Venezuela está de fiesta. A pesar de la profunda crisis humanitaria, potenciada por la pandemia, hay una alegría inocultable por la beatificación del Dr. José Gregorio Hernández. El venezolano ha tomado este acontecimiento como si Dios sonriera directamente sobre nuestra patria herida sirviendo de bálsamo en esta hora menguada de nuestra historia.
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Sin embargo, y aunque pueda resultar insólito, cuando se anunció su beatificación, un grupo muy reducido de intelectuales levantaron su voz, no sólo para cuestionar la santidad del médico de los pobres, sino para poner en duda sus aportes a la cultura médica venezolana: un creyente no puede ser inteligente. Cuesta asimilar estos comentarios en pleno siglo XXI, luego de que tanta agua, a veces teñida de sangre, ha pasado bajo el puente de la historia.
Opción por los pobres
Nada ha distinguido más al Dr. Hernández que su servicio a los más pobres. Hecho incontrastable que aparece en cualquier testimonio que se teja sobre él. Todo su amor a Dios y a la medicina se volcó apasionadamente hacia los descartados.
Comprendió que profundizando en sus estudios científicos y en la oración contemplativa alcanzaba mayor comprensión de la dignidad que habita en cada hombre y que bajo el polvo del rechazo acumulado ella brilla más intensamente.
El Dr. Hernández entendió que así como en la oscuridad de aquel portal en Belén nació la Luz entre todas las luces, de la misma manera, en el corazón de los más pobres está encendida con mayor brillo la luz de Jesucristo.
No dejó nunca de cumplir con los requisitos que el oficio médico le demandaba, pero el amor por Jesucristo y su Iglesia orientaron su preferencia por los más pobres. Un adelantado de Medellín y Puebla.
Hombre de diálogo
Compartió el ejercicio médico con la docencia y la investigación científica. Lo hizo en un momento en el cual el pensamiento positivista había avanzado lo suficiente como apoderarse del espíritu universitario. Pensamiento que tuvo como origen el descarte del amor y la caridad.
El pensamiento moderno no ama al amor y no es que lo odie, sino que lo pasa por alto para, al mismo tiempo, reprimirlo. Pensamiento que redujo a Dios a tan sólo una idea y ésta perfectamente prescindible.
A pesar de ello, no cerró nunca sus puertas a la posibilidad del diálogo con aquellos que le negaban el corazón de su existencia. Enfrentó con pasión a quienes negaban a Dios y rechazaban a su Iglesia.
Sin embargo, lo hizo desde el respeto de aquel que sabe que la razón que da la espalda a la fe suele nublarse, confundirse, oscurecerse y atentar contra sí misma. La misericordia, que no está reñida con la inteligencia, confeccionó las palabras firmes y convencidas, pero que, en modo alguno, lesionaran la integridad del otro que pensaba distinto.
Entre la fe y la razón
Escribía San Juan Pablo II que la fe y la razón son las alas con las que vuela el espíritu humano para poder contemplar la verdad. El espíritu del beato José Gregorio Hernández voló alto, muy alto.
No se puede testimoniar la verdad, incluso la verdad científica, dando la espalda a un tipo de racionalidad sensible que sólo se expresa por medio de la fe. Solo en el creer el ser humano alcanza el acto más significativo de la propia existencia. Por medio de él, escribe san Juan Pablo II en ‘Fides et Ratio’: “la libertad alcanza la certeza de la verdad y decide vivir en la misma”.
El Dr. José Gregorio Hernández, como lo hiciera también en su tiempo Antonio Rosmini, comprendió que en el binomio fe y razón podemos hallar una complementariedad necesaria en la búsqueda de la verdad.
Valmore Muñoz Arteaga. Director del Colegio Antonio Rosmini. Maracaibo – Venezuela