Para quienes nacieron después del franquismo y para aquellas otras personas que apenas tenían uso de razón en los últimos años de la dictadura, la primera experiencia de limitación de derechos ha llegado con la Covid-19. Todos y todas sin excepción han sentido en carne propia, en mayor o menor medida, qué es tener restringida la libertad de movimiento, qué supone no poder reunirse con otros, qué implica no tener donde acudir a trabajar cada día o tener que hacerlo de manera diferente. No poder visitar a seres queridos, abrazarles, despedirles… Una situación inusual y desconcertante que está permitiendo buscar otros puntos comunes donde empatizar en el dolor y la incertidumbre, en la alegría y la esperanza con el otro cercano y lejano. Y es que una de las paradojas que nos trae esta pandemia global, que nos ha hecho “globales en confinamientos” y que ha surgido cuando la globalización económica estaba más cuestionada que nunca, es el haber propiciado otra globalización de afectos y solidaridades que trasciende lo vecinal, lo local y lo nacional.
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El coronavirus ha sacado a la luz las vergüenzas de la “cultura del descarte” no solo con los seres humanos sino también con la naturaleza que “respira” en este paréntesis. Mucho se habla en estos días de aprovechar este momento dramático para cambiar cosas. Sería un buen momento de releer a Isaías cuando habla del “ayuno que agrada a Dios”: “Romper cadenas injustas, desatar las amarras del yugo, dejar libres a los oprimidos y no volver la espalda a nuestros hermanos y hermanas (Is. 58)”. Sería también adecuado volver a leer, una vez más el Preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos en la que se habla de que la aspiración más alta elevada del ser humano el advenimiento de un mundo en que vivamos liberados del temor y la miseria.
Injusticia estructural
En este tiempo en el que comienza la “desescalada”, no podemos quedarnos impasibles viendo cómo hay quien trata de aprovechar el contexto para retornar a situaciones de injusticia estructural que tanto sufrimiento han causado. No se puede asumir “sin más” que el argumento de la crisis económica que está por llegar vuelva a ser la excusa para vulnerar Derechos Humanos. Es necesario estar atentos y atentas para que el final de la desescalada no coincida con el momento en el que las nuevas estructuras de opresión estén nuevamente engrasadas para volver a oprimir.
Es necesario articular de una manera transparente la voluntad de que las cosas sean de otra manera para que no sean otros los que manipulen nuestros miedos y pongan palabras donde los ciudadanos y ciudadanas no las han puesto. Es importante que se puedan vehicular claramente las opiniones y las ideas para que fructifiquen en cambios tangibles. Quienes tendrían que gestionar esta transformación deberían ser nuestros representantes políticos. Sin embargo resulta altamente significativo que ni un solo grupo parlamentario en el Congreso de los Diputados, ni en el Senado, ni en los parlamentos autonómicos haya anunciado la posibilidad de que sus representantes electos por las distintas circunscripciones puedan estar más accesibles y receptivos a lo que dicen y piensan los ciudadanos, sus representados ofreciendo la posibilidad de que les puedan contactar y explicando cómo hacerlo. Hoy por hoy la única voz de los ciudadanos que llega a los políticos es la de las encuestas.
El confinamiento no es adormecimiento. Las entidades de Derechos Humanos deben estar atentas ante cualquier violación de derechos humanos que se produzca durante el “encierro”, la “desescalada” y la vuelta a la normalidad, procurando que dicha normalidad no sea opresiva. Conviene recordar que, tal y como magistralmente describe Ken Loach en su obra ‘El Espíritu del 45’, cuando la ciudadanía “se planta” ante situaciones de inequidad, las condiciones de vida pueden mejorar sustancialmente. En esta misma clave, Antonio Guterres, secretario general de las Naciones Unidas afirma en el documento titulado ‘Covid-19 y Derechos Humanos: estamos todos juntos en esto’ que “este no es un tiempo para negar los Derechos Humanos sino un tiempo en el que más que nunca, los Derechos Humanos son necesarios para navegar en esta crisis de una manera que nos permitan, lo antes posible, centrarnos en conseguir un desarrollo sostenible y una paz duradera”.