Tribuna

Un agujero en el estómago y multitud de preguntas

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Eran cerca de las diez de la mañana, estábamos reunidos un grupo de cinco novicios jesuitas con el maestro de novicios, en Puerto Rico, reflexionando sobre las constituciones de la Compañía de Jesús. A esa hora, llegó el cocinero del noviciado a buscar al padre maestro, para avisarle de que tenía una llamada de El Salvador.



El maestro nos indicó que se adelantaba el momento de descanso y el grupo de novicios nos fuimos a tomar el acostumbrado refrigerio de media mañana. Al cabo de unos 20 o 30 minutos, el maestro se unió a nosotros, estaba pálido y desencajado. Se sentó con el grupo, que de inmediato presentimos que algo malo había sucedido. Nos quedamos en silencio para dejar que el maestro hablara.

Sus primeras palabras salían entrecortadas, empezó diciendo que los estudiantes jesuitas puertorriqueños en El Salvador estaban todos bien. Hizo un silencio y prosiguió: “Esta madrugada han asesinado a los padres Ellacuría, Montes, Martín-Baro –la lista parecía interminable, y él seguía– Amando López, Moreno Pardo, López y López y a la joven Celina, y su madre Julia Elba”.

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Nos quedamos sin saber qué decir, aturdidos, anonadados, golpeados… Sentí tener un agujero en el estómago, una profunda consternación y tristeza me invadían. El maestro, que les había conocido personalmente, estaba tan afectado que suspendió las actividades del resto del día, hasta la misa acostumbrada a las seis de la tarde.

Arropado por el silencio típico de un noviciado, mi cabeza no dejaba de dar vueltas al hecho, la tristeza y el desconcierto se agudizaban, las preguntas se agolpaban en mi mente: ¿por qué había ocurrido semejante barbarie?, ¿por qué les habrían matado?, ¿quién lo habría hecho?… También me cuestioné sobre mi vida y mi futuro: ¿tenía valor para ingresar en un grupo religioso al que le asesinaban a sus miembros de esta manera? ¿No sería mejor abandonar la idea de ser jesuita?

Cultivar una nueva tierra

Y así pasaron las horas de ese día, que recuerdo como uno de los momentos más tristes que he vivido… En los días siguientes se fueron aclarando estas preguntas, comenzamos a referirnos a ellos cómo “los mártires de la UCA”, y así entendí que fue una muerte a causa del Reino de Dios, por fidelidad a Jesús y a su Evangelio, por defender a los pobres, por denunciar la injusticia, por trabajar a favor de la paz, por bajar de la cruz al pueblo crucificado… Porque, como dijo el mismo Ellacuría en uno de sus escritos: “No hay una causa más noble que cultivar una nueva tierra para los desposeídos de este mundo”.

(…)

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