anton Schmidt, un anónimo sargento alemán que, sin pretender absolutamente nada, ayudó a partisanos judíos suministrándoles papeles falsos y camiones militares para su fuga hacia tierras neutrales. Sus acciones le costaron la vida, pero salvó a más de 250 judíos del exterminio. Así como podemos rescatar también del olvido la huelga protagonizada por obreros de Ámsterdam en 1941 contra los primeros grandes registros y detenciones de 427 judíos. Recordar a San Maximiliano Kolbe quien ofrendó su vida para que Franciszek Gajowniczek, sargento polaco preso junto a Kolbe en Auschwitz, tuviera la oportunidad de reencontrarse con su familia y que, efectivamente lograría. Cuando hablo sobre la teología de la Cruz estoy hablando del bien que siempre vence al mal, estoy hablando de vida más allá de toda esperanza, estoy hablando de resurrección.

Por una teología de la Cruz

Leonardo Boff afirma que existe un mal en el mundo provocado por la imbecilidad humana y el odio desmesurado de su corazón, un mal que genera dolores de manera voluntaria. Existe toda una historia del mal, como afirma, que toma cuerpo en ideologías, estructuras y dinamismos sociales propensos a fecundar violencia, humillación y asesinatos individuales y colectivos. Sin embargo, el teólogo brasileño también nos recuerda que muchos de esos males y muertes también son soportados por quienes promovieron el amor en el mundo, por quienes se impusieron la creación de un mundo más humano, una civilización del amor.

Boff nos ayuda a dilucidar lo que arde en el centro de la teología de la Cruz dentro de la cual cohabitan aquel que la causa e inflige, aquel que la soporta y la sufre, aquel que la soporta y la sufre por los otros, junto a Dios, que permite infligir y soportar la cruz y que asume y sufre la cruz muriendo en ella. La Cruz es un misterio porque ha brotado de lo recóndito de Dios y nos introduce de nuevo en lo más íntimo de su ser que es amor. Cuando esta se revela, se desnuda frente al hombre algo que no había esperado, humanamente absurdo, algo que parece una locura. La Cruz nos libera de la desesperación y del hastío porque muestra un reino nuevo. Paz y Bien.


Por Valmore Muñoz Arteaga. Director del Colegio Antonio Rosmini. Maracaibo – Venezuela