Tribuna

Un plan para resucitar la universidad, por Mirian Cortés Diéguez

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En estos días de desazón por la pandemia que nos asola, la petición que hizo el papa Francisco en septiembre pasado para relanzar un pacto educativo global redobla su actualidad y sentido. La familia, en primer lugar, acompañada de la escuela, las comunidades religiosas y la sociedad civil en general, deben unirse y aliarse en la causa de la educación, piedra angular para la transformación que el mundo precisa.



La situación actual ha puesto en evidencia cuán débil es el género humano y sus grandes logros. En un momento, nuestra omnímoda libertad de movimiento, consumo o relación ha quedado reducida a un pequeño espacio vital a causa de un microscópico virus. Al tiempo, han emergido con fuerza las enormes desigualdades existentes en el reparto de la riqueza y en el derecho a la salud, siempre en perjuicio de los más vulnerables, en este caso los ancianos y siempre los descartados.

Nuevas formas

Se hace urgente pues, resucitar una educación integral e inclusiva en la que destaque, por encima de todo, el valor infinito de cada persona y, desde este principio, se descubran formas nuevas de entender el progreso y el desarrollo, las relaciones humanas y la ecología.

Estudiantes de Zaragoza en el examen de selectividad 2018/EFE

Para alcanzar este objetivo debemos ser audaces y comprometidos como comunidad (familiar, social y eclesial) y poner a disposición de la educación todas las energías, los mayores recursos económicos y los mejores recursos humanos. Es urgente que el proceso educativo abra espacio a las grandes preguntas del hombre, es decir, al sentido de la vida y a la trascendencia, y acerque a las realidades del mundo. Solo desde la conciencia de la existencia real de situaciones de pobreza, marginación, explotación y sufrimiento, los niños y jóvenes serán capaces de comprometerse a hacer algo al respecto. Nadie mejor que el Papa ha expresado la necesidad de “actuar siempre conectados con la cabeza, el corazón y las manos” para que la juventud rechace la injusticia y no se doblegue, ni a la cultura del descarte ni a la generalización de la indiferencia, y sea, por tanto, protagonista de la construcción de un mundo mejor para todos.

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