Aplausos y caceroladas, aunque no lo parezca, tienen algo en común. Ambos son una expresión de sentimientos reprimidos, saliendo de la cueva, a cara descubierta, sin pantallas de por medio. Unos desahogos colectivos, para paliar en parte el oscuro ambiente de tragedia que nos envuelve. Esta comunicación real nos permite constatar –más allá de los eslóganes– que, en efecto, somos muchos los que nos encontramos en las mismas o parecidas situaciones. La proximidad (sabernos prójimos) a los seres humanos siempre nos reconforta.
- A FONDO: La Iglesia, ante la tensión creciente por la crisis del Covid-19: una voz de concordia
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A partir de aquí, vienen las diferencias. Empecemos por los aplausos. Somos muchos los que nos hemos asomado a las ventanas a aplaudir a los sanitarios y servidores públicos, para transmitirles que no estamos desaparecidos, que sabemos de su inmensa labor y de los riesgos que corren por nosotros. En el aplauso va también el mensaje de que nuestro encierro forzoso es la mejor manera de colaborar con su trabajo, evitándoles más problemas de los que ya tienen. Ellos están en la vanguardia; nosotros, en la retaguardia, organizando la convivencia familiar y algunos teletrabajando. Pero es la misma lucha.
No creo que, salvo pequeñas anécdotas, estos aplausos hayan encontrado oposición. Todo lo contrario, han suscitado una unanimidad en la ciudadanía como nunca antes se había dado. A esta habría que añadir la concordia en el duelo con los miles de compatriotas que nos han dejado de manera tan brutal y con sus seres queridos. Ambos sentimientos son universales e indiscutibles, por encima de territorios, ideologías, credos…
Las caceroladas
No es nueva ni solo española esta manera de protestar. Es, sin duda, una manifestación ciudadana legítima que agrupa a personas que, por sus ideas o por su situación, lo hacen notar ante los gobernantes de turno. Las caceroladas tienen sus pros y sus contras, que no señalaré ahora. Sí quisiera subrayar que, como signo cívico y moral (no entro en lo político), suponen una cierta dimisión de los ideales unionistas ya referidos.
Frente al presente desolador y a un futuro negro, muchos miran hacia atrás con ira tratando de arreglar antiguas cuentas pendientes. Los que salen a las ventanas y ahora a las calles con sus instrumentos estarán cargados de razones, pero ¿podremos contar con ellos para responder a los enormes retos que ya tenemos delante o se limitarán a ir a la contra de todo?
Concordia y unanimidad
Estas dos palabras, que retratan el ideal de vida de los primeros cristianos (Hch 4, 32-37), no son exclusivamente religiosas; ofrecen un estilo de vida social a la hora de afrontar los problemas comunes. Un estilo de altura de miras y de convicciones firmes que genere ilusión y esperanza.
Los proyectos de futuro se pretenden diseñar en despachos y foros políticos, pero, sobre todo, ya son realidad en las múltiples iniciativas para dar de comer al hambriento, vestir al desnudo, dar cobijo a los sin techo, consolar al triste y enterrar a los miles de muertos con respeto y dignidad. Aquí se encuentra de lleno la Iglesia colaborando cordial y animosamente, mirando al frente y no hacia atrás o a los lados. Una vez más, la sociedad civil –los ciudadanos anónimos– marca la pauta a los de arriba.