Tribuna

Tras la pandemia, hay que optar

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Con la pandemia y sus secuelas de desconcierto y de miedo, una etapa se cierra para nuestras iglesias: la de una “pastoral de muchedumbres”, la de una Iglesia de actividades masivas, con programaciones sobrecargadas. Este cambio radical nos viene dado por unas circunstancias no previstas ni queridas, que nos han cortado las alas. ¿Resultados? Por lo que estamos viendo, se acentúa la tendencia secularizante de nuestra sociedad. No son pocos los que se aprovechan de la situación para desengancharse de hecho de la vida eclesial. (¿Lo deseaban ya antes?). Inconscientemente o apoyándose en excusas “razonables”, van engrosando así la mayoría silenciosa de los no practicantes. La actual ausencia de muchos cristianos puede ser irreversible.



¿Qué hacer? ¿Esperar a que escampe, pensando ingenuamente que los que se fueron volverán? ¿Crearnos una ilusión virtual multiplicando iniciativas online con la pretensión de seguir llegando a los más posibles? ¿No sería mejor preguntarnos qué haría Jesús en nuestras circunstancias, releyendo algunos pasajes del Evangelio?

Optar, decidir

Nuestra Iglesia se enfrenta a una encrucijada seria. ¿Por dónde seguir en el próximo curso? No vale la pasividad ni un dócil sometimiento sin más a lo que “las autoridades sanitarias determinen”. El criterio supremo ha de ser el discernimiento para atisbar los nuevos caminos que nos está marcando el Señor en medio de la noche. Como él, nos arriesgamos a transitar por rutas desconocidas. Con lucidez espiritual y contando con la madurez de los hermanos más firmes, hemos de dar el paso adelante. ¡Hay que optar!… para, luego, mantenernos en la decisión. Nos aguarda una etapa dura cuyo final es el esplendor de la Pascua.

De las muchedumbres al pequeño rebaño

La relación “mayorías”–“minorías” es indiscutible en el cristianismo. Ambas realidades han de mantenerse en mutua tensión. En épocas de “Galilea”, las mayorías religiosas han sido la cantera normal de las minorías de verdaderos creyentes en Cristo. Y en épocas de camino a “Jerusalén”, como la actual, las minorías son, a su vez, el fermento que actúa en el interior de las masas para transformarlas. Según esto, en la actualidad hemos de optar decididamente por las minorías que nos vaya dejando la criba de la pandemia. Aquellos que han demostrado su fe personal en el compromiso familiar, social y humanitario; los que siguen cargando con el funcionamiento de nuestras parroquias e instituciones. Superando miedos e inercias negativas. Con ellos contamos, con ellos hemos de proseguir el trabajo pastoral. Un trabajo intensivo y sin relumbrón, como el del Señor con el “pequeño rebaño”.

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Formar y acompañar

Desde ‘Evangelii gaudium’ ha hecho fortuna la expresión “procesos de formación” (EG 163-168; 223-227; Congreso Nacional de Laicos). El modelo de estos procesos es Jesús, quien va formando pacientemente a los suyos sobre la marcha, en el camino hacia la cruz. Una formación espiritual, dándoles a conocer al Padre y a orarle como conviene; configurándose con su mentalidad. Una formación pastoral, revisando con ellos la entraña de los acontecimientos y, lejos ya de los grandes milagros, enseñándoles a acoger a las personas concretas maltratadas por la vida, a los extranjeros y alejados de la religión oficial; ofreciéndoles siempre el perdón y la misericordia. Una formación no meramente teórica, sino planteada como un crecimiento personal y grupal ante los retos de la vida.

En las etapas anteriores de nuestra Iglesia era tal el cúmulo de actividades, que se descuidaba esta formación. A los laicos se les asignaban tareas que cumplir, pero no se les dedicaba un tiempo personal, un acompañamiento. Así, muchos de ellos terminaban quemados. Las circunstancias actuales nos imponen invertir la tendencia.

Frente a la pandemia

Hay que optar por formar detenidamente a los cristianos, en especial en el tremendo desafío mundial del coronavirus, sin lo cual todo intento pastoral se verá bloqueado. Los cristianos no tenemos soluciones a todos los problemas, pero poseemos “la sabiduría de la cruz”, que nos permite asumir la frustración y el dolor propio y ajeno.

Dejemos de lado por un tiempo los temarios preestablecidos para centrarnos en el misterio clave de nuestra fe. De los datos técnicos de la pandemia se ocupan hasta el hartazgo los medios de comunicación, pero ¿quién enseñará a los cristianos a valorar y amar la cruz del Siervo manso y humilde de corazón?

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