Tribuna

Tras el incendio de Notre Dame: Restaurar, reconstruir, resucitar

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Todavía estaba ardiendo Notre Dame cuando Emmanuel Macron, presidente de Francia, hizo la solemne promesa de reconstruir la catedral de París. Aún resultaba imposible evaluar los daños y ciertas voces se alzaban ya, en medio de la humareda, para reclamar una reconstrucción excepcionalmente rápida. No varias décadas, como sugerían algunos expertos, sino unos pocos años, cinco como máximo.

¿Habrá que reconstruir Notre Dame porque constituye un foco mayor de atracción turística, con sus más de 12 millones anuales de visitantes? ¿Porque representa, quizá, la esencia del alma gala, que hay que proteger a capa y espada en estos malos tiempos sembrados de amenazas terroristas? ¿O acaso, sencillamente, por ser una obra colosal del arte gótico, o incluso por haberse convertido en un personaje vivo de la literatura universal? Aunque la conmoción ante la catástrofe es unánime entre los franceses, la diversidad de ecos parecería indicar que a cada uno se le ha quemado una catedral distinta.

Incendio en la catedral de Notre Dame

Impotentes y atónitos, muchos católicos se reunieron también en las inmediaciones de Notre Dame. Entre los apesadumbrados espectadores corría como un rumor la cuestión del significado espiritual de este acontecimiento sin precedentes. “Un castigo de Dios”, decían algunos, “una llamada a volver a los valores tradicionales porque Francia ha demostrado con su comportamiento que no merece ser considerada la hija primogénita de la Iglesia”. Restaurar, reconstruir, recuperar los planos tradicionales de la fe y colocar piedras nuevas en los lugares ya sabidos que determinan las tradiciones y las buenas costumbres.

Otros católicos, desde el mismo sitio, contemplaban la tragedia con una interpretación diferente. Tenían la osadía de pedir que, puesto a arrasar, el fuego consumiera y purificara el pecado que destruye la Iglesia, en particular los escándalos de abuso sexual a menores y a religiosas, tan presentes en Francia y en otros países del mundo. Un deseo tan legítimo al menos como los anteriores. Resucitar, renacer despacio a partir de las cenizas, ir siendo una Iglesia más humilde, más pobre, más nazarena.

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