El lema de esta Jornada, La vida consagrada, parábola de fraternidad en un mundo herido, encierra claves hondas que atraviesan nuestra vida, nuestra vocación, conecta con nuestro hoy y se hace eco de la última encíclica de Francisco, ‘Fratelli Tutti’.
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Como las parábolas de Jesús, nuestra vida está invitada a hacer presente, honda y sencillamente a Dios; a evocar a través de nuestra existencia la acogida a un Dios que es Padre y que nos quiere –nos hace– hermanos.
Un mundo fraterno
Nuestras comunidades, tejidas por personas de distintas procedencias, edades, culturas…, son una apuesta por la fraternidad y una expresión de la misma, pero, al mismo tiempo, apuntan más allá de sí hacia esa fraternidad abierta de la que habla el Papa y que nos lleva a mirar a cada ser humano como hijo suyo, porque la fraternidad anida en lo que somos como creyentes y consagrados, porque buscamos y soñamos con un mundo fraterno, también toma carne en todo lo que hacemos: relaciones, servicio apostólico, misión compartida, proyectos llevados adelante con grupos diversos que trabajan porque esta Tierra sea, de verdad, Casa común.
El sufrimiento de la pandemia ha hecho más evidentes otras heridas fuertes que sufre nuestro mundo; la experiencia de fraternidad nos habla de futuro y nos llena, en medio de tanto dolor, de esperanza. Queremos acoger y hacer vida las palabras de Francisco: “Soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos” (FT, 8).