En el Aula Pablo VI del Vaticano algo está cambiando… Llegan los jóvenes participantes del Sínodo a tomar sus asientos en primera fila, aún por delante de cardenales y obispos.
Se quiere mostrar que ellos son los protagonistas de la asamblea de estos días; y no solo se les brinda los mejores asientos, sino todo un escenario para que expresen con color y movimiento lo que es su arte, sus propuestas y sus nuevas vidas. Algunas de estas, cambiadas cuando alguien les abrazó de un modo diferente.
El denominado Encuentro con los Jóvenes del último sábado, tuvo como invitado principal al papa Francisco, quien desde su butaca en la platea seguía todo el programa, sonreía, aplaudía y por momentos parecía que orara o entrara en reflexión doliente por lo que escuchaba.
Esa tarde, los jóvenes le querían contar a la Iglesia entera y al mismo Santo Padre, que algunos de ellos hoy viven un cielo, pero que pasaron por el infierno. Eso es una constatación dolorosa de que aquellos niños y jóvenes no fueron encaminados correctamente, menos aún escuchados y con toda seguridad olvidados…
Ellos mismos lo dijeron cuando expresaron sus historias de delincuencia, drogas, pornografía, vacío existencial y abandono familiar. Según su relato, no hubo quién en casa les advirtiera, como tampoco en la escuela, ni entre buenos amigos y menos en la Iglesia. Tuvieron que tocar fondo para ser rescatados como los pecadores del Evangelio.
Aunque la diferencia son casi dos mil años de historia, la lección y la misión se convierte todavía en una valla muy alta, por lo que en estos días algunos han reconocido que “no pudieron cuidar bien a los jóvenes”.
Salvados por un abrazo
Entre algunos testimonios de jóvenes provenientes de Irak, España, EE.UU., Pakistán, Ecuador e Italia, la constante fue que su redescubrimiento de la Iglesia llegó gracias a alguien que los escuchó, les dio importancia y los abrazó en nombre de Cristo y de su Iglesia. Esto lo distinguió con claridad la mayoría, y así pudieron darle un vuelco a su historia personal e incluso abrazar la vida consagrada.
Hoy reconocen que la vida en comunidad, el afecto, el aprender a orar, descubrir sus propios talentos, la solidaridad, la atención a los excluidos y el cuidado de la casa común, han sido campos abonados en la Iglesia donde han podido empezar este nuevo baile.
Esto es tan real, como lo que nos contaba un joven sacerdote africano, quien ahora acompaña a dos jóvenes a través de las redes sociales, dado que un día se acercó a ellos al verlos llorar sin consuelo en un aeropuerto… Hay periferias que exigen a gritos salir del centralismo, palabra esta última que no se quiere mencionar más en el Sínodo.
Encuentro con el pastor
Aunque el papa escuchó las preguntas que le hicieron al final los jóvenes, y las recibió por escrito, bromeó al decir que las pasaría a los padres sinodales “pues son ellos quienes deben responderlas”. Y vaya que les dejaría tremendo encargo.
La juventud del mundo representada en dicha actividad, estaba muy convencida sobre lo que se escucha desde el primer día del Sínodo, de que “se hablará con franqueza”. Por eso preguntaron acerca de cuáles espacios hay para ellos en la Iglesia, cómo revertir la imagen negativa de esta, o qué hacer para remover la indiferencia ante las desigualdades sociales…
Por otro lado, les interesa saber qué valor tiene la vida y la existencia, cómo distinguir los mensajes dañinos en las redes sociales, o de qué forma se puede vivir como minoría cristiana en países incluso hostiles a la misma.
Sonriendo aún al final, y queriendo dejarles una inquietud a los participantes del Sínodo, Francisco no entró en detalles de las preguntas, para que estas sean respondidas “sin miedo” en los foros. Sin embargo, dejó algunas orientaciones para que los jóvenes vean “un camino de horizonte, y no solo un espejo”, de modo que haya coherencia.
Recordó la importancia del servicio en la política y saber acoger al migrante como un modo de practicar las bienaventuranzas en la Iglesia. Aprovechó el momento para advertir nuevamente del peligro de un clericalismo “principesco y escandaloso”. Esto quizás como un modo de avizorar las causas de algunos de los problemas, narrados con tanta crudeza por la juventud allí convocada.
Por eso terminó recomendándoles que sigan soñando, que “su vida no tiene precio” y que “no deben dejarse comprar” ni ser esclavos de nadie. Sino por el contrario, sentirse libres para enamorarse de Jesús. Es un hecho que lo demás –como es el compromiso–, vendrá después.
Días de Sínodo
Las jornadas de trabajo que han transcurrido en el Aula del Sínodo, han sido organizadas con el fin de que “funcionen” y así entusiasmar a los interesados de que algo bueno saldrá del mismo. Se repite mucho una certeza a veces ignorada, de que para alcanzar resultados pastorales, se tendrá en cuenta cada contexto geográfico y cultural.
Otra constante es la importancia de entender las diferencias, angustias y temores de los jóvenes, por lo que los obispos quieren demostrar que asumirán la responsabilidad de dar respuestas claras, centradas en Cristo, e invocando el compromiso de todos.
“Puede ser un nuevo florecimiento de la Iglesia”, dijo un joven, mientras un obispo animó a la asamblea a ejecutar “una música nueva, para un baile nuevo”. Expectativa es lo que más hay…
Un quiebre progresivo
La gran pregunta que quiere ser aclarada es, ¿por qué se interrumpe la buena relación entre la Iglesia y los jóvenes? Para algunos, se da cuando se les culpa de abrazar “ideas y costumbres del mundo”, distintas a aquellas con las que se les espera dentro de los templos.
Para otros, porque la Iglesia no ha sido empática con sus problemas existenciales, con sus duras condiciones de vida para obtener trabajo y vivienda dignos, o los temas sexuales en su vida personal y tan joven.
Algún obispo ya dijo que no se deben ver esas inquietudes como una amenaza, sino como una oportunidad; mientras otros reconocen que a veces no tienen tiempo ni para saludarles tal como se debe, ni menos sentarse a conversar con ellos.
Por otro lado, se ha puesto en evidencia el miedo que tienen los jóvenes de acudir a una Iglesia donde se han llevado a cabo abusos contra menores, cuando ésta ha debido ser un lugar seguro y protegido para su vida personal y espiritual. Otro aspecto es la liturgia, que si bien para algunos es acogedora y participativa, en otros lugares mantiene su rigidez, junto a homilías poco convincentes y comprensibles para la juventud.
Y en el aula sinodal se sigue advirtiendo acerca de los migrantes, la inculturación, la participación de la mujer, el desenfrenado consumismo, los temas de moral sexual y la vida de criminalidad que ofrece bienestar a los jóvenes, pero cuyo destino perverso será la cárcel o el cementerio, tal como cuentan algunos.
El hecho de que la Iglesia meta en discusión estos temas es una muy buena señal, pues algunos padres sinodales reconocen que con una comunicación franca, se identificará los asuntos a los que no se les viene otorgando la debida atención.