En septiembre, la fe cristiana nos invita a contemplar, reflexionar, discernir y compartir la Palabra de Dios que se encuentra en la mediación de la Biblia. Esta acción es para pasar por el corazón que la adhesión cristiana cree, celebra y anuncia que la Trinidad se revela para dar a conocer el misterio de su amor y su propuesta redentora. Ella se hace pronunciable por la voz humana y cuya plenitud es una persona: Jesús de Nazareth. Su pasión, muerte y resurrección fue y es el momento central, para los cristianos, que provoca “hacer anamnesis y eco” de su vida, palabras, signos, enseñanzas, gestos, etc.
- PODCAST: Despertemos a la Iglesia del coma
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
La catequesis es una configuración con el mismo Jesús para asumir su estilo de vida. No es un conjunto de “temas” a transmitir. Estar y seguir a Jesús es compartir y convivir una forma de ser desde el amor de la Trinidad y no es imponer una temática abstracta. Desde el Verbo Encarnado se convierte en una trans/formadora de Discípulos que son llamados “cristianos” (Hchs. 11, 26) porque lo seguimos a él, estamos después de él como testigos de la acción salvífica en favor (gracia) de toda la humanidad, y él, como testigo de la Trinidad, se pone junto a nosotros para caminar juntos.
El mes de la Biblia, en catequesis nos exhorta a centrarnos, contemplarnos, discernir y proponernos la Voz de Dios como eco de su propuesta para recordar el amor de la Trinidad.
La Palabra de Dios
“La Palabra de Dios, por lo tanto, precede y excede a la Biblia. Es por ello que nuestra fe no tiene en el centro solo un libro,
sino una historia de salvación y sobre todo a una Persona, Jesucristo, Palabra de Dios hecha carne”
(Francisco – Discurso a la comisión Bíblica, 2013)
La catequesis hace resonar esa palabra que precede a la misma pronunciación por parte de la comunidad. Esa voz hace historia de salvación en nuestra realidad, la eleva y lleva a su plenitud respetando y valorando nuestra respuesta. Por eso, como ministros de esta palabra, la contemplamos, anunciamos, celebramos, nos dejamos transformar por ella. Esta actitud de fe requiere asumir, como afirma Andrés Torres Queiruga, que la voz de Dios se hace Palabra con algunas características que a continuación sintetizamos.
Palabra mayéutica
Porque es Dios mismo quien se comunica (Concilio Vaticano II – DV, 1965). Contemplar, conocer, discernir, rumiar, celebrar y anunciar la Voz de Dios nos invita, como cristianos a contemplar al Hijo quien vive en y desde este misterio y lo manifiesta plenamente: “Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que está en el seno del Padre” (Jn. 1, 18). Él nos revela que el Abba, con rasgos de Imma, habla con todos los seres humanos y de múltiples maneras (cf. Heb. 1, 1 – 2). La Palabra de Dios ya está en el mundo creado por medio de ella (Cf. Gn. 1, 1 – 2, 24) y habita en medio de la humanidad (Cf. Jn.1,3, 14). La Palabra de Dios no es algo añadido a la vida del ser humano. Y la misión del creyente es ser partero (mayéutica), ayudar a dar a luz esa voz que se hace presencia liberadora y comunicación existencial con las personas que se predisponen a escucharla.
Palabra revelación sinodal
Porque “al principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios” (Jn. 1, 1). Estaba antes, en la eternidad del misterio de Dios y quiso darse a conocer para que los seres humanos nos zambullamos en ella participando de su misterio (DV 2) y descubrir sus señales en la realidad cotidiana de nuestra existencia. Esa palabra se puso junto a la humanidad en un camino sinodal. Es una voz que quiere busca hacerse comprensible y lo hace según la manera humana de hacerlo.
Palabra creadora – salvadora
En el prólogo del Evangelio según Juan, se afirma: “Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe” (Jn. 1, 3). La voz de Dios, al ser pronunciada crea, al crear da vida. Experiencia que el salmista narra: “Envía su mensaje a la tierra, su palabra corre velozmente; reparte la nieve como lana y esparce la escarcha como ceniza. Él arroja su hielo como migas, y las aguas se congelan por el frío; da una orden y se derriten, hace soplar su viento y corren las aguas” (Sal. 147/146, 15 – 18). La creación por la palabra suscita vida y salvación, porque ella se hace visible, palpable, audible, contemplable y reconocible.
Palabra encarnada
“Y la palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1, 14). Esta acción de la Palabra, la iglesia la hace plegaria en el prefacio de Navidad II: “el que era de naturaleza invisible se hizo visible en nuestra naturaleza, y el que es engendrado desde toda la eternidad comenzó a existir en el tiempo para asumir en sí mismo todo lo creado” (CEA – Misal Romano Cotidiano, 2011, pág. 805). La palabra de Dios se hace carne, quiere ser apropiada por cada persona y comunidad que la oye, rumea, medita, celebra y comparte. Y lo hace, a la manera humana de sentir, vivir, comprender, etc.
Palabra testimoniada
La Sagrada Escritura es un testimonio de esa palabra (Francisco – Discurso a la comisión Bíblica, 2013). Jesús da testimonio del Padre; quien lo ve a él, ve al padre (Jn. 14, 9) y este, a su vez, da testimonio del Hijo (Jn. 5, 31 – 41; 8, 18). Y esa certificación se manifiesta en otras mediaciones (DCG, 1998) (n° 95) como la creación, historia, Tradición de la Iglesia, Liturgia, Enseñanza de la Iglesia, realidades humanas (CELAM – MED, 1968) (VIII. 6; 15 – 16). En este testimonio se nos revela que Dios en su amor, busca y quiere la salvación de las personas y comunidades.
Palabra actual
Los creyentes afirmamos que Dios creó y sigue haciéndolo, sosteniendo con su providencia el mundo y la obra de sus manos. La voz del Señor actúa haciendo maravillas en quienes la oyen y provoca que se anuncien sus prodigios a todas las naciones (Hchs. 2, 11): “La revelación que alcanza su plenitud en Cristo, no cierra, sino que abre; no paraliza la presencia de Dios, sino que la patentiza en su máxima actualidad. Por eso, la revelación es siempre actual; Dios sigue revelándose, no en el modo de abrir clave, eso ya está conseguido en Cristo, sino en el hacer posible vivirlas todas en la libre acogida de su presencia viva” (Torres Queiruga, Andrés, 2008, pág. 511).
Palabra celebrada
La fe es un itinerario en el que, quienes hemos escuchado, meditado y discernido la Palabra de Dios, nos adherimos en una comunidad creyente (CEA – JEP, 1988) (n° 50 – 51) y desde allí celebramos, agradecemos, alabamos, contemplamos, anunciamos y actuamos, en, junto a y con esa presencia salvadora. Por ella, la liturgia, y toda la vida cristiana, se hace celebración, anuncio y servicio sinodal (CEC, 1997) (n° 1070) en beneficio de la humanidad.
Palabra recibida y rumiada
La voz del Señor, al ser análoga e interior, necesita ser discernida, no es letra escrita, sino que lo escrito contiene la Palabra de Dios. Por lo tanto, requiere de las comunidades creyentes una actitud discipular para contemplar, ahondar en ella, descubrir la propuesta de la Trinidad, ya realizada en Cristo, que es la salvación del género humano, para manifestarla al mundo de hoy en su propia realidad. Por esa Palabra, la salvación “Hoy ha llegado la salvación a esta casa” (Lc. 19, 9), es recibida y se rumea.
Palabra oyente y oída
La revelación da testimonio que el Misterio Divino escucha el clamor y gritos de su pueblo (Cf. Ex. 3, 7), que la voz del ser humano en sus situaciones vitales (Salmos) es plegaria y la voz de Dios es escuchada por su pueblo como profesión de fe (Cf. Deut. 6, 4). El nuevo paradigma eclesiológico y catequético (que no es tan nuevo) es la de ser oyentes de una Voz que nos escucha.
Palabra Profética
La voz de Dios, por se hace anuncio de la Alianza y por esta fidelidad se transforma en denuncia contra todo lo que pisotee al ser humano o que provoque injusticia, porque Reino de Dios y humanidad son binomios inseparables.
Que la Trinidad fiel y llena de ternura nos siga motivando a anunciar y hacer resonar su Voz mayéutica, revelada, creadora – salvadora, encarnada, testimoniada, actual, celebrada, recibida y rumiada, oída y profética para que la catequesis se transforme un Itinerario Catequístico Permanente junto a las personas y sus realidades:
Espíritu de la Palabra,
es bello y necesario, alabarte,
porque sos la voz que prolonga y certifica la presencia de Dios en la vida,
porque nos comunicas la existencia del Misterio Trinitario que está antes que nosotros lleguemos,
porque exteriorizas la intimidad divina a las personas y al mundo,
porque las realidades humanas son señales de tu presencia,
porque eres el balbuceo de una voz que nos desborda y nos considera capaces de ella.
Te pedimos que, por medio del diálogo, sigamos buceando y zambulléndonos en la voz de Dios y en la vida concreta,
que continuemos siendo oyentes de todas las mediaciones en las realidades humanas,
que como método y contenido sigamos creciendo en un discernimiento comunitario eclesial,
que continuemos favoreciendo la proclamación como un arte que da a luz el misterio que se nos anticipa,
que podamos vivir y percibir que la Trinidad nos aferra de la mano y camina a nuestro lado,
que al darnos cuenta de este acompañamiento sigamos sorprendiéndonos y admirándonos de tu amor inagotable