El 16 de julio se hacía pública la carta apostólica en forma de ‘motu proprio’ sobre el uso de la liturgia romana anterior a la reforma de 1970: ‘Traditionis custodes’. El documento va acompañado de una carta del papa Francisco a los obispos del mundo en la que argumenta detalladamente la decisión tomada.
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Comencemos diciendo que resulta llamativo el sensacionalismo y la superficialidad con que ciertos medios informativos, incluso algunos que presumen de su especialidad en temas religiosos, han tratado el tema. Afirmar “Golpe mortal a los rigoristas: Francisco prohíbe las misas en latín con el rito anterior al Concilio”, es sencillamente falso, porque en ningún caso se prohíbe la hasta ahora –durante los últimos catorce años– denominada “forma extraordinaria” en la celebración eucarística; se limita su uso, sí, pero no se prohíbe.
Otros, pretendiendo ensalzar la figura del papa emérito Benedicto XVI, hacen reducciones empobrecedoras: “El papa Francisco destroza el legado litúrgico de Benedicto XVI”; obviamente, el legado litúrgico y el magisterio sobre el tema del papa Ratzinger son mucho más ricos y de mayor alcance teológico, litúrgico y espiritual que el ‘motu proprio’, tendenciosamente utilizado, ‘Summorum Pontificum’ (SP), de 2007. Gracias a Dios, el volumen XI de sus ‘Obras completas’ (“Teología de la liturgia”) es fehaciente testimonio de ello.
Una forma unitaria de celebración
Dicho esto, vayamos al contenido.
1. Los protagonistas del discurso son los obispos, “custodios de la Tradición”. Y la cuestión es decisiva. Con SP, un acto papal liberó a los obispos de ciertos deberes que les corresponden: en primer lugar, el ejercicio de la autoridad sobre la liturgia en sus diócesis. Con el nuevo documento, esta autoridad se devuelve a sus legítimos titulares, moderadores de la vida litúrgica de las respectivas Iglesias locales. Se trata de un principio eclesiológico y estructural, que el Concilio Vaticano II restableció y que merece ser defendido como un bien precioso.
2. “Los libros litúrgicos promulgados… en conformidad con los decretos del Concilio Vaticano II, son la única expresión de la ‘lex orandi’ del Rito Romano”. Esta afirmación corrige radicalmente el atrevido sofisma en el que se basaba SP: a saber, la “coexistencia paralela” de dos formas rituales, una de las cuales se contradecía con la otra; en la Iglesia coexisten ritos diversos, pero no “formas distintas” dentro de un mismo rito. El restablecimiento de “una forma unitaria de celebración” es el único horizonte sobre el que se puede construir la deseable paz litúrgica. Cualquier otra hipótesis, por bien intencionada que sea, crea crecientes divisiones y malentendidos, y la carta del Papa a los obispos así lo subraya.
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