Tribuna

Teresa de Ávila, Mary Ward y Barbara Holmes: tres maestras más allá de la tradición

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En la tradición cristiana, la oración es responder a la invitación divina para entrar en diálogo, para acoger con fe la certeza de que Dios quiere comunicarse directamente y revelarse a cada una de sus criaturas, sin excepción. Todos y cada uno de nosotros tenemos la tarea de aceptar la invitación porque un intercambio de amor nunca podría imponerse. La oración es rogar, llamar, insistir y esperar que el Otro, el Otro invisible que es Dios, responda.



Según la sublime imagen de Santa Teresa de Ávila, la oración es la llave que abre las puertas del castillo de nuestra alma, en cuyo centro se encuentra el hogar de Dios en la Tierra. La oración como disciplina relacional con Dios es una forma de ser, una práctica motivada por la esperanza de poder contribuir, de alguna manera misteriosa, a la armonía cósmica y a la dignidad que Dios reconoce en todos los seres, superando el desconcierto causado en nosotros por la ciega destructividad y el odio en las estructuras sociales actuales. Es el instrumento con el que armonizamos nuestra voluntad con la voluntad de Dios.

Me resulta imposible decir si existe una forma “femenina” de orar distinta de la forma “masculina” de orar. Estoy segura de que muchas mujeres han dedicado y dedican su vida a la oración y están movidas por el deseo de enseñar a otros a rezar para hacer más cercano el plan de Dios.

Santa Teresa de Ávila, maestra de la oración cristiana por excelencia. Teresa Sánchez de Cepeda de Ávila y Ahumada descendía de una familia de origen judío. Su abuelo, un rico comerciante toledano, estuba bajo sospecha de la Inquisición por practicar en secreto el judaísmo. El padre de Teresa había trasladado a la familia a Ávila y, para evitar sospechas, había comprado el título de hidalgo que le otorgaba la condición de cristiano vetusto, es decir, sin mezcla de sangre judía ni morisca.

Volver a la regla carmelita

No basta con quemar libros sagrados para evitar que la riqueza espiritual heredada durante milenios se transmita a las generaciones siguientes. La “determinada determinación” con la que Teresa de Jesús sigue las instrucciones divinas de volver a la regla carmelitana original, y de dar vida a comunidades con las mejores condiciones para alcanzar la unión con Dios en esta vida, son parte de esa herencia.

La fe de Teresa en Dios, en Jesucristo, en el Espíritu Santo y en la Santísima Trinidad era más auténtica cuanto más se distanció de las reglas discriminatorias e injustas de los monasterios de la época: había unas monjas ricas quienes, a pesar de la clausura gozaban de todos los privilegios, y unas monjas pobres que hacían las veces de sus sirvientes. Los diecisiete monasterios de religiosas carmelitas descalzas fundados por Teresa, con trampas tendidas por la Inquisición, eran el máximo testimonio de que el objetivo final de una vida de pura contemplación es transmitir energía espiritual a quienes participan en las batallas del mundo. María al servicio de Marta.

Aunque de naturaleza opuesta, el contexto familiar en el que nació Mary Ward también estaba marcado por conflictos entre pertenencias religiosas. En 1585 la persecución de los católicos por parte del gobierno inglés estaba en su apogeo. Los sacerdotes católicos que celebraban misa y los fieles que los protegían fueron condenados a muerte o a penas muy severas. La familia Ward estaba entre ellos.

A los veinticuatro años, llamada por Dios a abrazar la vida religiosa, Mary Ward se trasladó a Flandes y entró como religiosa externa en el monasterio de las Clarisas de Saint Omer. Años más tarde, respondiendo a una segunda llamada divina, viajó a Roma para que su Instituto, dedicado a la educación de las niñas, fuera aprobado.

Mientras esperaba la bula papal, y apoyada en la certeza de que las mujeres no son menos que los hombres, Mary Ward fundó junto con un grupo de compañeras una quincena de escuelas en Italia y el norte de Europa. Mary Ward fue considerada “hereje, cismática y rebelde contra la Santa Iglesia”. Murió en Inglaterra, exiliada en su tierra natal. Solo la lealtad de algunas compañeras obligadas a mantener en secreto el nombre de la fundadora –“las damas inglesas” o “les jesuites”, según sus detractores– garantizó en los siglos siguientes que la espiritualidad de los Ejercicios de Ignacio de Loyola, expresada en la forma femenina de Mary Ward, se tradujera en cientos de colegios para niñas, en obras dedicadas a los pobres, en compromiso con la justicia social y en lucha por los derechos civiles de las minorías.

Conciencia orante colectiva

Nacida en New Haven (Nueva York) en 1943, Barbara Holmes fue poetisa, maestra espiritual y estudiosa del misticismo, la cosmología y la cultura afroamericana. Fue presidenta del United Theological Seminary de Twin Cities y formó parte de la junta directiva del Center for Action and Contemplation fundado y dirigido por el Padre Richard Rohr, OFM.

En su libro ‘Alegría infalible’, Holmes sacó a la luz con sublime sensibilidad la corriente espiritual que recorre la historia de las comunidades afroamericanas, desde las olvidadas raíces africanas de los Padres y Madres del Desierto y de los doctores de la Iglesia como Agustín y Tertuliano hasta las prácticas religiosas de las etnias de África Occidental víctimas de la trata de esclavos; desde el traslado de doce millones de hombres, mujeres y niños al continente americano para el trabajo forzoso en las plantaciones; desde las luchas por la abolición de la esclavitud hasta el movimiento por los derechos civiles de los años sesenta; o desde Black Lifes Matter hasta el primer presidente negro de Estados Unidos. Su obra es una epopeya que une vida y muerte, cuerpo y alma, dolor y éxtasis, música, danza y silencio. Expresiones de oración solitaria y de contemplación en comunidad, capaces de transformar en energía positiva los antiguos traumas causados por la esclavitud y las desigualdades y opresión que aún hoy sufren las personas de color.

Contemplación pura, contemplación en acción, contemplación en comunidad. Con estas tres mujeres uno podría preguntarse cuál podría ser hoy un nuevo paso en la conciencia orante colectiva.

La costumbre de meditar y rezar juntos, de luchar por la justicia y la paz podría abrazar a las comunidades no cristianas y a otras tradiciones. En algunos países ya está sucediendo. Mujeres judías, cristianas y musulmanas. Hindúes, budistas y taoístas. Canadienses y australianos. … Mujeres cuyos nombres recuerda la historia y mujeres sin nombre. Con urgencia, con “determinada determinación”. Para unos ojos capaces de ver más allá de lo visible siempre ha existido un proyecto activo y misteriosamente eficaz: Sofía.


*Artículo original publicado en el número de abril de 2024 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva

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