Cuando en 1997 Juan Pablo II inauguraba las Jornadas de la Vida Consagrada, nos ofreció el lema Luz para alumbrar a las naciones, poniendo a la Vida Consagrada como horizonte encendido capaz de aportar un sentido valioso a la vida cuando se vive desde el seguimiento de Jesús, ofreciéndose a ser luz para todos.
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En 2021, a los 25 años, las naciones sufren los efectos de una pandemia que no acaba de cesar en su ataque y que sigue ocasionando estragos en personas y erosionando todo el tejido social, laboral, personal y económico.
Y en medio de este caos, La Vida Consagrada como parábola de fraternidad en un mundo herido. Y no es una concesión gratuita al caminar de la Vida Consagrada. Esta está comprometida en su raíz en acompañar, sanar, liberar, hacerse una, como lo viene demostrando, con los sufrientes de un mundo herido.
La Vida Consagrada se ve reflejada en ‘Fratelli Tutti’ se hace eco y asume como compromiso propio lo que resalta el Papa cuando dice: “Entrego esta encíclica social… para que… seamos capaces de reaccionar con un nuevo sueño de fraternidad y de amistad social que no se quede en las palabras…” (FT, 6).
Nuestro sueño
“Un nuevo sueño de fraternidad”. Ese es el deseo de la Vida Consagrada como responsabilidad nacida de lo más hondo de su ser, entregada a la causa del Evangelio para hacer de este mundo la Casa común, la mesa de familia, la tirita que cohesione las heridas locas de un individualismo feroz.
Una jornada para celebrar con toda la Iglesia las maravillas de Dios; para ofrecer el aporte valioso de la Vida Consagrada a una sociedad herida y para alabar al Señor por tantos consagrados que hacen de su vida una sencilla parábola de fraternidad.