Tribuna

Un religioso cuenta, en primera persona, cómo vive su comunidad la cuarentena por el coronavirus

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Es broma habitual, aunque muy realista, decir que, en la vida religiosa, cuando llegue el momento de la parusía, la segunda venida del Señor, no nos encontrará unidos, pero sí reunidos. Un encuentro de formación de un par de días ha hecho saltar las alertas en uno de los hermanos de mi comunidad. Junto a él, varios laicos en situación parecida.



Así surge una incertidumbre. Los casos se han confirmado en otras comunidades en las últimas 24 horas y en la nuestra hemos comenzado la cuarentena. Esta, que corre paralela con las oraciones y las penitencias de Cuaresma, ha roto sin duda la monotonía de una vida tan aparentemente reglada.

Cuando parecía que el grupo de riesgo –aquellos más ancianos, que son el 80% de la comunidad– es quien más debía protegerse, el único que se encuentra recluido en su cuarto a la espera de los resultados médicos es un religioso al que aún le quedan unos años para los 50. Que pase esto hace saltar todas las alarmas, aunque sin hacernos perder la calma, a pesar de que nos llegan noticias de quienes están peor en otra comunidad.

Menos mal que quedan relativamente lejanas las medidas que llegan de Madrid y del País Vasco. Esto hace que la misión de la comunidad apenas se resienta. No ha sido difícil dar algunos avisos preventivos al grupo de fieles que asisten a la misa de la tarde o comentar en la mesa las últimas cifras de contagiados.

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Todo cambia cuando el gel hidroalcohólico se hace omnipresente y cada uno de nosotros tenemos una mascarilla por lo que pueda pasar –sin pagar precios desorbitados gracias a la farmacia de confianza–.

Mientras pasan las 48 horas para que la prueba ofrezca resultados concluyentes, nos sentimos como adolescentes, comunicándonos con el móvil con alguien al que tenemos apenas unos metros más allá. Consolando a base de WhatsApp y transmitiendo tranquilidad a diestro y siniestro, evitando que brote cualquier chispa de impaciencia.

Antes de saber todo esto, en la eucaristía del día de la comunidad, resonaban las palabras de Francisco pidiendo por los enfermos del coronavirus –apenas se había conocido el primer caso en nuestra provincia–. Podría parecer una petición de compromiso y hasta lejana. Ahora, la oración es casi un imperativo fraterno y providente.

*Por razones obvias, se omite el nombre de la congregación y del religioso que escribe

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