Tribuna

Todavía oliendo a Resurreción

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Para estos días, pienso yo, la Pascua empieza ya a diluirse en la rutina de nuestra vida cristiana. Y entonces, como lo confesaba en una columna titulada “Semimuertos” el conocido sacerdote escritor y periodista español José Luis Martín Descalzo (1930-1991), surge en el fondo del alma una pregunta: “¿Somos los humanos de hoy verdaderos hombres o solo muñones de hombres, seres sin realizar, semimuertos?”.

Para muchos la Semana Santa es solo una devocionalidad que se apaga el domingo de Pascua y no deja sino la emocioncita de haber querido ser fieles a nuestras creencias. Pero creer en la Muerte y Resurrección de Cristo, oler a resucitados, es una honda vivencia que nos debe invadir, no por el temor a la muerte, sino por el temor a la vida; mejor dicho, por el amor a la vida, a lo que nos queda de vida, a esta cuasi vida (semivida, digamos, para concordar con lo de semimuertos), que se nos diluye en la mediocridad.

Es bello este párrafo del articulo citado: “Yo siempre he pensado que Jesús tuvo que resucitar y esto no solo por obra milagrosa de su Padre, sino por su misma fuerza interior: un hombre tan vivo, tan terriblemente vivo como estuvo Cristo no podía morir del todo y para siempre. Su pasión de vivir era mucho más poderosa que la losa del sepulcro”.

Y, entonces, viene la pregunta: ¿Cómo sabe uno si está vivo o resucitado, o más bien muerto en vida, semimuerto? Para conocer la diferencia, Martín Descalzo propone cuatro señales que resumo en sus enunciados.

Primera: “Se está vivo cuando se tiene un ideal, una ilusión, una tarea que, al ser más grandes que nosotros mismos, exijan que existamos estirando el alma par llegar a ellas”.

Segunda: “Se está vivo cuando se vive lleno la mayor parte de la vida, cuando las horas de tensión y producción son mayores que las de descansillo”.

Tercera: “La tercera condición para estar vivo es, creo yo, crecer, estar creciendo, seguir creciendo”.

Y cuarta: “Que nos sobre suficiente vida como para entregarla a los demás. El que sólo se realiza a sí mismo, se petrifica. No hay más vida que la que se comparte y reparte. El que no ama, no ayuda, no empuja a otros, bien puede encaminarse ya hacia el sepulcro”.

Han sido citas largas, pero el lector estará de acuerdo conmigo en que encierran una propuesta práctica para lo que yo llamaría la “reingeniería de la Resurrección”, que debe ser el programa diario de uno como creyente. Dice el artículo en mención: “Ahora entiendo que muchos hombres no entienden la Resurrección. ¿Cómo podrán entenderla si no aman la vida, si temen que una resurrección pudiera ser la prolongación de su aburrimiento?”.

La fe cristiana no es una religión simplemente para bien morir, sino y sobre todo para bien vivir. No se resucita para seguir semimuerto en vida, sino para la plenitud a que estamos llamados. Que no es solo la eternidad como escatología, sino el aquí y el ahora como compromiso apasionado con la vida.

Concluyo con él último párrafo del artículo de Martín Descalzo: “¡Con lo hermoso que es vivir, seguir viviendo, irle descubriendo nuevos rostros a la existencia, encontrar su júbilo detrás de cada dolor, escalarla a pesar de lo empinada que es o precisamente porque es empinada! Sé que la muerte vendrá, pero que cuando llegue tenga que darle muchos hachazos a nuestra alma y que no necesite solo darnos un empujón porque ya estamos podridos por dentro”.

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