En el Génesis, después de la tragedia planetaria del gran diluvio, se expresa un signo del anhelo de Dios para que la humanidad viva una conversión real y profunda, un momento esencial para que en el mundo de hoy podamos encontrar un cierto sentido a nuestra crisis actual con la pandemia del COVID-19. Dios hace una promesa que quiere ser el sustento de todo lo que habrá de venir en nuestra historia como seres humanos miembros de una casa común al salir de esta pandemia. Se trata de una alianza sobre la cual debemos poner toda nuestra fe, esperanzas y acciones, creyendo de verdad en una posible nueva civilización que emerja de esta crisis.
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Dios dijo a Noé, y nos dice contundentemente a todos nosotros-as hoy: “Voy a establecer una alianza con ustedes, con sus descendientes y con todos los seres vivos que los han acompañado… Con todos los animales que han salido del arca con ustedes y que ahora pueblan la tierra. Esta es mi alianza con ustedes: ningún ser vivo volverá a ser exterminado por las aguas del diluvio, ni tendrá lugar otro diluvio que destruya la tierra” (Gn. 9, 9-11).
Desconexión con el misterio
En medio de un mundo actual en el que en buena medida se ha perdido la conexión con el sentido de misterio, con lo sagrado que se expresa en todo lo creado y donde la experiencia fratricida sigue marcando muchas de nuestras relaciones, sea por acción o por omisión, es imprescindible abrazar esta promesa. Para temor de aquellos que se cierran en sí mismos y quienes ven amenazas en todos los cambios necesarios que nos permitan recuperar el inaplazable equilibrio en nuestra vida, y en la relación con nuestra hermana madre Tierra, Dios mismo hace una promesa bio-céntrica.
Es decir, Dios promete a todos los seres que han sobrevivido el diluvio, hablando en primera persona, que no habrá otra expresión de desconexión con ellos expresada en la aniquilación de la vida. Dios hace una promesa que hoy podemos interpretar en lo que el papa Francisco llama la ecología integral. Una categoría que está en comunión con las innumerables expresiones de una fe cristiana conectada con el cuidado de la vida y de toda vida.
Defensa de la vida
Dios mismo, en su alianza por la defensa de la vida, rompe con una visión meramente antropocéntrica. Sí, el ser humano es su ser amado creado a imagen y semejanza, pero en esta promesa nos hermana y hace parte interconectada con todos los seres creados y, por tanto, con la vida, y toda vida, en nuestra Casa Común.
En su promesa sigue diciendo: “Esta es la señal de la alianza que establezco para siempre con ustedes y todos los seres vivos que los han acompañado: pondré mi arco en las nubes; esa será la señal de mi alianza con la tierra. Cuando yo cubra de nubes la tierra y en las nubes aparezca el arco, me acordaré de mi alianza con ustedes y con todos los vivientes de la tierra…” (Gn. 9, 12-15). En tiempos de profunda tempestad, como los que vivimos hoy en esta pandemia, y donde parece que los cielos están cargados de nubarrones: ¿somos capaces de encontrar el signo de la promesa de Dios de que la vida habrá de prevalecer? ¿Creemos en su promesa?
Un difícil ejercicio
Difícil ejercicio cuando mujeres y hombres, muchos de ellos inocentes y vulnerables, mueren por causa de esta enfermedad, al igual que de tantas otras muertes cotidianas por causas evitables. Complejo creer en la promesa de Dios cuando un virus microscópico ha postrado a la civilización entera, y nos ha hecho conscientes de nuestra absoluta fragilidad y pequeñez. Pero, desde una fe que abraza y experimenta la pasión y muerte de Jesús, afirmamos y acogemos esta promesa en la certeza absoluta de su resurrección, que acontece en medio de la vida y supera a la muerte siempre. En medio de la indignación, abrazando el misterio indescifrable de las tantas vidas que se siguen apagando, ahí estamos llamados a pelear con todas nuestras fuerzas por la vida, y esa lucha se sostiene en la certeza de esta alianza de Dios para nosotros, la cual se concreta irrefutablemente, y para todos los tiempos por venir, en la resurrección.
Igual que Noé, hoy nosotros-as estamos llamados a asumir una opción esencial por el cuidado de la casa común; debemos plantar la primera viña que haga florecer la vida en su conjunto y que la plenifique después de esta noche oscura de la pandemia, que habrá de pasar. Para ello necesitamos abrazar la co-existencia y co-dependencia de unos con otros y con nuestra tierra que es fuente de vida, alimento y sustento, erradicando la dominante sociedad del descarte, del acaparamiento, de la destrucción de la tierra para enriquecer a muy pocos, de la vida centrada en la acumulación; para dar paso a una vida que asegure el equilibrio, la continuidad, la reciprocidad entre personas y la tierra, la solidaridad en las sociedades con las futuras generaciones y con nuestro entorno, y una redistribución de los bienes de la creación para que todos y todas, sin dejar a nadie fuera, podamos tener vida y vida en abundancia (Jn. 10, 10).
Itinerario junto a Chardin
Con esto como sustento, quiero ensayar de la mano de algunas claves del P. Teilhard de Chardin en su libro ‘El fenómeno humano’ (1955), posibles horizontes y praxis que deben tornarse en esenciales para que nuestra Casa Común, la hermana madre tierra, pueda resucitar con Jesús:
- “La vida, por ser ascensión de consciencia, no podía continuar avanzando indefinidamente en su línea sin transformarse en profundidad”. Esto significa que el afán por el consumo desmedido y todo el modelo económico que ha sustentado esta sociedad del descarte y de la inequidad comienzan a llegar a su fin. La vida necesita un cambio profundo, una verdadera metanoia –conversión radical desde el interior–, y ello implica dar por terminado cualquier sistema que por desigual, injusto, y por ecocida-genocida-suicida no permitirá la vida futura. Este es el paso más complicado, pues este sistema, como ha dicho el papa Francisco, “ya no da más”, y será un difícil camino acompañarlo a bien morir sin que succione tantas vidas más al caer.
- “Solo a consecuencia de la cantidad de energía interior liberada por la reflexión… tiende entonces a emerger de los órganos materiales para formularse también en espíritu”. Tras esta pandemia tan dolorosa, se liberarán potencias de reflexión que estaban confinadas a un sitio marginal o que eran dominadas violentamente por posturas funcionales autorreferenciales y sostenidas en el afán de dominio político y económico. Esta crisis abre posibilidades insospechadas para crear nuevos caminos que, sostenidos en la experiencia de misterio, nos podrían llevar a crear toda una nueva relación y correlación con nuestra Casa Común. Una de respeto, de veneración-admiración por ser fuente de vida y expresión de Dios y, sobre todo, dando paso a precautelar la promesa de Dios a todos los seres vivos de nunca volverá destruir la vida con otro diluvio. Nuestra propia experiencia religiosa, lejos de temer a estas expresiones más amplias, encontrará caminos para amplificarse, y Dios verá que esto es bueno. En esto los pueblos originarios tienen tanto para enseñarnos como lo expresa la encíclica Laudato si’, y sobre todo el Sínodo Amazónico, expresando que “este camino requiere de una mirada crítica y autocrítica que nos permita identificar aquello que necesitamos desaprender, aquello que daña a la Casa Común y a sus pueblos” (Intrumentum Laboris).
- “Cuanto más penetramos en lejanía y profundidad en la Materia, tanto más nos confunde la inter-relación de sus partes. Cada elemento del cosmos está positivamente entretejido con todos los demás. Es imposible romper esta red. Imposible aislar una sola de sus piezas sin que se deshilache toda ella. El Universo se sostiene por su conjunto”. Una vez que superemos la crisis más dura del COVID-19, será necesaria una visión integral, porque como dice ‘Laudato si’, “todo está interconectado”, y es urgente una conversión integral como se plantea en el Sínodo Amazónico como llamado eclesial y planetario. En este momento, la categoría más importante en la historia humana parece ser la ecología integral. Debemos repensar todos nuestros modos de vida y estructuras sociales a la luz de ella, pero hasta ahora no la hemos comprendido. El sistema planetario y civilizatorio se sostiene por su conjunto. Debemos recrear toda nuestra sociedad a la luz de esa visión de ecología integral, u otra pandemia vendrá pronto haciendo aún más daño, y porque la más grave de todas las crisis planetarias, la de la emergencia climática, nos llevará al final como civilización si no cambiamos ya. Debemos reconstituirnos con la ayuda de esta categoría, ecología integral, que pide una nueva epistemología desde la visión sistémica y de la complejidad en la interrelación de dimensiones que hasta hoy siguen fragmentadas: ambiental, económica, social, cultural, de la vida cotidiana, el bien común, justicia entre las generaciones, y una espiritualidad del cuidado (LS. 137-162). Cada dimensión se ha desarrollado como un mundo aparte, cada una se ha defendido de la otra para afirmarse en una lógica imperante de dominio, y hoy es imprescindible que en todo paso que demos ante la crisis actual, entre ellas la mayor de todas por la emergencia climática, lo hagamos en la creatividad inédita de poner en diálogo todas estas dimensiones y no claudicar en esta reforma planetaria hasta encontrar un camino progresivo, equilibrado y eco-sistémico. Los rechazos vendrán de los sitios con más peso de dominio hoy, pues defenderán hasta morir su visión parcial de un sistema caduco que con este COVID-19 acelera su fase final, y aquellos sujetos y conocimientos considerados periféricos, como la sabiduría ancestral y la cosmovisión y modo de civilización de los pueblos originarios, podrían ser la base para reeditar nuestras sociedades en este paradigma de la ecología integral.
- “No somos ser humanos teniendo una experiencia humana, somos seres espirituales teniendo una experiencia humana”. Tras esta pandemia, debemos mirar el mundo desde esta perspectiva que lo cambia todo; solo podemos amar la tierra que habitamos y afirmar su otredad si descubrimos su verdadero rostro diverso y su identidad. Es decir, su territorialidad específica, lo cual significa comprender la tierra como bioma o sistema vivo, como espacio de interacción simbólica y material, como eje de relaciones de inter-conocimiento e inter-reconocimiento, y donde aspectos aparentemente intangibles como nuestra cultura, historia y espiritualidad, y la relación con el entorno natural, dan cuenta de quiénes somos, por qué lo somos, y, entonces, cómo podremos reformarnos desde dentro.
Unido a estos principios para la metanoia en comunión con nuestra Casa Común, existe todo un programa para orientar la resurrección de nuestra hermana madre tierra ante el COVID-19, detallado en los capítulos V y VI de la ‘Laudato si”, los cuales deberíamos asumir como nuestro itinerario esencial como creyentes y como humanidad, para que la Alianza de Dios con todos los seres creados se haga verdad, y que ella no sea fracturada por nuestro fracaso como seres humanos del tiempo presente.