Estoy gratamente sorprendido. El documento Sembradores de esperanza. Acoger, proteger y acompañar en la etapa final de esta vida, elaborado por la Subcomisión Episcopal para la Familia y la Defensa de la Vida es muy bueno. Además, resulta oportuno y marcará un estilo de presencia de los católicos en el ámbito de la Bioética muy diferente al que hemos tenido. Es una aportación constructiva, aperturista, realista y motivadora desde el mismo título. Está escrito sin arrogancia de ningún tipo… ¡Cuánto daño ha hecho la falta de humildad a la presencia de los católicos en los debates bioéticos! Es un texto pedagógico y de fácil lectura, que hace suyas las grandes aportaciones de los mejores bioeticistas. Y que está a la última, citando, por ejemplo, la reciente Declaración conjunta de las religiones monoteístas abrahámicas sobre las cuestiones del final de la vida, así como la resolución adoptada por la Asociación Médica Mundial en octubre de este mismo año.
Parece que, poco a poco, el estilo del papa Francisco va llegando también a Añastro. Ahora solo cabe esperar que las diócesis tengan la misma sensibilidad al difundir un producto tan excelente. Sería deseable que los obispos quedasen en un segundo plano, que cedieran el protagonismo a laicos bien formados en estos temas, con presentaciones modernas y ágiles para desmontar desde el primer momento una de las mentiras que emponzoña el análisis riguroso de este delicado asunto: que el no a la eutanasia es una cuestión religiosa y que, por eso, en una sociedad pluralista la Iglesia no puede imponer al conjunto de la sociedad sus opiniones.
El documento resume bien la estrategia. Lo primero es presentar un caso límite, dramático, que se adereza con eufemismos semánticos (muerte digna). Junto a ello se procura presentar a los defensores de la vida como retrógrados, intransigentes, contrarios a la libertad individual y al progreso, transmitiendo la idea de que la oposición a la eutanasia es una cuestión religiosa. Por último, se potencia la idea de que es una demanda urgente de la población y propia de nuestros tiempos, lo cual es falso.
Por eso es tan importante que cuidemos hasta el extremo la presencia de la Iglesia en los debates que habrá en los próximos meses en nuestro país sobre esta cuestión, y que intentarán tapar otras miserias de la acción de nuestros políticos. Son muchos los que comparten con nosotros el no a la eutanasia y el suicidio asistido: esto es lo que hay que poner en valor. Subrayando también un problema que pocas veces se pone sobre la mesa: la soledad, la crisis interior que produce la enfermedad.
Desterrar equívocos
Magníficos son los párrafos dedicados al control del dolor, la sedación paliativa y la sedación paliativa profunda, que habrán de servir para desterrar definitivamente los equívocos que algunos católicos –incluidos ahí también no pocos pastores– tienen respecto a su licitud.
Finalizo. Y lo hago volviendo al tema de la prepotencia, con palabras que recoge el propio documento episcopal: “Dijimos que la enfermedad puede ser ocasión para detenernos y reflexionar sobre la propia vida en su conjunto, para poder adentrarnos en su sentido. Sin embargo, quien ha captado la dimensión sobrenatural del sufrimiento, puede caer en la tentación de proponer esta solución a los pacientes y no respetar el ritmo razonable de la reflexión y maduración personales ante la enfermedad. Como vimos, no se pueden forzar las respuestas sobre el sentido, pero sí cabe acompañar y sostener al enfermo en el recorrido de su propio camino de reflexión y profundización”. Saber acompañar, todo un arte, respetando ritmo y conciencia.