Los judíos cada mañana decían: “Yo te bendigo, Señor, por no haberme hecho mujer, ni gentil, ni esclavo”. Yo digo: “Bendito seas, Señor, por haberme hecho mujer, por enviarme a los gentiles y a sentir con los esclavos”.
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Dicen que las mujeres tenemos unas cualidades más acentuadas para empatizar, escuchar, acoger, acompañar y sentir con los más pequeños, frágiles, sufrientes y despreciados, como Jesús hacía. Sin esperar nada a cambio. Quizás sea así cuando el papa Francisco, el Papa de los desfavorecidos, ahora nos otorga un lugar, con voz y voto, junto a los grandes padres sinodales.
Pisando el barro de aldeas o de calles digitales, hemos salido al encuentro escuchando a diario. A muchos que se alejaron de la Iglesia por malas experiencias, a otros que buscan a Dios incluso sin saberlo; a los que se sienten excluidos de las asambleas, aunque a la vez se saben amados por su Padre; a los que ni siquiera saben si Dios les puede perdonar; e incluso a los que se dicen ateos, pero nos siguen porque les gusta nuestro Dios. Todos ellos (y más) con nombres propios e historias concretas. Seremos su voz en el Sínodo, como madres que hablan por sus hijos.
Otro enfoque
Y en honor a la verdad, todo esto gracias al Espíritu Santo que ha inspirado al papa Francisco. Y a él que ha sido valiente de aceptarlo, no sin críticas por parte de algunos sectores. Es un hito histórico para la Iglesia universal: 52 mujeres que por primera vez podremos votar en un Sínodo. Y es importante porque completamos la visión de los obispos, llevamos otro enfoque y el contacto directo con la realidad que vive la gran mayoría de la gente.
Para mí es un sueño que nunca soñé, un servicio inesperado, y una alegría grande como Iglesia. Gracias, papa Francisco. El Espíritu Santo nos ilumine a todos.